Chileno viaja a China y propone la sustitución del Estado por una superinteligencia artificial


Roberto Pizarro Contreras (31) es ingeniero civil industrial e investigador de postgrado del programa de magíster en filosofía de la Universidad de Chile. Invitado por la Universidad de Pekín, este chileno tendrá la oportunidad de exponer el próximo 15 de agosto en el XXIV Congreso Mundial de Filosofía, cuya apertura tendrá lugar en el Gran Salón del Pueblo, el edificio usado para actividades legislativas y ceremoniales del gobierno chino y el Partido Comunista de China, situado en el lado oeste de la Plaza de Tiananmen, al frente de la Ciudad Prohibida.
Junto a investigadores de excelencia venidos de todas partes del globo, Pizarro expondrá en dos simposios: uno sobre neurociencias cognitivas y otro sobre inteligencia artificial. Aunque ambas ponencias se encuentran relacionadas, admite que es en la segunda donde ha invertido más tiempo, por cuanto se trata además de su tesis de grado, la cual es dirigida por el Dr. Raúl Villarroel Soto, académico titular del Departamento de Filosofía y Director del Centro de Estudios de Ética Aplicada de la Universidad de Chile.
Su trabajo trata sobre las bases de un sistema social que haga posible la “optimización de la inteligencia civilizatoria” a través de la reunión y síntesis de cada inteligencia particular. Es algo así como una democracia participativa integral –en el sentido de que tiene capacidad para acoger íntegramente y en tiempo real cada uno de los juicios de la población mundial, sin hacer distinción entre categorías de ciudadanos –, pero que va más allá. Como no está encabezado por ningún ser humano en particular, el gobierno, la legislatura y la judicatura se funden en una sola tecnoestructura superinteligente que está exenta de pasiones y que al mismo tiempo es capaz de reconocer cualquier intento de fraude en los juicios de la población, lo que supondría una auténtica revolución en la historia de la política: la superación de la política moderna, influenciada por su matriz de origen: el maquiavelismo.
-¿Cómo lograste concretar este viaje?
-La organización del congreso –que se realiza cada 5 años –se lleva a cabo con más de un año de antelación, tiempo en el que los investigadores postulamos nuestros trabajos, los que son sometidos a evaluación de un comité de la Universidad de Pekín.
-Dice Maquiavelo que en política el hombre debe moverse entre la astucia del zorro y la garra opresora del león. ¿Cómo consigue tu propuesta escapar a estos imperativos?
-El sistema tiene la capacidad de incorporar dentro de sí la máxima información posible de los ciudadanos, tanto aquella que proviene de los organismos públicos como aquella que recaban las corporaciones privadas. Luego, como la institución está técnicamente dirigida o arbitrada por un ente artificial, este puede detectar –accediendo a impuestos internos, por ejemplo –cuándo un ciudadano tiene intereses creados sobre la construcción de una controvertida represa, poniendo así en duda qué tan desprendida es su defensa sobre el progreso de las comunidades localizadas en el distrito en litigio.
-¿Eso quiere decir que el sistema tomaría las decisiones por nosotros?
-En modo alguno. A decir verdad, el sistema estaría corporizado por todos. Lo que está arriba es un mero árbitro, una tecnoestructura que funge como intérprete de nuestros juicios, los que filtra y jerarquiza en función del maquiavelismo contenido en ellos y los grandes proyectos u objetos existenciales que cada cual persigue. De lo que se trata es, en palabras de Jürgen Habermas, mi principal referencia teórica, lograr el crecimiento del “mundo de la vida” que subyace a cada uno de manera paritaria, lo que no es lo mismo que hablar de igualdad, ya que el sistema reconoce un ímpetu aparejado a los objetos que cada uno persigue, por lo que daría a cada cual en la medida de sus talentos y voliciones.
-¿Y si el sistema nos dominara?
-Precisamente lo que busca mi proyecto es que ya no exista más una tensión entre el “mundo de la vida” y el “sistema”. La abolición del maquiavelismo no es sino un paso intermedio para el objetivo final de este nuevo ordenamiento social: el sometimiento de los subsistemas sociotécnicos a los imperativos del mundo de la vida y no al revés. Es decir, que el engranaje se someta a nuestros dictados y no que nosotros corramos como hámsteres dentro de él. Ningún ciudadano debe sentir como un chaleco de fuerza su sociedad.
-Me refería a un desperfecto técnico. ¿Y si esa tecnoestructura fallara y se volviera contra nosotros, como un Terminator?
-(Ríe) No, nada de eso. Al menos no por ahora. Es una posibilidad interesante, pero mi investigación no versa sobre los medios de implementación de ese sistema. Hacerlo significaría imponer a priori muchas restricciones de tipo material. Es mejor pensar el sistema sin esta variable aun, para no truncar la creatividad en torno a perfilar las condiciones necesarias para una sociedad más próspera. Como dice Bostrom (otra de mis referencias teóricas), hay diferentes materias sobre las que puede constituirse un sistema así: la I.A, la emulación de cerebro completo (ECG), las redes organizacionales, entre otras. En esta primera etapa solo me aboco a un análisis crítico de la racionalidad y a la posibilidad y condiciones de realización de una superinteligencia colectiva en toda regla. Si digo “artificial” a esa superinteligencia, es para hacer hincapié en que se sustenta necesariamente en un constructo no humano.
-¿Lo que propones es entonces un “Estado Ideal” como Platón? Esto se ha intentado muchas veces ya.
-Tiene toda la pinta, no lo niego. Pero hay que recordar que el Estado Platónico es un Estado gobernado por la élite intelectual, que tiene al filósofo como rey en el trono. Y es consabido de que todos los humanos estamos sujetos a emociones perniciosas y de que todo lo humano es, por lo tanto, susceptible de fallos. Yo estoy consciente de eso. Lo que propongo en realidad es una heurística para empezar a conversar en este siglo XXI, donde ya la Globalización se ha afianzado como proceso irreversible, una manera de lograr que la existencia de cada humano en particular se pueda armonizar con la del otro de forma que puedan crecer juntos, sin detraerse más, y atendiendo a la singularidad y nota identitaria que caracteriza a cada uno. No se trata aquí de que un filósofo tenga un estatuto mayor que el del rapero, sino todo lo contrario, es decir, que cada persona tiene aparejada una riqueza ontológica imponderable a la que debemos procurarle las condiciones para sacarle lustre y garantizar su brillo. El filósofo puede inspirarse con las vindicaciones del rap y el rap es más rico y musical cuando filosofa.
-Por último, ¿le has puesto nombre ya al sistema?
-(Ríe de nuevo) Leviathan era el nombre original del proyecto. Pero no un leviatán como el de Hobbes, que es reflejo de un Estado que ordena a los hombres por medio del miedo y la coerción. Usé ese nombre (y así lo aceptó la Universidad de Pekín), porque justamente busco subvertir esa figura de una sociedad que pueda resultarnos opresiva a ratos por medio de una tecnoestructura que organice nuestros juicios de una manera tan racional e intuitiva que nadie pueda contravenir. Finalmente deseché hace poco el nombre, a recomendación de mi profesor guía, el Dr. Raúl Villarroel –quien me ha prestado un apoyo incondicional, sobre todo en el uso del más avanzado repertorio bibliográfico –, ya que esta idea tiene fondo propio y solo se mide con Hobbes de manera analógica. Además el leviatán hobbesiano tiene una carga histórica muy pesada (se desarrolla en el marco de la primera guerra civil inglesa) y el propio Hobbes, entiendo, hacia el final de sus días empieza a echar pie atrás con el establecimiento de su monstruo. En lugar de Leviathan, anunciaré en Pekín el nombre de Tecnoósfera (Tecnosphere), donde el prefijo “Tecno” hace mención a la “tecnoestructura” y “Noósfera” a una inteligencia global que con el tiempo podría implicar a la armonía racional con el resto de formas vivas, no solo las humanas.



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