¿Conversos, sincerados o simple moda?



Interrogado sobre lo que hacía Dios antes de crear el universo, San Agustín respondió que “el tiempo era una propiedad del universo que Dios había creado, y que el tiempo no existía con anterioridad al principio del universo”. Es una cita de Stephen W. Hawking en su libro “Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros”. Agrego que esto lo expresó en el siglo IV, bastante antes de la teoría de la relatividad y la física cuántica; Newton,¡ 1200 años después!, no lo habría imaginado.
Creo que este enfoque es básicamente producto de la fe. En San Agustín se encuentran muchos de estos giros lógicos que me hacen pensar que era intransablemente creyente.
Si San Agustín se hubiera “convertido” al ateísmo o a una religión oriental, creería que perdió la razón o que nunca, en realidad, fue creyente.
Carlos Peña en un artículo del 2 de septiembre en El Mercurio, señalaba una diferencia crucial en la manera de entender los impuestos entre marxistas y no marxistas. Yo agregaría que hay mucho más, pues mientras para los no marxistas el salario mínimo es un problema de equilibrio en el mercado del trabajo, para los “creyentes” es parte de la lucha por la apropiación del plusvalor. Se podrían mencionar miles de otras diferencias que hacen imposible entender que el tiempo también empezó, pero fuera de las dimensiones humanas.
[cit tipo=”destaque”] No intento criticar a Ampuero, Rojas o Vargas Llosa, sólo ocurre que me cuesta encontrar un colocolino converso a la U y por eso cuesta mucho creer en las conversiones. Quizás hay que darles el verdadero nombre, la sinceridad de la vejez, la moda de los 90 [/cita]
La conversión implica un cambio tan radical que me parece altamente improbable. Significa cambiar la percepción de lo evidente, involucra “pasarse al enemigo”.
Otra cosa es constatar que tus compañeros de fe no son lo que esperabas, o que están equivocados en sus métodos, o creer que ellos en verdad no tienen fe. Es una crítica a la organización que se han dado. A la Iglesia, al partido o lo que fuere.
Esa posibilidad es pariente del percatarse que en realidad no crees lo que decías creer. Puede ser que en realidad no te parezca tan malo acumular dinero, es más bien como un juego, además divertido; que los explotados en verdad son más bien flojos o cobardes; que los abusos son más bien un montaje, después de todo los abusos son tan frecuentes en la historia, que parecen parte de la naturaleza humana o que en realidad sin el tiempo, dios no puede existir y dios no puede ser ilógico.
La conversión se hace más bien un sinceramiento de la propia naturaleza.
Pero también es posible que sea difícil ser marxista después de la caída del muro de Berlín y del fin de la URSS. Después de todo, desde comienzos de los 80 el mundo entero empieza a girar hacia la derecha, hacia un mundo de mercado (que parece funcionar mejor), que “hace más sentido” como diría un sicólogo. Hasta la Iglesia se hace más individualista y se sumerge en su negocio moral (que años después se demostraría bastante cosmético). Fukuyama y su fin de la historia es, en ese sentido, la guinda de la torta.
Desde los 90 se hace difícil creer en la superioridad de las ideas marxistas, después de todo la Nueva Economía, la tercera vía, la agenda de desarrollo de Naciones Unidas o los éxitos de la OMC muestran una economía que no para de crecer y de manera cada vez más responsable y armoniosa.
Pero como en muchos ciclos de la humanidad, el proceso no tarda en “mostrar hilachas” y ya es claro que los mercados globales se encuentran en un zapato chino, incapaces de resolver, principalmente, los problemas distributivos. El mundo crece, el problema es que no para todos.
En ese sentido, la conversión es una moda intelectual (un poco “demodé” porque sería de fines de los 90), como han existido muchas a los largo de los siglos.
No intento criticar a Ampuero, Rojas o Vargas Llosa, sólo ocurre que me cuesta encontrar un colocolino converso a la U y por eso cuesta mucho creer en las conversiones. Quizás hay que darles el verdadero nombre, la sinceridad de la vejez, la moda de los 90.
Por ahí.



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