Cómo enfrentar una revolución – El Mostrador


Digo una revolución porque ya pasó la época en que se hablaba de la revolución. Esa que cambiaría el mundo, que terminaría con la explotación del hombre por el hombre, construiría una sociedad sin clases donde todos le entregaríamos nuestras capacidades y recibiríamos de ella según nuestras necesidades. Aquella en la que no habría esclavos ni hambrientos y que sería el paraíso de toda la humanidad.
La historia nos ha demostrado que esa revolución no llegó al mundo, pero que ha habido muchas y de diferentes tipos. Algunas impulsadas conscientemente por la voluntad política de algunos y otras por hechos, cambios e innovaciones que han producido transformaciones únicas. Como la invención de la imprenta, la aplicación de la maquinaria en la agricultura, el avión, el comienzo y el fin de la esclavitud, el descubrimiento de nuevos continentes.
En la actualidad, después del fracaso de la revolución, los que la defendimos, con sus socialismos reales, el comunismo chino, el régimen de Corea del Norte, la liberación de la dictadura de Batista por un grupo de heroicos combatientes que llevarían la guerrilla, el socialismo y el hombre nuevo a toda América Latina, hasta la experiencia nicaragüense con su economía mixta y no alineamiento, ahora callamos respecto a la sociedad ideal.
Aún insistimos en combatir las desigualdades vergonzosas, esas que llevan a que un pequeño país como Chile cuente con más de 10 familias entre los multimillonarios más ricos del mundo, mientras otras viven con un sueldo de $230.000, pero no calibramos adecuadamente los cambios que hoy se están produciendo, los que en conjunto están produciendo una revolución de consecuencias inimaginables.

Si nos referimos solo a uno de los cambios que se están produciendo en nuestra sociedad ya nos encontramos con una revolución. Vivimos a diario y según cientos de indicadores, la desaparición paulatina, pero sistemática y creciente de la familia nuclear.
Así como la familia predominante aún en el siglo XX, nació de la aparición de la propiedad privada y el Estado, la actual vida en pareja se ha visto afectada, en primer lugar, por la desaparición del macho proveedor. Hace años ya que en Chile ambos cónyuges deben trabajar. No solo porque los salarios de los varones no alcanzan para el sustento de una familia, sino porque la mujer cada vez está más interesada en participar en la vida económica del país. En el campo, la reforma agraria y la incorporación del trabajo temporero en la agricultura produjeron la incorporación de la mujer al trabajo que ya se había comenzado a producir en las zonas urbanas. Las familias campesinas ya no necesitaban mano de obra familiar desde el desaparecimiento del inquilinaje.
La necesidad de proveer impulsó a la mujer a estudiar para aumentar su salario, lo que a su vez acrecentó su interés por su participación en la vida pública. Ello retrasó la edad de los matrimonios. A comienzos del siglo XX estos abundaban antes de los veinte años de la mujer y hasta los años 70 y 80 en la veintena de ambos cónyuges. Todo ello disminuyó el número de hijos por familia.
La píldora anticonceptiva comenzó a flexibilizar los prejuicios sexuales y la virginidad definitivamente es historia antigua. Todo ello fue produciendo una revolución en las diferentes opciones sexuales. Después de años de oscurantismo, donde incluso en las sociedades que pretendían crear un hombre nuevo se perseguía, apresaba y discriminaba a los homosexuales, estos cambios han traído un soplo de aire fresco. El homosexualismo, el bisexualismo, los cambios de sexo, son cada vez más aceptados. Entre comunidades hispanas de Centroamérica y El Caribe ya se habla del poliamor, de parejas que viven con parejas a su vez de otro sexo y bisexuales. En Chile desde 2017 ya existe por Ley el matrimonio igualitario.
Pero estas opciones liberadoras crean inestabilidad, especialmente en lo económico. La pareja ya no se siente obligada a mantener matrimonios sin amor, se compite en el trabajo doméstico y se produce una pugna en la tuición de los hijos de las familias separadas. La mujer siente que tiene los mismos derechos sexuales que el hombre.
A esto hay que agregar otro elemento de crisis que ha traído el Siglo XXI, en particular en Chile dentro de América Latina y fundamental en la desaparición del matrimonio tradicional. Este es el aumento de la longevidad. Las edades estimadas promedio en Chile, las más altas de AL según estadísticas oficiales, van más allá de mediados de los 80 para las mujeres, e incluso ya se habla de mediados de los 90. Este aumento de la vida no ha venido solo, los adultos mayores tienen una vida activa e intereses sexuales, lo que los hace separarse y buscar nuevas parejas. Ello aumenta los gastos tradicionales de la vejez.
Todos estos cambios serían positivos y deberían aumentar el optimismo y la esperanza si no fuera por los cochinos pesos, ya que una pareja que moría en los 60 aguantaba más y mejor la aridez del matrimonio y era mantenida fácilmente por sus hijos. Actualmente, los mayores gastos de los adultos mayores, además con menos hijos, disminuyen la posibilidad de cargarse en ellos. Una mujer que tuvo hijos en la década de los 60 en la veintena, cuando tenga 80 años ya no tendrá pensión o esta será muy baja y sus hijos ya estarán a punto de jubilar porque tendrán más de 60 años.
A la desaparición de la pareja nuclear por todo lo señalado, hay que sumar la disminución del apoyo y protección que el Estado daba a los más vulnerables de la sociedad antes de 1973, todo logrado por la sindicalización y la organización social. Hoy, el triunfo del neoliberalismo en Chile significó el empequeñecimiento del Estado, no solo en tamaño y funciones, sino también en presupuesto, privatizando pensiones, salud, educación y otras formas de protección, sin que existan sindicatos ni organización social.
Las jubilaciones de las AFP son de hambre y la solución de que la edad de jubilación se retarde es imposible no porque los jubilados no quieran trabajar, de hecho lo siguen haciendo después de jubilar, sino porque la mayoría de las empresas están disminuyendo fuentes de trabajo por la introducción de la tecnología digital. Hay cientos de casos, entre los que se puede destacar el caso de los puertos. Cuando estos se tecnificaron, tuvieron que jubilarse miles de trabajadores con menos de 45 años, porque no se sentían capaces de aprender las nuevas tecnologías.
En estos casos es donde los que queremos cambiar el país debemos autocriticarnos. Carecemos de un conocimiento global de los cambios revolucionarios que el mundo está viviendo en la actualidad y de un análisis de todas las variables involucradas. Por ejemplo, para analizar la desaparición de la pareja es imprescindible considerar el aumento de la longevidad, la liberación sexual, el matrimonio igualitario, la necesidad de tener hijos independientemente del sexo o el género, la disminución de puestos de trabajo y las bajas pensiones.
Está visto que con el poder inconmensurable de los dueños de todo es imposible que paguen impuestos. Aunque se promulguen nuevas leyes siempre van a tener perdonazos o van a eludirlos descontando de sus pagos hasta el supermercado. Además, van a insistir en la mentira de que si no los pagan darán más trabajo cuando todas las inversiones que se hacen persiguen disminuir fuentes de trabajo.
Por lo pronto, los dirigentes preocupados por la protección de los más débiles deben ver formas de compensar la crisis por iniciativas comunales a nivel local. En el caso que estamos analizando, las formas de reemplazar el rol que cumplió hasta ahora la familia nuclear.
Así como Daniel Jadue impulsó las farmacias populares, otros, Alcaldes o grupos de vecinos deberían desarrollar alternativas urbanas solidarias a nivel comunal. Viviendas donde pudieran compartir solteros, con parejas y niños, quizás con comedores comunes donde se abarataran y compartieran costos. Quizás en un comienzo podrían ser familias extendidas, donde incluso las parejas homosexuales pudiesen compartir con los hijos de sus parientes o hijos propios nacidos de parejas heterosexuales. Donde los viejos pudieran ayudar en el cuidado de los niños, recibiendo apoyo de sus familias o de jóvenes a los cuales ellos dieron apoyo previamente.
La tarea urgente que tenemos los que rechazamos el capitalismo salvaje, es estimular la solidaridad a nivel local, sin esperar la ayuda del Estado, o formas de pago en dinero, sino creando formas nuevas de intercambio social y solidario, donde el uso del ocio cumplirá un rol fundamental.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



Source link

Related Posts

Add Comment