¿Tiempos Mejores? Chile va perdiendo las batalla en acciones de adaptación al cambio climático


Cuando se escriba la historia de la estupidez humana, seguramente ocupará un puesto relevante nuestra pasividad para soportar la siempre creciente contaminación auto-infringida que dañaron nuestra salud y medioambiente. El primer puesto probablemente lo disputarán los eventos climáticos extremos e inesperados, y la pérdida de la diversidad biológica. Para nuestros bisnietos y sus descendientes, les resultará difícil comprender nuestra estupidez por la poca atención puesta a éstos síntomas, tan indiscutibles y potencialmente irreversibles.
Hoy tales síntomas van progresando silenciosamente. Serán pocos los países que se escapen de sus efectos. Lo terrible es que, como siempre, dañarán de manera desproporcionada a las poblaciones vulnerables y a aquellas personas en países de ingresos medios y bajos. Al afectar negativamente a los determinantes sociales empeorarán la salud, las desigualdades, la economía, con consecuencias que se sentirán en todas las poblaciones. Un factor que gatillará aún más las migraciones humanas.
Desde hace más de una década los científicos vienen alertando a la sociedad mundial de los peligros inminentes del cambio climático pero no se les escucha. Aún más, la mayoría de la gente los considera como ajenos, de los cuales habrá que preocuparse más adelante, y ojalá lo hagan otras personas, otras generaciones. Esa es la postura de la gran mayoría, dominadas por el individualismo, el egoísmo y la codicia. Pretenden auto-convencerse que los peores efectos, los daños enormes, sí los hay, ocurrirán a décadas o siglos de distancia.
Una equivocación lamentable. La verdad es que ya estamos en presencia de daños considerables pero dado que ocurren dispersos en el tiempo y en el espacio se nos escapan de nuestra percepción inmediata, no pasan a formar parte de nuestras preocupaciones diarias. Es imprescindible cambiar esa percepción. Tenemos que meternos en la cabeza que los peligros del cambio climático están aumentando sostenidamente, con daños peores de lo que se entendía una década atrás.
Lo positivo es que esta crisis escondida ha provocado un sinnúmero de investigaciones en todas partes del mundo. Hoy disponemos de una inmensidad de datos y contamos con importantes conclusiones a las cuales tenemos que brindar toda nuestra atención si de verdad queremos legarles un mundo mejor a nuestros nietos y bisnietos. Una de las síntesis más relevantes de estas conclusiones aparece en el Informe publicado a fines de 2017, titulado “The Lancet Countdown”, en español: “La Cuenta Regresiva de El Lancet” (www.lancetcountdown.org). El Lancet es una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, no es de un grupo ambientalista, por lo que el documento está dirigido a la comunidad de autoridades políticas y empresariales. Su mensaje central es que con urgencia debemos actuar ya que debido a nuestra desidia estamos perdiendo los logros en salud alcanzados en el Siglo XX. Es nuestra última oportunidad de evitarlo Ni más ni menos.
Para terminar, no olvidemos que en el planeta el reloj medioambiental avanza hacia un estado de peligro. Tenemos que multiplicar nuestras acciones para contrarrestar el cambio climático. Para ello, es urgente establecer en Chile cursos de acción o políticas conjuntas entre los ministerios de Salud, Medioambiente, Transporte, Energía, Agricultura, Desarrollo Social, Economía y Hacienda. La iniciativa de contar pronto con una Ley Marco sobre Cambio Climático, que responda a esas políticas, sería un buen paso adelante. No olvidemos que una respuesta tardía o mediocre en mitigación y adaptación significaría un escenario de altas emisiones. O sea, pasaríamos a ser miembros del Club de Países Irresponsables que provocarían que el planeta se caliente entre 2,6 °C y 4,8 °C hacia fines del siglo XXI, provocando una enorme secuela de eventos climáticos extremos, desastres naturales, pérdidas de vidas humanas y multimillonarias pérdidas económicas. ¿Esos son los “tiempos mejores” que deseamos para Chile?
En la preparación de La Cuenta Regresiva participaron 24 instituciones académicas y organizaciones intergubernamentales, representando todos los continentes, incluyendo expertos de varias disciplinas: climatólogos, ecólogos, economistas, ingenieros, expertos en sistemas energéticos, alimentación y transporte, geógrafos, matemáticos, científicos sociales, políticos, profesionales de la salud pública y médicos. Como fruto de este esfuerzo se identificaron, y se siguen monitoreando anualmente, “indicadores de progresos o retrocesos” en cinco campos: a) impactos, exposiciones y vulnerabilidad del cambio climático; b) planificación de acciones de adaptación y resiliencia; c) medidas de mitigación y beneficios; d) economía y finanzas; y e) compromiso público y político. Entre los impactos más preocupantes destacan: las olas de calor; los eventos climáticos extremos y los desastres naturales relacionados; la pérdida de la diversidad biológica; las enfermedades sensibles al clima; la desnutrición; y una prolongada exposición a la contaminación del aire.
Hoy es reconocido que las temperaturas más altas están ocurriendo en las grandes áreas urbanas, afectando ancianos, infantes menores de 12 meses y personas con enfermedades cardiovasculares y renales crónicas. Otro asunto de gravedad detectada es la propagación de enfermedades infecciosas mortales, cuyos niveles de protección alcanzados en las últimas décadas ahora se ven sobrepasados por los efectos del cambio climático. Otro caso tiene que ver con la transmisión de la fiebre del dengue, que podría extenderse hasta Chile en unas décadas, ha aumentado un 3 por ciento y un 5,9 por ciento, desde 1990.
También vamos perdiendo la batalla en las acciones de adaptación. Hay un creciente número de países, entre ellos el nuestro, que están evaluando sus vulnerabilidades, además de desarrollar planes de adaptación y preparación para emergencias. Pero el proceso es excesivamente lento y enfrenta muchas barreras. Lo mismo sucede con las ciudades, son pocas las que han iniciado evaluaciones económicas de los riesgos derivados del cambio climático, aunque la cobertura y la idoneidad de dichas medidas garantizarían la protección contra los crecientes riesgos. De hecho, la financiación para adaptación relacionada con medioambiente y salud alcanza a menos de un 10% del total de los gastos en adaptación.
También se nos está acabando el tiempo para adaptarnos gradualmente a las nuevas condiciones climáticas que dominarán nuestro medioambiente. Lo hasta aquí conseguido ofrece una muy limitada protección. La Cuenta Regresiva nos señala: “una analogía con la fisiología humana puede ser de utilidad aquí. El cuerpo humano puede adaptarse a los síntomas causado por una enfermedad leve auto-limitante con relativa facilidad. Sin embargo, si una enfermedad empeora constantemente, se alcanzarán rápidamente los limites de los ciclos de respuesta positiva y de la capacidad de adaptación. Esto ocurre especialmente cuando hay muchos sistemas afectados y cuando la falla de un sistema puede impactar en el funcionamiento de otro, como es el caso en el síndrome de disfunción multiorgánica, o cuando el cuerpo ya se ha debilitado a causa de repetidas enfermedades o exposiciones previas”.
Esta descripción calza perfectamente con lo que ocurre con las consecuencias del cambio climático. Se está comprobando que el clima actúa como un multiplicador de amenazas al agravar los problemas. Por ejemplo, los huracanes, las inundaciones, las sequías, etc. Ahora se multiplican sus efectos destructivos. ¿Por qué? Porque los efectos inesperados refuerzan la correlación entre múltiples factores de riesgo, lo que aumenta la probabilidad de que ocurran simultáneamente varios factores dañinos. De hecho, no se trata de una «enfermedad de un solo sistema», sino que a menudo el impacto agrava presiones existentes en muchos otros sistemas, por ejemplo en vivienda, agricultura, alimentación, agua, bosques, transportes, energía, seguridad, migraciones, pobreza. Se trata de un caso clásico de sinergias.
Igualmente tenemos pocos progresos en mitigación. Hemos conseguido avances muy discretos en la reducción de las emisiones de CO2 por cambios en la producción de electricidad. Aunque va aumentado el abandono a los combustibles fósiles en Europa y hay una tendencia a disminuir el uso de los automóviles privados en Europa, EE. UU. y Australia, la situación es muy distinta en los países en desarrollo. Por ejemplo, en Chile el parque automotor aumenta cada año en más de 350.000 vehículos. Más aún, en estos días hemos sido informados que rompimos un récord: más de 200.000 nuevos vehículos fueron importados en el primer semestre de 2018. ¿Adónde nos va a llevar este desatino? Esta información, por supuesto, anula todos los pequeños avances conseguidos con las nuevas instalaciones generadoras de energía solar en el Norte y el lento abandono de las formas tradicionales de producción de electricidad que en los últimos dos años ayudaron a disminuir levemente las emisiones de CO2.
Una pregunta clave: ¿quiénes van a soportar la carga financiera por los daños? Como siempre, los países de bajos ingresos entre ellos Chile, cada año experimentarán más pérdidas que los países de mayores ingresos. Lo más sorprendente es la diferencia en la proporción de pérdidas económicas que no están aseguradas. En los países de altos ingresos, casi la mitad de las pérdidas están aseguradas. Pero en países de ingresos medianos es menos del 10%, y en países de bajos ingresos menor al 1%. El importe total de las pérdidas económicas provocadas por eventos climáticos extremos (marejadas, huracanes, inundaciones, incendios forestales, sequías, aluviones, etc.) aumentó hasta 129.000 millones de dólares en 2016. Un 99% de éstas pérdidas fueron en países con ingresos bajos no asegurados. Un verdadero desastre económico y medioambiental.
El primer golpe de problemas climáticos del 2010 a 2018 ha sido tan fuerte que deberíamos cambiar nuestra forma de hablar sobre el tema. Pero como la frecuencia de las malas noticias económicas, criminales, corruptelas es tan alta, que nos mantiene literalmente aturdidos, los hemos olvidado rápidamente. Hemos preferido no tomar nota de la sucesión de catástrofes climáticas ocurridas y que siguen ocurriendo a diario en el mundo. Nos estamos acostumbrado a los efectos nefastos y los aceptamos. Para dar sólo un ejemplo, la capacidad de trabajo al aire libre en las áreas rurales disminuyó, en promedio, 5.3 por ciento durante los últimos 16 años debido al estrés por calor. Es decir, una enorme pérdida de productividad, directamente atribuible al calentamiento global. En ese período se registraron nueve de los 10 años más calurosos registrados. La productividad cayó un 2 por ciento entre 2015 y 2016. En 2015, 175 millones de personas mayores de 65 años estuvieron expuestos a olas de calor, nunca observadas en los últimos años. ¿Y quién presta atención a éstos hechos? ¿Quién ha protestado por la inacción? ¿Quién se moviliza para luchar contra el cambio climático? Nadie. Pero hay muchas manifestaciones y movilizaciones, todas importantes, sin duda. Por lo cual me pregunto: ¿Es posible que estemos concentrados en apagar un par de velitas en el living de nuestro departamento, mirando en la TV desfilar la sociedad del espectáculo, mientras inmensas llamas comienzan a consumir y destruir todo el edificio?
Para terminar, no olvidemos que en el planeta el reloj medioambiental avanza hacia un estado de peligro. Tenemos que multiplicar nuestras acciones para contrarrestar el cambio climático. Para ello, es urgente establecer en Chile cursos de acción o políticas conjuntas entre los ministerios de Salud, Medioambiente, Transporte, Energía, Agricultura, Desarrollo Social, Economía y Hacienda. La iniciativa de contar pronto con una Ley Marco sobre Cambio Climático, que responda a esas políticas, sería un buen paso adelante. No olvidemos que una respuesta tardía o mediocre en mitigación y adaptación significaría un escenario de altas emisiones. O sea, pasaríamos a ser miembros del Club de Países Irresponsables que provocarían que el planeta se caliente entre 2,6 °C y 4,8 °C hacia fines del siglo XXI, provocando una enorme secuela de eventos climáticos extremos, desastres naturales, pérdidas de vidas humanas y multimillonarias pérdidas económicas. ¿Esos son los “tiempos mejores” que deseamos para Chile?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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