La sociedad contra el femicidio en el Triángulo Norte



 
Por Nidia Hidalgo y Dinys Luciano*
Como especialistas en género y, particularmente, en temas de violencia contra las mujeres, recibimos con mucho agrado el reciente otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al Dr. Denis Mukwege y a Nadia Murad por su excepcional contribución para poner fin a la violencia sexual en contextos de guerra. Este reconocimiento marca un hito en la lucha por la cero tolerancia a la violencia contra las mujeres. Sin embargo, cuando observamos otras formas extremas de violencia como son los femicidios, término usado para los homicidios de mujeres, por su condición de mujer o por razones de género, debemos reconocer que hay mucho camino todavía por recorrer, especialmente en nuestra región.
América Latina y el Caribe es la región con mayor violencia extrema contra las mujeres. De acuerdo con los datos de Small Arms Survey, en 2016, de los 20 países con las tasas más altas de muertes violentas de mujeres en el mundo, 11 estaban en nuestra región, y de estos, tres pertenecen al Triángulo Norte –como se le conoce a la región compuesta por El Salvador, Honduras y Guatemala. Adicionalmente, se estima que más de la mitad de los homicidios de mujeres en estos tres países corresponden a femicidios.
¿Qué podemos hacer para reducir la prevalencia e incidencia de este tipo de delitos en el Triángulo Norte? Antes de responder esta pregunta, es importante considerar tres aspectos fundamentales:
Primero, los datos disponibles arrojan que la mayoría de los femicidios en estos países son perpetrados por la delincuencia organizada y no corresponden a femicidios íntimos (perpetrados por la pareja o expareja), como muchos piensan. Esto marca una diferencia importante con otros países de América Latina y otras regiones del mundo, donde la mayor parte de los femicidios son íntimos. Es necesario implementar estrategias que van más allá del abordaje de la violencia ejercida por la pareja, para atender y lograr un mejor entendimiento de esta problemática.
Segundo, una proporción importante de estos femicidios son clasificados en los registros de estos países como “sin determinar” por falta de información sobre los agresores, la relación de éstos con las víctimas, el modus operandi, el contexto y el motivo. Esto muestra desafíos importantes tanto en el ámbito de la investigación del delito como en los sistemas de información.
Por último, el femicidio forma parte de un continuum de violencia contra las mujeres que va desde agresiones leves hasta las formas más graves de violencia, y que abarca diversos ámbitos como la pareja, la familia, lo comunitario, las instituciones y procesos estructurales que trascienden las fronteras de los países. Por lo tanto, los datos se deben analizar de manera integrada con el fin de poder examinar los vínculos entre el asesinato por razones de género y otras formas de violencia contra las mujeres, como la trata de personas, las prácticas culturales nocivas, entre otras.
La prevención del femicidio se vuelve más compleja cuando no se promueven cambios en las normas y las actitudes sociales nocivas para las mujeres y las niñas y no se impulsa una actuación contundente frente a los factores de riesgo. Para abordarla, se necesita impulsar una detección temprana por parte de la comunidad y las instituciones de hechos violentos contra las mujeres que puedan escalar a asesinato por razones de género, así como asegurar la pronta y debida diligencia por parte de las instancias pertinentes.
Igualmente, las estrategias de apoyo y protección tienen un impacto reducido cuando las mujeres no buscan ayuda institucional, denuncian y/o tienen poca confianza en las instituciones que imparten justicia, como es el caso del Triángulo Norte. Muchas mujeres no buscan ayuda institucional porque creen que no tiene importancia, tienen miedo de su agresor (o agresores) y/o las consecuencias, piensan que no les van a creer, o porque su familia o personas cercanas las alientan a no hacerlo.
Para detener la forma más extrema de violencia contra las mujeres, no solo hay que fortalecer las capacidades técnicas de las instituciones, sino también ser contundentes, como sociedad, en no tolerarla. Asimismo, es clave desarrollar acciones a nivel individual, familiar, comunitario e institucional con una suficiente dotación de recursos humanos y financieros.
 
Nidia Hidalgo es Especialista Senior en la División de Género y Diversidad del BID en la Representación de El Salvador. Cuenta con una Maestría en Ciencias del Desarrollo Rural en la especialidad de género y un Doctorado en Problemas Económico Agroindustriales en la Especialidad en Mercados Financieros Rurales y Género por la Universidad Autónoma Chapingo (México). Antes de trabajar en el BID fue Coordinadora del Área de Género del PNUD para El Salvador. Además, ha trabajado como consultora en género para diversas organizaciones internacionales, ha sido ponente en seminarios y congresos y es autora o coautora de numerosos libros y artículos.
Dinys Luciano es psicóloga con Maestría en Género y Desarrollo del Instituto Tecnológico de Santo Domingo en República Dominicana.  Ha trabajado por más de 30 años en América Latina y el Caribe y otras regiones del mundo en las áreas de violencia contra las mujeres, VIH, salud sexual y reproductiva, situaciones de emergencia, migraciones; y desarrollo integral de adolescentes y jóvenes. Actualmente es la directora de Development Connections.
 



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