El cinismo político está fuera de moda


La ética política (la ética en la política) es una dimensión fundamental de las democracias. El instrumento mínimo e ineludible de combate a la corrupción. No solamente la corrupción material, sino la corrupción de las costumbres inherentes al buen gobierno. Corrupción que destruye la relación (relaciones) entre el poder y el ciudadano, mina la calidad de vida, erosiona el fundamental principio de las libertades políticas y de la justicia redistributiva.
El fracaso de la política es el fracaso de los hombres y mujeres en determinado momento histórico y en una sociedad dada. De ese fracaso sólo puede brotar la descomposición democrática y la podredumbre de la vida pública, con sus consecuencias atroces sobre nuestras esferas de lo privado y de lo íntimo
Aquellos que piensan la política como ejercicio de cinismo puro y que declararon la “muerte” de las ideologías: ¡¡¡despierten!!!El discurso de Obama, del 7 de septiembre 2018, en Illinois, recentra la lucha en las opciones ideológicas y el enfrentamiento en las urnas es sobre visiones enfrentadas del presente y del futuro que queremos. Las “guerras culturales” son el nuevo campo de batalla en que no podemos “sacrificar “principios fundamentales en aras de fines inconfesables.
No niego que la política es, también, un lenguaje y que como tal tiene reglas propias. Una predeterminación interna que no excluye tomar riesgos (tal como en el ajedrez) pero que sí, obliga a una información que empodera al individuo y anticipa las derivas totalitarias.  Que implementa  la necesidad de presentación de alternativas, introduce el reconocimiento de variables independientes y  una pragmática flexibilidad, inflexible, de la prudencia que permite navegar coyunturas y evitar las simulaciones.
En este sentido, tal como lo afirmó en su día Aranguren:” Las reglas empíricas a que está sometida toda política concreta son mucho más rígidas de lo que la gente suele creer: el gobernante puede hacer mucho menos de lo que piensa”. Son estos límites, internos, constitucionales y éticos a la acción del gobernante que nos protegen de caer en las distopías sociales y en la perpetuación de regímenes disfuncionales.
No, nos hagamos ilusiones. La política y las distopias están, siempre,  peligrosamente cercanas. No olvidemos que un tirano “ilustrado” es siempre un tirano. Que los tiempos políticos acaban siendo, siempre, histórico-políticos. Que el hombre y la mujer son “animales políticos” cuya vitalidad pública tiene una curva comparable a la inflación. Que una representatividad meramente funcional, creadora de una profesionalización de la “clase política “es productora de disfuncionalidades y, por ende, introduce un riesgo interno para las democracias.
Paradoja por demás interesante y, con la cual, tenemos que lidiar. Paradoja ante la cual solo tenemos una arma realmente eficaz: la ética política.
Dos casos de la reciente historia política del siglo XX y del XXI son esclarecedores de la fragilidad interna de los sistemas políticos y de los riesgos inherentes para las democracias que abandonan los principios éticos y optan por el cinismo como paradigma de “normalización” de la “amoralidad” política.
Por un lado, la perniciosa simulación narrativa del fascismo (aparentemente eliminado en el último siglo y que, hoy, está renaciendo bajo la engañosa “marca” de los “alter right”) quedó, perfectamente, evidenciada en la frase de Aranguren: “el fascismo ha sido el único movimiento de derechas que no se presentó como tal, sino como superados de la antítesis derecha -izquierda”.
No nos engañemos: el fascismo no crea sinergias. El fascismo divide. El fascismo no produce buen gobierno. El fascismo, sea en su forma ortodoxa o en sus ropajes “alter right” y “nacionalistas” para consumo de los usuarios de Internet, instala el cinismo en la gobernanza como principio único de una amoralidad del estado criminal. Lo vimos con Mussolini, Franco y, ahora con Trump, etc.
Por otro lado, tenemos el caso de los partidos “tutti fruti” que aglomeran en sus tribus internas a todas las “corrientes”, estructura a partir de la cual, ejercen un control totalitario de las sociedades usando como herramienta represiva a un aparato partidario que no solamente ejerce el poder, pero que se transforma en “fuente” del poder.
Este último “modelo” fue y es visible en la historia interna, hecha de altos y bajos, de partidos que se han convertido en el aparato del poder y, después, han implosionado en su imposibilidad de refundación, como es un claro ejemplo la historia de más de siete décadas del PRI mexicano. Historia que predice cómo será el futuro anunciado de sus “avatares”, producidos en las últimas tres décadas, bajo diversas variantes del “modelo” de referencia y, que internamente contienen las semillas de su ineficiencia como alternativa, porque mantienen vigente la eliminación de la ideología como principio rector de la política, y perpetúan el cinismo como nodo central de su lectura de lo político.
Si existe prueba de la inanidad del cinismo elevado a paradigma político esta es elocuente. Y, refuerza el imperativo del regreso a una política centrada en las ideologías que debe dejar de lado las tentaciones de un “maquiavelismo” de bolsillo que tiene la consistencia de un McDonald’s con salsa poblana.
Porque, seamos concretos, las sociedades contemporáneas, todos nosotros, ya no tienen, no tenemos, ni  el estómago ni ganas  para soportar el cinismo en la política.  Entiéndanlo: el cinismo político está fuera de moda y, así se pierden las elecciones.  En términos coloquiales : el cinismo político está “out” ; la ética política  “in”.
Las opiniones vertidas en las columnas son de exclusiva responsabilidad de quienes las suscriben y no representan necesariamente el pensamiento ni la línea editorial de Monitor Expresso



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