translated from Spanish: ¿Democracia enferma? – El Mostrador

Hace algunas semanas, el Presidente de la República ha señalado reiteradamente que por los días del golpe de Estado  la democracia chilena estaba “profundamente enferma”.
Extrañas palabras para quién es considerado como un político de pensamiento liberal. De esa manera, S. Piñera, abraza abiertamente un pensamiento transformado en sentido común en la ultraderecha nacionalista. Sentencia grave y peligrosa porque sobre la base de ese razonamiento se justificó el quiebre de la democracia. En los años cuarenta, anti liberales como J. Prat, se preguntaban si la nuestra era una ¿Democracia Sana? En los ochenta, según Gonzalo Vial, nuestro país era un pueblo políticamente enfermo a causa de la decadencia del régimen político-social. Por su parte, Pablo Rodríguez (fundador de Patria y Libertad), ad portas de la Transición también reiteró el llamado autoritario por la decadencia del Estado. La democracia profundamente enferma, afectada por proyectos ideológicos fundacionales  y excluyentes recuerda las tesis de Mario Góngora respecto a que las planificaciones globales lanzaron al país al despeñadero.
La democracia enferma, a partir del 11 de septiembre de 1973, fue tratada con el escalpelo que evisceró a sindicatos y federaciones, a instituciones, a seres humanos. En las consideraciones del sector  había que rehacer el régimen político-social que desde 1952 venía debilitando a la derecha. Aún más, había que paralizar el proceso que desde 1958 venía perfeccionando las instituciones políticas, y la participación ciudadana. Por ejemplo, las reformas electorales de esos días, permitieron que los inscritos aumentaran un 100,16%  y que los votantes lo hicieran en un 135,40%. En suma, la consecuencia del saneamiento democrático fue la democratización de la vida nacional.

Dicho de otra manera, en el pensamiento ultra nacionalista la democracia enferma había posibilitado la decadencia y la pérdida de los consensos que habrían llevado al quiebre de la unidad nacional surgiendo la demanda por un nuevo Estado. Por eso, es tan importante aflojar la espoleta de la bomba del olvido, porque comienzan a reaparecer ideas que la amnesia historicista encubre, entre ellos, uno de carácter cardinal: la construcción del Estado neoliberal. Una historia compleja, por cierto, porque la arquitectura del nuevo Estado requirió la destrucción del anterior, el viejo sueño que las derechas venían incubando desde 1938 cuando se opusieron a las políticas del Frente Popular. De eso nada dice nuestro Presidente.
En efecto, para construir un nuevo Estado se requería intervenirlo quirúrgicamente, operación difícil por diversas razones, entre ellas, porque era la fórmula que imperaba en la economía-mundo y por el compromiso estatal con la educación, la salud, la vivienda, la seguridad y la previsión social. Además, porque desde las reformas políticas de 1958, Chile había alcanzado su máximo de democracia, acentuándose la movilización de los postergados que reclamaban representación en el Estado.
La intervención sobre la democracia enferma fue infinitamente dolorosa. La destrucción del Estado benefactor solo se pudo hacer a través de una estrategia que tuvo como eje central el terrorismo de Estado, mecanismo posible de medir, entre otros aspectos, por la cuantía de los humillados y por la relación que existió entre las fases de la represión y la construcción del Estado de Excepción.
La I de esas fases fue la represión masiva y descoordinada que acompañada por el miedo preventivo se orientó a la paralización de la resistencia. Simultáneamente se inició la devolución de fundos y fábricas con el objetivo de asegurar el sistema de apoyo. El desmantelamiento de los centros productivos fue simultáneo a la prohibición de los partidos, sindicatos, federaciones, prensa, etc. La II fase fue la de la estructuración central de la represión caracterizada por la aparición de la DINA; aquellos  fueron los años en que apareció un aparato represivo y preventivo manejado en el más completo silencio  mientras se reorganizaba la economía. Luego sobrevino una III fase, la de la inteligencia política, apareciendo la CNI, pasando a formar parte de esta un poderoso equipo de profesionales que se esforzaron por crear un clima cultural que permitiera sortear el aislamiento internacional y la captación de capitales para la reinserción en la economía internacional. Luego, operó la IV fase, la de la represión institucionalizada en cuyo contexto se iniciaron las “7 modernizaciones” que transformaron el Estado y condujeron al neoliberalismo. Finalmente, la V fase, la de mantención y reproducción se orientó a impedir que las Jornadas Nacionales de Protesta derivaran en un derrumbe sistémico, iniciándose las operaciones para la Transición a la Democracia.
Ese fue el remedio para la democracia enferma.
En fin, la Transición, fue posible porque la recomposición de la economía-mundo ya estaba terminada, tal como había terminado la transformación del Estado en Chile. Fue un paso importante en la redemocratización del país, pero no se logró una democracia sustantiva, prueba de ello es el malestar que invade todas las esferas de la vida. Por eso, darle un uso público a la historia no es una banalidad, es una necesidad, si queremos expulsar los temores y malestares que invaden a la sociedad. Es una necesidad para que la vía político-institucional no tenga pendiente el elemento quirúrgico sobre su cabeza.
Confrontar la visión-de-mundo de la derecha para que reconozca su rol en el quiebre de la democracia y la violación de los derechos humanos es imprescindible. Las palabras de buena crianza no sirven. Lograr una democracia sustantiva, para todos los chilenos,  requiere que la derecha abandone tanto su vocación de recorte de la democracia como la justificación del horror. Para ello es necesario confrontarla en sus razonamientos, de lo contrario, seguirá haciendo retroceder la convivencia al punto de borrar el clamor por los (maltrechos) consensos y la (incierta) reconciliación. No existe democracia enferma, solo sistemas políticos que deben ser perfeccionados permanentemente a partir de un Contrato Social que resguarde las garantías de la convivencia.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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