El cónclave morenista y las aves de mal agüero



Imelda Castro es mujer de ideales, que en ocasiones la llevan a sueños irrealizables a los que se aferra hasta sus últimas consecuencias, a cualquier costo.
Es verdad que ese rasgo de personalidad la tiene hoy en un escaño del Senado de la República, anhelo que abrazaba desde el año 2000, cuando saltó, del anonimato de la organización partidista, a su primera candidatura a senadora, que perdió, pero que expuso al público sus extraordinarios dotes para el oficio político. Hoy, 18 años después, logró alcanzar aquel sueño de convertirse en senadora.
Cierto también es que, en la mayoría de los casos, la realidad del mundo golpea a Imelda en forma despiadada, como cuando se propuso unificar al PRD en 2005, sacarlo de su letargo y convertirlo en una fuerza competitiva y poderosa. Fracasó estrepitosamente. Ni su posición de presidenta estatal del partido fue suficiente para romper las inercias que acabaron por convertir al PRD en el cadáver político que es hoy. Desde entonces iba ya en caída libre, pero Imelda se resistía a admitirlo. Pagó cara su lealtad. No dudamos de que esa haya sido la peor experiencia política de su vida, al grado de alejarse de la actividad pública durante años. Regresó en 2011, en un cargo de cuarto nivel en el gobierno de Malova: así de dañada quedó su autoestima. Al final, y solo al final, decidió renunciar a su militancia. 
Todo lo anterior viene a cuento porque hoy, como la mujer sinaloense con mayor rango político en que se encuentra convertida a raíz de su ascenso al Senado, en lugar de invertir ese capital político en mejores causas mayores para el pueblo que representa, Imelda Castro dedica su tiempo y su energía a agrupar a los morenistas en un solo bloque.
Misión imposible: como escribió el domingo la doctora Tere Guerra, Morena no es un partido, sino una amalgama de los sectores más diversos de la sociedad, cuyo mérito fue haber sumado a la mayoría de los electores en su favor. Es, pues, un movimiento, no un partido político. En un partido, los militantes están cohesionados por un mismo ideario.
Imelda ha logrado contagiar su ánimo unificador a otras dos de las mujeres más poderosas de la nueva escena política en Sinaloa: Yadira Marcos, coordinadora de los diputados federales y dueña de un impulso vital que, bien orientado, puede impulsarla a insospechados alcances. Dos características de su personalidad nos gustan: sonríe siempre (una rara avis en el medio izquierdista) y ha dado sobradas muestras de apertura mental y política en sus gestiones como diputada.
La otra es Graciela Domínguez, dueña y señora del Congreso del Estado. Otra idealista, pero menos arrebatada que Imelda. Sabe mantener los pies en el suelo. 
Estas tres chicas superpoderosas han logrado dar una primera señal de fuerza al reunir en un acto privado a todos los morenistas que ostentan posiciones de poder en el estado: los dos senadores, los siete diputados federales, los 19 diputados locales y los siete presidentes municipales electos.
Emitieron una serie de pronunciamientos a manera de declaración de principios, pero esto fue lo menos trascendente de la reunión, puesto que parece un copy/paste de cualquier discurso de AMLO. 
Veremos en qué acaba esto, pero un detalle en particular desata los malos augurios: durante la reunión, Castro, Marcos y Domínguez incluyeron en el comité de organización integrado por ellas a Jesús Estrada Ferreiro, por alguna razón que pudiera ser la supuesta cercanía que el alcalde electo de Culiacán tiene con AMLO, aunque en los círculos izquierdistas no es visto con buenos ojos, y en sus reuniones, de plano, no hace juego con los muebles. De su naturaleza beligerante hablamos después.
Uno no quisiera ser aguafiestas, pero hay un dicho muy sabio que advierte: lo que mal empieza, mal acaba.



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