Abuso Sexual a menores: lo que hemos aprendido


En septiembre de este año entrará en vigor en Francia una nueva ley contra la violencia sexual y de género que abre la puerta a la pedofilia. El proyecto ley fue liderado por la Ministra de Igualdad de Género, Marlene Schiappa. Lo contradictorio de éste, es que por una parte penaliza el acoso callejero a mujeres, con normas y sanciones similares a las que este año entraron en vigencia en la comuna de Las Condes (ordenanza que no estuvo exenta controversia), pero por otra, despenaliza las relaciones sexuales de menores con mayores de edad, cuando los primeros no logran probar que éstas no contaron con su consentimiento.
La nueva ley federal en Francia no tiene una edad legal mínima de consentimiento, lo que significa que los adultos que tienen relaciones sexuales con niños, aunque sean muy pequeños, no serán procesados ​​por violación si la víctima no puede probar “violencia, amenaza, coacción o sorpresa”. Todo el peso de la prueba queda situado en la víctima.
Varios grupos y asociaciones abocadas a la protección y rehabilitación de menores abusados, han criticado duramente esta ley, que tuvo por trampolín un dramático caso en el cual los tribunales franceses se negaron a enjuiciar a dos pedófilos (de 30 y 28 años) por la violación cometida contra dos niñas de 11 años, ya que los abogados de éstas no lograron probar que las menores no dieron su consentimiento. Incluso UNICEF Francia se pronunció enérgicamente en contra.
[ cita tipo=”destaque”]Ojalá las autoridades francesas recapaciten y vuelvan a proteger a sus niños y jóvenes. Ojalá en nuestro país las familias, los niños, jóvenes, educadores, etc. estemos cada vez mejor preparados y formados para prevenir y minimizar las potenciales situaciones de abuso sexual a menores y para pesquisar rápidamente cuando éstas ocurren. Ojalá las víctimas no se sientan juzgadas, sino que contenidas y protegidas. Ojalá que los pedófilos y pederastas criminales sientan todo el peso de la justicia.[/cita]
Varios detractores de esta ley, argumentan que al menos debería haberse fijado los 15 años como la edad mínima en que los menores tienen discernimiento para consentir tener sexo con mayores. Sin embargo, ello tampoco sería aceptable a la luz de lo que hemos aprendido de las dinámicas de abuso sexual en los últimos años. Gracias al valiente testimonio de víctimas, que muchos años después de haber sido abusados (décadas después incluso), se han animado a denunciar y se han atrevido a compartir sus terribles experiencias con la esperanza de ayudar a otras víctimas silenciosas.
Gracias a ellos, hemos aprendido que el abuso sexual y estupro hacia menores y jóvenes, aunque tengan 15, 17 o 18 años, obedece a una compleja y efectiva estrategia de parte del victimario, que antes de proceder con el delito, “engatusa” a su víctima inocente, se gana su confianza, lo o la manipula al punto que pueden hacerlos creer que se trata de una pseudo relación de pareja, con sentimientos reales. Y cuando ven que esta ilusión se desvanece, pasan a la etapa de amenazas, con las que las que logran que las víctimas se sientan los únicos o únicas culpables de toda la situación. Y hemos visto que en muchas ocasiones, sólo cuando llegan a ser adultos, van cayendo en cuenta de lo que realmente ocurrió, del engaño y de que fueron en efecto, víctimas, junto con constatar los estragos emocionales que el abuso ha dejado.
Hemos aprendido también que para estas víctimas tanto o más terrible que el abuso del que han sido víctimas, es el hecho de que las personas a las que acuden, que debieran ejercer el rol de protectores y que tienen en sus manos el poder de detener la situación, de rectificarla, de denunciar, entre otras medidas, no les creen, o minimizan la situación, o callan por miedo, vergüenza o por guardar las apariencias.  Las instituciones llamadas a entregar justicia, la niegan, sea el sistema judicial, la Iglesia, un colegio, una universidad, etc.
Organizaciones como la Fundación para la Confianza, realizan una noble labor acogiendo, conteniendo y rehabilitando a las víctimas de abuso sexual y también educando y previniendo que más niños y jóvenes caigan en este abuso, crimen aborrecible.
Ojalá las autoridades francesas recapaciten y vuelvan a proteger a sus niños y jóvenes. Ojalá en nuestro país las familias, los niños, jóvenes, educadores, etc. estemos cada vez mejor preparados y formados para prevenir y minimizar las potenciales situaciones de abuso sexual a menores y para pesquisar rápidamente cuando éstas ocurren. Ojalá las víctimas no se sientan juzgadas, sino que contenidas y protegidas. Ojalá que los pedófilos y pederastas criminales sientan todo el peso de la justicia.
Ojalá las autoridades eclesiásticas aprendan después de tantos pasos en falso, y reconozcan que algunos de sus miembros no sólo han incurrido en “errores” “pecados” u “omisiones”, sino que han cometido delitos graves, de repercusiones que marcan familias y comunidades completas, que marcan por décadas, que marcan incluso la salud espiritual. Que la Iglesia se convierta en un refugio para acoger a los heridos y no en una pesada cortina para esconder a los culpables. Se han comenzado a dar pasos en esa dirección, pero aún falta mucho camino por recorrer. Hay momentos en los que es mejor olvidar el avance en múltiples frentes para enfocarse en una sola prioridad que es urgente.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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