Noviembre electoral en EEUU



Noviembre electoral en EEUU. Foto: Thomas Cizauskas (CC BY-NC-ND 2.0).
Queda poco más de un mes para las elecciones de media legislatura o midterms en EEUU. El martes 6 de noviembre los estadounidenses están llamados a renovar los 435 escaños de la Cámara Baja y un tercio de Senado, además de votar por más de la mitad de los gobernadores, otros muchos cargos en el ámbito estatal y local, y una amplia gama de referéndums y consultas locales. Por algo se dice que EEUU está siempre en elecciones. Estos comicios son quizás más importantes de lo habitual porque su resultado será sin duda interpretado como un juicio a la mitad del primer mandato de Donald Trump, y en clave para las presidenciales del 2020. 
Los demócratas aspiran a recuperar la Cámara Baja, lo que les facilitaría llevar a cabo una oposición más efectiva. Pero la polarización de la sociedad, sin duda acuciada por las políticas del magnate, puede ser un hándicap para ellos. De hecho, en las primarias demócratas algunos de los vencedores  han sido los candidatos más cercanos a las ideas del senador Sanders, el “socialista” que luchó contra Hillary Clinton en la nominación de 2016. Entre ellos está Alexandria Ocasio-Cortez, joven y de origen hispano capaz de imponerse a alguien de probada experiencia como Joe Crowley en Nueva York; o Rashida Tlaib que será la primera mujer musulmana elegida en el Congreso después de vencer en las primarias demócratas en Michigan, considerado de antemano como “seguro” para los Demócratas. Ambas provienen de las filas de los Democratic Socialist of America, una etiqueta que puede reactivar al electorado más progresista pero que preocupa y asusta a los demócratas más moderados y centristas. Al mismo tiempo, esto puede movilizar aún más a los conservadores y “trumpistas”. Tal es así que la tendencia entre las filas demócratas de escoger a candidatos progresistas se ha frenado. No quieren perder y están volviendo a apostar por el pragmatismo, por aquellos que tienen dinero para sus campañas y cuentan con una buena organización detrás, como es el caso de Iowa, New Hampshire y Nevada. 
Entre las filas republicanas existe menos preocupación de la que se esperaría tras unos pronósticos que apuntan a un 60%  –para algunos más– de posibilidades de que el Partido Demócrata se haga con la Cámara Baja. También eluden los datos históricos que dicen que el partido del presidente suele perder más escaños en este tipo de elecciones, en concreto una media de 36-37 escaños, y de que se pierde más cuando menos popular es el líder, como es el caso Trump. 
No les preocupan los datos históricos porque la economía va bien, o muy bien. Están contentos con el bagaje de los últimos dos años, con reducciones impositivas, una reforma regulatoria, uno o casi dos nuevos jueces en la Corte Suprema, y una política exterior que se parece a la anterior en términos de estabilidad. Por ello, en sus filas avanzan los “trumpistas” y pierden fuerza los más moderados como Paul Ryan, que no se presenta a la reelección. La táctica republicana para noviembre es, precisamente, ahondar en la polarización y sacar provecho de la supuesta inclinación hacia la izquierda de los demócratas, en un país donde la palabra “socialista” sigue dando miedo. Pero también tienen sus vulnerabilidades, en especial entre la clase media y los más moderados. Los primeros han sacado pocas ventajas con la reforma fiscal, los segundos cada vez aguantan menos las salidas del presidente. 
En lo que ambos partidos están de acuerdo es en la necesidad de movilizar a su electorado. En las elecciones de media legislatura votan entre un 10 y 20% menos que en las presidenciales. Suelen ser además más mayores, más conservadores y de menor diversidad racial que en unas generales. Es decir, un electorado más bien republicano con altas abstenciones entre las hispanos, afroamericanos, y gente joven; es decir la base demócrata. De ahí la importancia para el partido azul de movilizar a sus electores. Consideran fundamental convertir la ola de indignación generada por el polémico estilo y las políticas de Donald Trump, especialmente entre las mujeres, jóvenes y minorías raciales, en entusiasmo para sus candidatos a la Cámara. 
 “Votad”, así de simple ha sido el mensaje de Barack Obama en su incursión en estas elecciones, como nunca hizo cuando era presidente (los demócratas fueron masacrados en las midterms de 2010 y 2014). Para el expresidente, son las elecciones más importantes que recuerda y la continuidad del control republicano amenazaría la propia democracia del país. Obama sigue siendo la figura más poderosa del Partido Demócrata, con capacidad para unificar al partido en una fase de lucha ideológica e intergeneracional. El problema es que sea el único con los requisitos y carisma para liderar la lucha contra el “Trumpismo”. 
Los republicanos, por su parte, están movilizando a sus bases frente a los “socialistas” y frente al deseo demócrata de iniciar un impeachment contra el presidente, posibilidad que se podría materializar si éstos retoman el control de la Cámara Baja. Parece absurdo pero son los Republicanos los que están estimulando a sus votantes con el tema del impeachment, mientas que la propia Nancy Pelosi, líder demócrata en la Cámara de Representantes, ha pedido a los candidatos que eviten este tema porque podría tener un efecto negativo entre los independientes y moderados. 
Los demócratas confían en la historia y quieren sacar provecho de su momentum. El libro de Bob Woodward que describe una Casa Blanca sumida en el caos, las mentiras de Trump sobre el número de muertos tras los huracanes en Puerto Rico, la cooperación de Paul Manafort en la investigación de Robert Mueller sobre la trama rusa, y el escándalo que está rodeando la aprobación de Brett Kavanaugh como nuevo juez de la Corte Suprema así lo atestiguan. Los republicanos aprendieron de 2016 que es muy difícil predecir los resultados electorales y que lo que importa no es lo macro –Hillary Clinton ganó el voto popular– sino lo micro, es decir estado por estado y distrito por distrito. Aunque puede que al final todo quede en manos de los chinos si, como dice Trump, les ha pillado con las manos en la masa tratando interferir en las elecciones de noviembre. 
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