¿la fuerza militar regresará a Brasil?



Pasaban de las 5 de la tarde del jueves 6 de septiembre cuando los videos de un atentado contra el candidato de extrema derecha en Brasil comenzaron a circular en las redes sociales. En las imágenes, el político, en pleno ejercicio de su séptimo mandato como diputado federal, aparecía apuñalado en el abdomen en el interior del estado de Minas Gerais, más precisamente en Juiz de Fora, ciudad ubicada a 190 kilómetros del centro nervioso y político del país, Brasilia. Mientras una parte de los votantes dudaba del episodio —dado lo inusitado de una acción contra un presidenciable en campaña y protegido por policías federales—, otra hacía las primeras proyecciones de escenarios electorales. El mayor beneficiado del acto desproporcionado tenía nombre y apellido: el propio capitán reformado del ejército Jair Bolsonaro, de 63 años, víctima del ataque. El razonamiento más obvio era que, de sobrevivir al episodio sangriento, ganaría dividendos electorales y, a partir de allí, se tornaría prácticamente imbatible en la disputa por el Palacio del Planalto, sede del gobierno brasileño.
Bolsonaro —afiliado al hasta entonces inexpresivo Partido Social Liberal (PSL)— sobrevivió después de pasar por dos cirugías delicadas para recomponer órganos vitales que fueron cortados por el cuchillo que lo hirió. El criminal, por su parte, fue arrestado y hasta el momento todo indica que actuó solitariamente, sin participación ni ayuda intelectual de grupos políticos. El presidenciable, como ya mostraban las primeras proyecciones, creció a punto de casi cerrar victorioso la elección presidencial brasileña en la primera vuelta, hace dos semanas. Lo que mucha gente, incluyendo estudiosos del sistema político brasileño, no pudo percibir, sin embargo, es que, independientemente del atentado, la fuerza del político se dibujaba desde 2015, con los primeros actos públicos que derribaron a la entonces presidenta Dilma Rousseff (PT).
El proyecto de poder diseñado por el militar retirado era conocido para aquellos que lo acompañaban de cerca, pero totalmente desconocido para académicos, especialistas en marketing y políticos de partidos tradicionales. Y ahora, que es un caso exitoso, presenta más dudas que certezas; de lo que sí se tiene certeza es que podría llevar al país a una crisis sin precedentes en las instituciones y en la propia sociedad brasileña. No es que la otra opción a la presidencia, representada por el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad —exalcalde de la ciudad de São Paulo—, pudiera significar algún respiro al elector, pero la sombra del autoritarismo del proyecto del exmilitar asusta a gran parte de los defensores de los regímenes democráticos. Para empeorar el panorama, el perfil de parte de los congresistas electos es conservador y militarizado.
“La última elección brasileña, en 2014, ya mostraba que había una parte conservadora del electorado brasileño. Este grupo de votantes parecía estar en torno al 15 por ciento”, afirma Ivo Coser, coordinador del Núcleo de Teoría Política de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). El perfil de este estrato de la sociedad brasileña estaba formado por gente molesta con las políticas públicas de los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, principalmente con los programas de distribución de renta, de derechos humanos y ambientales —por más que tales proyectos también fueran objeto de críticas de integrantes de la izquierda por no ser tan profundos—. Los votantes más a la derecha invariablemente votarían contra un candidato del PT, fuera quien fuera. Los primeros resultados en las encuestas, hasta principios de este año, parecían mostrar que Bolsonaro no superaría el 20 por ciento de los votos, evolucionaría poco o incluso perdería fuerza a lo largo de la campaña. Error. El presidenciable conquistó casi 50 millones de votos y es favorito para ganar la elección y convertirse en el trigesimooctavo presidente brasileño. Incluso, aunque Haddad, el candidato de Lula, consiga un milagro electoral, la caja de Pandora ha sido abierta y se ha mostrado más que un flirteo de los electores brasileños con el autoritarismo.
¿QUÉ OCURRIÓ?
“Todavía debemos tomar un tiempo para entender lo que pasó hasta ahora en las elecciones brasileñas”, dice el profesor Coser. “Se sabía que tenía ganada una parte de los votantes contrarios a los programas de la reforma agraria y a quienes estaban irritados con las políticas sociales de los gobiernos petistas, pero la cantidad de votos de Bolsonaro no parece tan fácil de analizar”, completa. Hay, sin embargo, algunas pistas sobre el fenómeno electoral de un diputado que hace menos de cuatro años era considerado folclórico entre los propios pares en el Congreso Nacional, sin mayor relevancia en la formulación de proyectos. Durante 28 años, logró aprobar no más de tres propuestas y fue conocido por discursos considerados homofóbicos, racistas y, aún más claro, a favor de torturadores reconocidos del régimen militar, además de ataques a mujeres, incluso a sus propias colegas de trabajo en el Congreso.
Si quieres saber cómo fue que Bolsonaro construyó una estrategia con la que logró el triunfo en la primera vuelta, lee la nota completa en Newsweek en Español.



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