Instalación urbana “Secretos” de la artista chilena María Luisa Portuondo se exhibe en Rusia


Con su obra “Secreto”, una instalación urbana que se exhibe en el Museo de Moscú, Portuondo trasciende su rol de artista para investigar la psique desde la perspectiva de los secretos.
“Cuando mi padre murió, supe que tenía un secreto que nadie conocía, ni siquiera mi madre. El tema del secreto se quedó mucho tiempo rondándome la cabeza y un día me di cuenta de que quería trabajar en este asunto”, señaló la polifacética artista en una entrevista.
Tras diez años de búsqueda de la inspiración, se le ocurrió que podía ser tan sencillo como pedirle a la gente que cuente sus secretos en una carta anónima.
Desde entonces, Portuondo va de ciudad en ciudad y pide a las personas que escriban un secreto en un papel y lo dejen en un sobre, y así ya ha recolectado confesiones en Chile, España, Italia, Alemania, China, Corea del Sur.
“Pensaba acabar al llegar a 3.000 secretos, pero la recepción del público me ha hecho pensar que esta obra no tenga fin. Quizás siga incluso después de mi muerte, porque apela a un tema universal. Todos tenemos secretos”, dijo la artista.
Sin embargo, la primera etapa de “Secreto” sí tiene un final previsto: será un libro en el que quiere descifrar la experiencia y hablar de la naturaleza y el comportamiento de los secretos en diferentes culturas, con ayuda de psicólogos, sociólogos y grafólogos.

La diferencia de los secretos
“Es muy diferente lo que es secreto en España y en América Latina, a lo que se esconde en países asiáticos. En Chile, ser gay es todavía un secreto. En Nueva York la gente se sorprendía con esto, porque en la cultura estadounidense la orientación sexual no se oculta”, relata Portuondo.
En Corea del Sur muchos piensan en el suicidio y se avergüenzas del agobio que sienten por la presión que ejerce la sociedad en una cultura muy competitiva, similar a la de Japón.
“En España muchos secretos iban de sexo, drogas y prostitutas. Una mujer confesó querer sexo con su padre. Otra reconoció que no quería ser madre. Sabia que es una buena madre y que lo será siempre, pero admitía que se había traicionado a sí misma al decidir tener hijos”, añade la artista visual.
Tiene mucho que contar, explica, “porque todo habla en este proyecto, desde cómo se ha escrito el secreto y doblado el papel, hasta la manera en la que cada persona se ha enfrentado al reto”.
“En Roma, la gente hacía cola en la calle para escribir sus secretos. Todos querían contar, porque todos querían leer. En cambio, en Alemania la gente se lo toma muy en serio”, repasa Portuondo su paso por Europa.
En Hamburgo, “un señor se llevó a su casa cinco sobres, y a los cinco días volvió con los secretos de todos los miembros de su familia”, apunta para escenificar algunas claves que quiere tratar en su libro.
Una experiencia agotadora
Recoger secretos es gratificante, pero también es una experiencia agotadora, sobre todo para la mente.
“Cargo una gran cantidad de material psíquico, por momentos oscuro. Y esa mochila simbólica se hace a veces muy pesada”, asegura la autora del proyecto.
Al principio leía todas las cartas, las ordenaba y traducía para llevarlas a otros países, pero todo cambió cuando se encontró con un secreto terrible, que le hizo renunciar a seguir leyendo.
“Un hombre confesó estar abusando constantemente de un niño. Al leerlo se me fue el rol de artista y me obsesioné con encontrarlo, pero es imposible. Después entendí que mi papel no es juzgar ni tratar de hacer justicia, sino simplemente abrir una ventana para que la gente se exprese”, confiesa Portuondo.
Sabe que es un hombre porque los participantes también rellenan una encuesta con algunos datos básicos (edad, sexo, nacionalidad) que le servirán para analizar los datos al escribir el libro.
Los secretos, aún contados desde el anonimato, de alguna manera dejan de ser secretos.
“Siento que el proyecto ayuda a la gente a sentirse en paz. Cuando escribes el secreto y lo metes en un sobre, en cierta forma lo exteriorizas y le quitas esa importancia que le dabas, y que te hacía sentirte culpable o avergonzarte. Lo cuentas, sabiendo que mucha gente lo va a leer, pero con la seguridad de que nunca sabrán tu nombre”, resume Portuondo.



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