1968: Díaz Ordaz ordena el asalto militar de CU



Nota del editor: Desde el 23 de julio, Animal Político presenta materiales periodísticos para conocer los hechos, nombres y momentos clave del movimiento estudiantil del 68 que se vivió en México.
La cronología se publica en tiempo real, a fin de transmitir la intensidad con que se vivieron esos días y se tenga, así, una mejor comprensión de cómo surgió y fue frenado a un precio muy alto el movimiento político social más importante del siglo XX.
Queda mucho por saber y entender: 50 años después aún no sabemos por qué una riña estudiantil –como muchas que hubo previamente– detonó la brutal represión del gobierno.

Lo que es cierto es que el 68 fue, es mucho más que la masacre del 2 de octubre. Hubo un contexto que lo explica. Y eso es lo que les presentamos aquí.

Ciudad de México, 18 de septiembre de 1968.- En un hecho sin precedente, el presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó la toma militar de Ciudad Universitaria, operación ejecutada por 10 mil elementos del Ejército, que ocuparon todas las instalaciones universitarias aproximadamente a las 10 de la noche de este miércoles con decenas de tanques ligeros, vehículos artillados y de transporte.
En la toma militar de Ciudad Universitaria participaron una brigada de infantería, el 12 regimiento de caballería mecanizado, un batallón de fusileros paracaidistas, una compañía del batallón Olimpia, dos compañías del segundo batallón de ingenieros de combate y un batallón de Guardias Presidenciales; en suma, 10 mil efectivos al mando del general Crisóforo Mazón Pineda.[1]
Los militares asignados a la operación, a cuya cabeza se encontraban también los generales Gonzalo Castillo Urrutia y José Hernández Toledo como jefes de la operación,[2] hicieron prisioneros a cerca de mil 500 estudiantes, profesores, funcionarios universitarios y trabajadores administrativos, y los trasladaron a la explanada de Rectoría, donde fueron obligados a tirarse pecho tierra con las manos en la espalda.
Aunque atemorizados por el vasto despliegue militar, los prisioneros no se arredraron y, con el riesgo que implicaba desafiar al Ejército, cantaron el Himno Nacional mientras –los que podían– levantaban las manos y con sus dedos hacían la V de la victoria.

“Hubo necesidad de hacer uso de la fuerza pública”
Media hora después de que empezó la acción militar, la Secretaría de Gobernación emitió un comunicado en el que argumenta: “Es del dominio general que varios locales escolares (…) habían sido ocupados y usados ilegalmente, desde fines de julio último, por distintas personas, estudiantes o no, para actividades ajenas a los fines académicos”.
Sin identificar a los destinatarios, Gobernación afirma: “No atendieron las exhortaciones realizadas por el C. Rector”.
Y justifica: “Se esperó con toda la paciencia que volviera la cordura”.
“Las autoridades universitarias carecen de los medios materiales necesarios para restablecer el orden dentro de sus respectivos planteles (…) Hubo necesidad de hacer uso de la fuerza pública para desalojar de los edificios universitarios a las personas que no tenía derecho a permanecer en ellos”.
Directo a Rectoría
Lo primero que hicieron los militares fue tomar el edificio emblema de la UNAM: su Rectoría. Ahí, obligaron al secretario de la Universidad, Jorge Ampudia, a que les entregara las llaves del inmueble.[3]
No obstante, al carecer de planos detallados de Ciudad Universitaria y temiendo que hubiera resistencia, las tropas avanzaron lentamente –incluso hubo pelotones de soldados que se perdieron– lo que permitió escapar a los miembros del Consejo Nacional de Huelga (CNH).
El propósito oficial del asalto al campus universitario, de acuerdo con la Secretaría de Gobernación, fue detener a los integrantes del CNH, que en ese momento sesionaban en el auditorio de la Facultad de Medicina; sólo uno de ellos fue capturado por los militares.
Según los testimonios recogidos, la actriz y directora Nancy Cárdenas y los escritores Juan García Ponce y Carlos Monsiváis, escucharon los primeros indicios de la operación accidentalmente, cuando cenaban en un restaurante cercano a Ciudad Universitaria, cerca de las 10 de la noche, y un extraño ruido los puso en alerta.[4]
Era el rumor producido por tanquetas, vehículos de asalto militar, camiones repletos de soldados. El Ejército tomaba por asalto la sede de la Universidad Nacional Autónoma de México en esos momentos.
En un “nuevo ataque brutal contra la Universidad”, en una “operación torpemente realizada, 10 mil soldados con tanques, camiones y otros vehículos se apoderaron de todos los recintos universitarios”.[5]
Nadie ofreció resistencia
Desde agosto, el Ejército ha sido utilizado para amenazar y atemorizar a los estudiantes con una invasión. Se pretendía que las maniobras militares en los alrededores de las escuelas politécnicas y universitarias enfriaran la combatividad de las mismas. En las primeras ocasiones causaron alarma los telefonazos de gente que anunciaba la proximidad del Ejército. Así, durante semanas, soldados iban y venían del norte al sur de la ciudad, es decir de Zacatenco a la Ciudad Universitaria.[6]
En esta ocasión no fue sólo una acción intimidatoria.
La operación cubrió varios frentes. El Estadio Olímpico fue rodeado por miles de soldados y decenas de tanques; en otra maniobra que pretendía aumentar el efecto disuasivo de la acción militar, se dispusieron dos columnas de soldados a lo largo de Insurgentes, hasta llegar a Periférico Sur.
Los efectivos del Ejército se desplegaron en todos los edificios de Ciudad Universitaria. La tropa entró a cada uno de ellos, recorrieron oficinas, salones, auditorios. Desalojaron a cientos de estudiantes, funcionarios, empleados, padres de familia que se reunían para comenzar a organizarse y apoyar a sus hijos. Nadie ofreció resistencia los militares.
El número de detenidos –que fueron subidos a los transportes militares y trasladados a la explanada de Rectoría– alcanzó los mil 500, según el propio Ejército. Entre ellos se encuentran relevantes académicos y funcionarios universitarios, como Ifigenia Martínez, directora de la Escuela de Economía; Julio González Tejada, director de Orientación y Servicios Sociales; Rafael Moreno Montes de Oca, director de Publicaciones; Pablo Marentes, director de Información y Relaciones; Armando Sayas, director de la Orquesta Sinfónica de la UNAM; el filósofo Eli de Gortari; el abogado Armando Castillejos, Francisco Valero Recio (general retirado), Rosa Bracho, Eugenia Valero Becerra y Rosario Peniche.[7]
Los partes militares sobre la ocupación de CU aportaron datos curiosos. Por ejemplo: “En la zona de acción de esta unidad se recogieron una pistola marca Ruby calibre 38 y otra de gas en forma de pluma fuente (…) Cabe informar igualmente que la mayoría de las personas detenidas estuvieron dando muestras de franca y antipatriótica actitud subversiva, cantando himnos guerrilleros incitando a la revolución, proclamándose orgullosamente valientes guerrilleros que al morir en las trincheras vivirían para la eternidad. Todo lo cual fue cantado con más entusiasmo y mejor entonación que cuando cantaron  posteriormente el Himno Nacional mexicano.[8]
“Igualmente se informa que entre las mujeres detenidas había por lo menos dos embarazadas que, sin recato alguno (sic), pedían permiso para ir al baño (…) De lo anterior se deduce que la Universidad ya no funcionaba como tal, sino como un centro de perversión (sic), todo lo cual manifestado por pláticas que tuve con algunos empleados (…) que había entre ellos pandillas terroristas que exigían dinero a la mayoría de estudiantes y principalmente a las muchachas, a las cuales obligaban bien a darles su cuota o a darles show”.
El general Crisóforo Mazón Pineda anotó en su parte militar: “Adjunto me permito remitir a esa superioridad folletos y libros propagandísticos así como artículos diversos tales como: ropa interior femenina, preservativos y fotografías pornográficas, los cuales fueron encontrados en los locales de esta Ciudad Universitaria”.[9]
A la caza del CNH… y sólo detienen a un delegado
El Ejército rodeó todas las escuelas antes de enfilarse a la Facultad de Medicina, donde sesionaba el Consejo Nacional de Huelga, pero muchos miembros de los comités de lucha de las escuelas y facultades, alumnos, maestros, empleados y padres de familia salieron corriendo entre los mismos vehículos militares que avanzaban lentamente.
En el auditorio de la Facultad de Medicina, al fondo de Ciudad Universitaria, el CNH todavía no lograba reunirse por completo. “Hacía tiempo se venía insistiendo en que era necesaria la puntualidad de los delegados, pues muchas veces se iniciaban las sesiones con 50 de los 200 delegados. Por supuesto, el auditorio estaba casi vacío y se inició la sesión”, comentó Luis González de Alba, representante de la Facultad de Filosofía y Letras en el Consejo.[10]
Gracias a esa impuntualidad, entre otros factores, ninguno de los integrantes del CNH fue detenido durante la ocupación, salvo Romeo González Medrano, representante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y sólo porque se regresó a tratar de sacar un mimeógrafo.
Cuando los tanques ya estaban a las puertas de la UNAM, llegó el primer aviso al CNH, pero el orador en turno no le prestó atención. “Al poco rato ‒contó González de Alba‒, entró otro compañero, quien con toda calma informó: ‘Aquí abajo, en el estacionamiento de la facultad, se están acomodando los tanques y los transportes de paracaidistas; si quieren salir, apúrense. Yo ya me voy’”.[11]
Los tanques avanzaban lentamente, al ritmo de las palabras de León Felipe que caían desde los altavoces que transmitían la señal de Radio UNAM.
De repente, dejó de transmitir la radio universitaria. León Felipe calló. Alcira Soust, una joven escritora uruguaya a cargo de los controles que había puesto el disco de Voz Viva en el que el poeta español lee sus textos, corrió a esconderse en uno de los baños de la torre de Humanidades.
“Alcira, desde la ventana de un baño del octavo piso de la torre, miraba cómo estudiantes y profesores eran llevados a punta de bayoneta, algo que su moral y su pánico no toleraban”.[12]
El himno, la bandera, la V de la victoria
Una buena cantidad de militares se concentraron en Rectoría. A los cientos de detenidos se les obligó a tirarse pecho a tierra y a colocar las manos detrás de su cabeza. Piquetes de soldados vigilaban, sosteniendo cada cual su fusil con bayoneta calada.
Menos de una hora pasó desde que se inició la ocupación; 10 minutos antes de las 11 de la noche un grupo de cinco soldados comenzó a arriar la bandera que estaba a media asta desde que el rector la colocó el 30 de julio.[13] En ese instante, los cientos de capturados se levantaron y cantaron el Himno Nacional.
Ya arriada la bandera, los soldados gritaban: “¡Al suelo, al suelo!”. Todavía allí, los prisioneros siguieron cantando el himno. La diferencia de recursos era por lo menos abrumadora. “Trescientos seres desarmados contra 10 mil soldados con jeeps, tanques ligeros, carros de asalto”. Se les empezó a subir a los camiones. De nuevo, entonaban el himno.[14]
A pesar de la gravedad de la situación, los detenidos no sólo tenían el arrojo de cantar sino que daban muestras de algo más: “Los compañeros que habían sido detenidos, tirados boca abajo en la explanada, levantaban los brazos entre las botas de los soldados y hacían la V: ¡Venceremos! Esa era la actitud; nunca el abatimiento, sino la indignación”.[15]
El saldo oficial de la ocupación de Ciudad Universitaria se sintetizó en cuatro renglones: “A las 0:20 horas del 19 de septiembre, en 20 camionetas panel de la policía fueron sacadas las personas detenidas. Una parte de los detenidos fue conducida a la cárcel preventiva de Lecumberri y otra a la Procuraduría General de Justicia del Distrito y Territorios Federales. Fueron aprehendidas unas mil 500 personas”.[16]
La carta de Echeverría
En la mañana de este mismo miércoles 18, llegó a la Facultad de Ciencias de la UNAM una carta dirigida al Consejo Nacional de Huelga de parte del secretario de Gobernación, Luis Echeverría, en la cual se afirmaba que dada la proximidad de los Juegos Olímpicos, el gobierno federal estaba interesado en resolver a la brevedad posible el conflicto.
Asimismo, se solicitaba al CNH nombrar de inmediato a sus representantes para dar inicio al diálogo público.[17]
Visto a la luz de lo sucedido horas más tarde, Salvador Martínez della Rocca, del Comité de Lucha de la Facultad de Ciencias, definió como una trampa el mensaje de Echeverría: “La carta tenía tal importancia política que era seguro que a las ocho de la noche de ese día el CNH en pleno estaría discutiendo, en el auditorio de Medicina, tanto las condiciones como sus representantes para el diálogo con el gobierno. Con esa absoluta seguridad, a las 10 de la noche el Ejército rompe el silencio y toma Ciudad Universitaria. La maniobra había sido clara. Se trataba de garantizar la presencia completa del CNDH, tomar CU, detener a todos los dirigentes estudiantiles y así descabezar al movimiento”.[18]
“Peor todavía”, apuntó por su lado Raúl Álvarez Garín, dirigente del CNH: “en la mañana del día 18, los periódicos daban cuenta de la aparente disposición de la Secretaría de Gobernación para formalizar el diálogo”.[19]
En tanto, durante el día, en la UNAM se efectuaron varias asambleas y un mitin frente a Rectoría –con la participación de unos 5 mil estudiantes, profesores y empleados universitarios– para determinar si se retornaba a clases o se continuaba la huelga hasta que el gobierno diera solución a los seis puntos del pliego petitorio.
Se optó por esto último: el rechazo al regreso a clases fue masivo, aunque el CNH flexibilizó su postura y matizó: declaró que aceptará el diálogo por escrito, si la difusión de los documentos es precisa y profusa.
Y en diversos rumbos de la ciudad, grupos de choque –formados por integrantes del Movimiento Unificado de Renovadora Orientación (MURO) y porros de la UNAM– atacaron en distintos puntos de la ciudad.[20]
Por la mañana tomaron la preparatoria 1 y atacaron en la prepa 7. Por la tarde agredieron violentamente a brigadistas de la prepa 2; el estudiante Hugo Alvarado Monterrubio, de la Facultad de Ciencias, recibió un balazo en una pierna. También se lanzaron contra alumnos las facultades y escuelas de Economía, Derecho, Medicina, Ciencias y Artes Plásticas; Eduardo del Valle, El Búho, delegado de Economía ante el Consejo, fue uno de los tres estudiantes golpeados.[21]
Referencias:
[1] Citado en Gustavo Castillo García, “La toma de CU”, La Jornada, 18 de septiembre de 2008. En www.jornada.unam.mx/2008/09/18/index.php?section=politica&article=016n1pol
[2] “18 de septiembre de 1968. La Ciudad Universitaria es ocupada por el Ejército”, Instituto Nacional de Estudios de las Revoluciones de México, disponible en www.bicentenario.gob.mx
[3] Guevara Niebla, op. cit.
[4] Monsiváis, Carlos, Democracia, primera llamada: el movimiento estudiantil de 1968, Conaculta y gobierno del estado de Colima, México, 2010. En www.mty.itesm.mx/dhcs/deptos/ri/ri-802/lecturas/nvas.lecs/1968-monsi/mc0292.htm
[5] Guevara Niebla, Gilberto, “El Ejército toma Ciudad Universitaria”, La Crónica de Hoy, 12 de septiembre de 2017. En www.cronica.com.mx/notas/2017/1055968.html
[6] González de Alba, Luis, Los días y los años, Era, México, 1971, p. 125.
[7] Guevara Niebla, op. cit.
[8] Jardón, pp. 76 y 77.
[9] Ídem.
[10] González de Alba, op.cit., p.125.
[11] Idem.
[12] Salazar Peralta, Enrique, El ropero, Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2015, pp. 88 y 89. En http://bibliotecavirtual.itca.gob.mx/wp-content/files_mf/1439582153ElRoperoCOMPLETO.pdf
[13] Castillo García, op. cit.
[14] Monsiváis, op. cit., p. 121.
[15] González de Alba, op. cit., p.127.
[16] Castillo García, op. cit.
[17] Otras voces, p. 227
[18] Ídem.
[19] La estela, p 73
[20] Roberto Diego
[21] Jardón, p. 76



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