Un mundo cada vez más desordenado



“Laberinto”, de Leonora Carrington (1991). Imagen vía Fundación Leonora Carrington, México.
Richard Haass preside el Council on Foreign Relations, el influyente think-tank que insiste en “ayudar para que la gente entienda mejor el mundo y las opciones de política exterior a las que se enfrenta Estados Unidos y otros países”. Este veterano diplomático, con una distinguida carrera dentro y fuera de Washington, lleva publicados incontables ensayos y artículos junto a más de una docena de libros sobre los grandes retos a los que enfrenta la diplomacia americana. Su último volumen –A World in Disarray– es el producto de unas clases magistrales impartidas en la primavera del 2015, trasformado en documental para HBO y actualizado con un corolario sobre la Administración Trump para la reciente edición en paperback.
De hecho, buena parte del libro de Richard Haass parece un corolario del magistral World Order de Henry Kissinger.  Y es que la cuestión del orden mundial, o falta de, es uno de los temas más recurrentes y sofisticados en el estudio de Relaciones Internacionales. Una cuestión bastante más inquietante que académica ante el agotamiento en los últimos 25 años de las reglas, políticas e instrucciones que hicieron posible toda esa previsibilidad lograda tras el final de la II Guerra Mundial. En los tiempos del America First, Haass argumenta que el mundo no puede gozar de estabilidad o prosperidad sin Estados Unidos, y Estados Unidos no puede ser parte de esa deseada estabilidad y prosperidad sin un nuevo consenso entre sus políticos y ciudadanos para hacer frente a su crecientemente disfuncional sistema político, su creciente endeudamiento y la preocupante falta de consenso sobre la naturaleza de su relación con el mundo.
1.– Caos para todos los gustos
Con calma y bastante razón, el panorama internacional que dibuja Haass es lo más parecido a una epidemia global de desconcierto. A su juicio, Oriente Medio se está desintegrando. Asia se encuentra amenazada por el auge de China y la irresponsabilidad de Corea del Norte. Europa, que durante décadas ha presumido de estabilidad, se encuentra ahora asediada por la desafección tanto económica como política que se traduce en un auge del nacional-populismo. El binomio Brexit-Trump, según Haass, ejemplifica el popular rechazo extendido por democracias modernas contra la globalización y el multilateralismo. Coyuntura que genera un detrimento de la voluntad para cumplir con compromisos internacionales o mantener las fronteras abiertas para el comercio o la inmigración.
El cuestionamiento de las democracias liberales viene acompañado también de un auge del autoritarismo. Sobre Vladimir Putin, Haass señala: “No es exageración decir que se encuentra menos acotado por burocracia y colegas que sus predecesores a cargo de la Unión Soviética. Putin ha ‘des-institucionalizado’ Rusia y ha introducido un preocupante nivel de gobierno personal”. En su opinión, el papel de Putin como spoiler internacional no se puede entender sin la falta de liderazgo demostrada por Estados Unidos.
A esta mezcla tan explosiva, habría que añadir una letanía de enormes amenazas que no se pueden enfrentar sin un sostenido y enorme esfuerzo de cooperación internacional como el terrorismo, la rampante proliferación nuclear, el problema del cambio climático o el mantenimiento de la ciberseguridad. Ante este panorama tan preocupante, Haass no duda en calificar como “dolorosamente evidente” lo extremadamente difícil que va a resultar gestionar el siglo XXI.
2.– A vueltas con el orden de Westfalia
No se puede abordar el concepto de orden internacional sin las reglas de gobernanza establecidas con la Paz de Westfalia de 1648, donde el Estado-nación se convertirá en el elemento central de la sociedad internacional en detrimento de dinastías, imperios y religiones. Y tampoco se puede ignorar el Concierto de Europa, orquestado por el Congreso de Viena de 1815, bajo el compromiso colectivo en lograr un equilibrio de poder que durante casi un siglo permitió evitar una catástrofe sonámbula como la Primera Guerra Mundial.
Como prerrequisitos de ese elusivo orden internacional, Haass se apoya en el académico australiano Hedley Bull para destacar una visión compartida de las reglas del juego. Lo que distingue un sistema internacional de una sociedad internacional es que la segunda refleja la aceptación de límites por parte de sus miembros. Estos límites, o reglas, son aceptados por los miembros de la sociedad internacional por la sencilla razón de que han llegado a la conclusión de que se trata del mejor curso de acción, o el menos malo, antes todas las opciones realísticamente disponibles.
3.– Nostalgia de la Guerra Fría
Haass destaca el ejemplo del periodo de la Guerra Fría como la primera vez en tiempos modernos en que la rivalidad entre grandes poderes no fue la principal causa de desorden a escala mundial. La caída del muro de Berlín en 1989 y el certificado fracaso del comunismo, a su juicio, también supuso el final de la peculiar disciplina impuesta por las apocalípticas consecuencias de entablar un conflicto caliente durante la Guerra Fría. Del unitario dragón soviético se pasó a una jungla repleta de serpientes con poderes y capacidades nunca vistas en la historia internacional. Una profunda y peligrosa transformación en la que no faltaron “pecados” de omisión y comisión por parte de Estados Unidos y otros.
Aunque de forma momentánea, el final de la Guerra Fría supuso también la esperanza de un nuevo orden internacional que nunca se materializó. En lugar de la relativa estabilidad de un mundo bipolar, en el que Estados Unidos y la Unión Soviética se tentaban, pero con mucho cuidado, terminó por imponerse un mundo multipolar mucho más complicado y sometido a las fuerzas de la globalización, la regionalización y acelerados cambios tecnológicos. Haass llega a la conclusión de que la era de la post-Guerra Fría en términos de distribución de poder a escala global funciona como un sistema “no polar”, con una amplia distribución entre múltiples actores sin precedentes en su intensidad.
4.– La brecha global
Haass utiliza la expresión global gap para explicar la creciente distancia entre los crecientes retos globales planteados sobre la mesa y la menguante capacidad de gestión de la comunidad internacional. Este déficit de voluntad y habilidad quedaría en evidencia ante la sobredosis de amenazas simultáneas y existenciales: desde el ciberespacio hasta el cambio climático pasando por la proliferación nuclear, el terrorismo o incluso la salud pública. Aunque el autor considera que muy pocas cosas en la historia son inevitables, esta incapacidad de solucionar problemas en común está vinculada a la oportunista prioridad que los gobiernos otorgan a los intereses a corto plazo sobre objetivos a largo plazo. Este global gap se ve complicado además por la incapacidad que demuestran muchos Estados para estar a la altura de los constantes cambios tecnológicos y sus consecuencias.
5.– Orden Mundial 2.0
Si la rutina se ha esfumado de un mundo cada vez más desordenado, Haass argumenta que la política exterior de Estados Unidos y las relaciones internacionales en el siglo XXI no pueden seguir siendo las usuales. El autor defiende la necesidad de un World Order 2.0 como una versión actualizada del sistema operativo que requiere un mundo globalizado. Este sistema debería mantener respeto por la soberanía nacional y las fronteras, pero añadiendo también el concepto de “obligación soberana”.
La “obligación soberana” supondría reconocer la existencia de una evidente responsabilidad por parte de los Estados soberanos a la hora de regular cuestiones dentro de sus fronteras que puedan tener un impacto adverso en otros Estados. De cumplirse, Haass considera que se produciría menos intervencionismo como el defendido por los liberales wilsonianos y más organización colectiva de lo anticipado por los realistas.
El gran problema de esta nueva “obligación soberana” es que muchos países, y otros actores internacionales, ni quieren ni pueden asumir tales responsabilidades. Un desalentador ejemplo sería la crisis de refugiados en Europa en la que la gran mayoría de los Estados implicados se han concentrado más en sus derechos que en sus obligaciones. Sin nadie al volante, concluye Haass, la espiral de caos no hará más que crecer.
6.– USA
Desde el final de la Guerra Fría, el siempre precario balance entre orden y desorden se ha inclinado gradualmente hacia el caos. Según Haass, esta tendencia se ha visto impulsada por factores estructurales como el auge de China; la inevitable globalización; la aparición de un gran número de entidades (tanto estatales como no estatales) con significativas capacidades y a menudo intenciones peligrosas; y el fracaso de instituciones regionales e internacionales para ajustarse a esta diferente distribución de poder y nuevos retos.
Con la Administración Trump, Haass destaca que la política exterior de Estados Unidos se aleja visiblemente de su legado: respaldo a las alianzas, libre comercio, lucha contra el cambio climático, defensa de la democracia y los derechos humanos y el mismo liderazgo americano a escala internacional. Según Haass, Donald Trump con todos sus cuestionamientos y rechazos a ese legado se ha convertido en el primer presidente de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial que considera que las cargas del liderazgo internacional americano superan con creces a los beneficios.
Como resultado, Estados Unidos ha pasado de actuar como el principal defensor del orden internacional a ser uno de los principales disruptores de ese orden. Con el agravante de que se está dañando la continuidad requerida para mantener aliados y disuadir enemigos. Según el análisis de Haass, la aproximación del gobierno Trump a la política exterior no es la única causa del creciente desorden en el mundo, pero sí es una causa tan significativa como inesperada. El gran problema es que Estados Unidos no va a poder, según la jerga de moda, ser grande en casa dentro de un mundo tan desordenado.
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