Obra “Primate”, el soliloquio del individuo


¿Habrá sido buena idea salir del mar o abandonar la caverna? La obra Primate presentada por el actor y director Ricardo Gaete, en la Microsala de Matucana 100 se encarga de dejarnos la pregunta planteada en el alma.
Inspirada en Informe para una Academia de Franz Kafka, asistimos a la exposición de un curioso seminario a cargo de un simio convertido en un profesor enérgico, enfrentado a sofisticados científicos de una academia, para reflexionar si lo adecuado, existencialmente, es rebelarse o proseguir con las convenciones sociales.
Para el actor Ricardo Gaete es una aventura fantástica en el triángulo de la dramaturgia, la dirección y la actuación. Una presentación de dimensiones corporales plenas, que permite una escena intensa, una montaña rusa de formas y maneras victorianas desgarradas en contorsiones simiescas, para dar vida a este cuento-novela del autor checo.
Hay un desafío vocal, mímico y de poesía visual para el espectador ante este profesor mico. Pone en juego conclusiones para nada fáciles. La actuación soberbia de Gaete, nos permite hasta experimentar lo sentido en el siglo XIX por quienes se enfrentaron a la tosca verdad de sabernos simios tristes y no ángeles caídos.
La compañía Escena Fría consigue a través del actor, ponernos cara a cara con un chimpancé humanizado para establecer un jaque a la Ilustración, como base de la ciencia occidental y la sociedad creada. Primate reprocha severamente la civilización, en un tono cercano al malestar en la cultura y se anota en la crítica espiritual del paradigma elaborado por Darwin.
En la adaptación, el actor en escena es también un simio ilustrado exponiendo en Chile ante académicos de nuestro Estado, aludiendo a la tragedia de Jeremy Button, el famoso kawésqar que en 1830 fue trasladado a Inglaterra en el Beagle y sometido a tres años de adoctrinamiento e instrucción, para ser presentado en la corte de St. James al rey Guillermo IV.
Al igual que el yagán raptado por la corona, el profesor simio de Kafka fue martirizado en cautiverio, herido durante la captura, nombrado como Pedro el Rojo y expulsado de su selva para sobrevivir en medio de la falsa libertad proporcionada por los humanos.

Luego de ver Primate, también nos podemos ir recitando el antipoema Soliloquio del Individuo, con que Nicanor Parra convierte a su hablante lírico en representante de toda la humanidad durante su epopeya evolutiva.
Kafka como un radica, se pregunta si el mono “desciende” del hombre o, al revés, se degrada hacia la humanidad. Parra, a su vez, sabe que dentro de la jaula hay alimento, poco, pero hay. Nos advierte cómo fuera de ella sólo existen inconmensurables y angustiosos espacios de libertad. Kafka sitúa a su profesor simiesco en el tránsito de ir desde una libertad absoluta, a la desdicha total.
En el soliloquio de Parra se expresa la dicotomía entre la obsesión de nuestra especie por ser aceptados y pertenecer a un grupo, con su espontánea inclinación por el individualismo. Vive en comunidad, pero se siente solo y se rodea, como respuesta, de la compañía de objetivos concretos, ciencias, artes y ortopedias.
El hombre parriano en Soliloquio del Individuo no está satisfecho, posee una larga lista de productos que nunca se detienen, pero todos destinados al vacío, ningún nuevo artilugio puede subsanar su encrucijada.
La humanidad en Kafka es un relato lacónico y la obra Primate acierta cuando refleja, con pasos fuertes sobre el escenario, esa profunda melancolía causada por la obra de Darwin cuando vino a destruir la mitología religiosa del ser humano.
Entre el simio profesor de Kafka y el soliloquio parriano, no hay mucho para ofrecerles a los animales que osen transitar hacia esta vereda de la realidad, gestada un día en el océano y luego presta a explorar playas, valles o montañas con planos y cronómetros en mano.
No sólo los hombres derrotados se quedan horas interminables con la vista fija en el mar.
No sólo los desempleados, abandonados, cansados o estafados gastan eternidades frente al azul profundo. También los exitosos, acaudalados, carismáticos y los afortunados queman tardes enteras con guiños silenciosos en dirección al todopoderoso Océano Pacífico.
Todos parecen meditar, con la línea del horizonte entre ceja y ceja, si fue acertado, como especie, haber abandonado esas profundidades, para caminar por estas tierras desesperando, para deambular por este paisaje haciendo el ridículo, inventando tanta cultura, como efecto post traumático.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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