Seguridad y políticas vandálicas – El Mostrador


El Gobierno ha puesto sobre la mesa un problema real y urgente pero lo ha hecho de mala manera, apostando a la ganancia publicitaria y poniendo un énfasis unilateral en la represión. La represión de emergencia, auto justificada y que pasa a llevar las garantías de un debido proceso, nos transforma en el Estado Policial del que salimos hace treinta años.
El énfasis que pone el Gobierno es el que quieren los vándalos
Un enfrentamiento al Estado y a la sociedad, reducidos a la parafernalia policial. La reducción de los conflictos sociales a un enfrentamiento entre bombas lacrimógenas y bombas molotov es lo que conviene a los que viven la democracia como disgusto.
¿Porqué decenas o cientos de jóvenes se enfrentan a carabineros sin pedir nada? Porque el enfrentamiento es lo que piden; les molestan las mediaciones políticas, el lenguaje los embaraza y su mensaje, tanto el de vándalos como el de policías, es el enfrentamiento violento que los justifica a ambos y descarta a los demás.  
Cientos de jóvenes se enfrentan a carabineros sin pedir nada a cambio de la paz.
Para ellos se trata de un rito iniciático y de un momento de decisión. Están en condiciones de luchar por sus derechos –cualquiera sean- y están probando hacia donde inclinar la balanza de su porvenir; si al lumpen –que al parecer es su condena original- o al juego de méritos y deméritos, de premios y castigos con que la sociedad va dibujando la ruta de acceso a su reino prometido.
Hay una inclinación política que llama a resignarse de inmediato al lumpen y a relegar en ese lugar de exclusión a los que sean demasiado lentos para arrancar de la policía y se condenan a servir de escarmiento a sus pares.

La educación no se reduce al orden público
Se nos ha dicho que Aula Segura está destinada a dotar de instrumentos a las comunidades escolares para terminar con los hechos de violencia al interior de las escuelas. Uno diría entonces que el proyecto se refiere a la violencia intra escolar. No a los actos de matonaje habituales en los patios sino a la violencia que impide que la educación se entregue. Sin embargo, los hechos en los que la ley basa su urgencia y su popularidad, no tienen que ver con la violencia en la convivencia escolar sino con violencia social y política entre estudiantes y fuerzas policiales. El papel de la escuela en los combates entre policías y encapuchados es el de “capilla”, como en el viejo juego del pillarse. Las imágenes que hemos visto con indignación en la televisión, corresponden a irrupciones destartaladas de Carabineros en las escuelas y a ‘salidas a terreno’ de jóvenes con una  conciencia política reducida y simplificada.
El expediente de la democracia es la paciencia; el de la policía es la inmediatez 
La policía y la democracia son formas opuestas de gobernar y de aproximarse a los conflictos que atraviesan la sociedad. Se dirá que son entidades heterogéneas; que una es una institución del Estado y la otra una forma de repartir el poder del Estado. Sin embargo, ambos términos son la decantación de las orientaciones que elegimos para aproximarnos y enfrentar los conflictos sociales. Ante un conflicto determinado, la orientación policial resuelve que ya está todo dicho y que solo queda la represión violenta. La policía reduce la democracia y la insistencia democrática, en cambio, no da jamás por agotado el expediente de la conversación y subordina, contiene, y reserva la fuerza policial como fuerza de apoyo a la comunidad y no como forma de solución de los conflictos.
Rechazar la violencia de los vándalos sin aceptar la violencia policial
Es la comunidad escolar la que debe resolver sus problemas y para ello hay que empoderar a docentes y a estudiantes de maneras eficaces y que cuenten con el respaldo de una autoridad que no está ahí para sustituir a la comunidad.
El mensaje contra la violencia no puede consistir en actos de injusticia y de violencia de la autoridad. Si no hay una identificación precisa de los maleantes no se puede proceder ‘penalmente’ contra ellos. Si la acusación se establece sobre ‘cosas sabidas’, soplonaje o relatos improbables; si no se reúnen las condiciones para que el muchacho sea condenado por la justicia, tampoco se reúnen las condiciones para que sea expulsado del colegio. El intento de invertir la carga de la prueba y obligar al acusado a probar su inocencia, nos devuelve, una vez más, a la inmoralidad del Estado Policial y a la asfixia procesal kafkiana.
El Aula Segura será un aula desocupada
La autoridad ha fallado, no por incumplir una función específica sino por dejar que la comunidad se destruya. La opción policial ha inhibido a la comunidad, la ha desplazado, evitando que asuma su responsabilidad ante el vandalismo. Lo que la comunidad puede hacer es impedir que los recintos escolares se transformen en guaridas para vándalos y en espacio de ejercicio para la policía. La comunidad puede establecer instancias de auto limitación pero también de movilización contra el vandalismo. Si a la comunidad se le niega la posibilidad de abrir internamente los conflictos que la afectan; si la comunidad es desplazada por una policía a la carrera o si la misma comunidad no encuentra caminos para movilizarse y cuidarse, lo más probable es que esa comunidad no sobreviva.
La única respuesta al vandalismo y a la violencia en las escuelas es la democracia
No cualquier votación mayoritaria sino la intervención activa y decisiva de la comunidad en los conflictos. Todo lo otro es a la vez, ingenuo y cínico. Es ingenuo pensar que una ley de expulsiones al voleo va a calmar los ánimos en las escuelas. Es cínico afirmar un recurso publicitario de escarmiento para ocultar la falta de respuesta al malestar estudiantil.
En la actualidad, la comunidad escolar está intimidada he inhibida por la violencia de un conflicto entre policías y vándalos en el que ella no participa, ni ha encontrado formas de intervenir. Lo que es necesario, es expulsar los actos vandálicos fuera de las escuelas. Dentro de ellas, es necesario domesticar y maniatar a los vándalos. Politizar a los estudiantes no es repartirles banderitas de colores sino comprometerlos en los conflictos en los que ya están inmersos como decoración que se pasa a llevar. Los escolares y los docentes, en todo este debate han estado pintados. En su mayor parte, comprendiendo las motivaciones de los vándalos y lamentándolas pero tolerándolas.
La democracia entre los jóvenes funciona
Todos los movimientos universitarios de este año han tenido que ver con ese acto de autodefensa y de separación de los acosadores. Dudamos que eso sea posible en las escuelas porque preferimos mantener a los niños y a los padres infantilizados y entregados al juego en que los niños se divierten encarnando al Estado.
¿Alguien ha hecho notar que, en los grandes números, los alumnos no se enfrentan violentamente entre ellos? Incluso en materias vitales desde el punto de vista de su educación y de su posición política, en las  tomas y las huelgas, ellos funcionan por votaciones. Esto se debe a muchos factores, entre otros, que algunos pueden ser violentos pero no son tontos. Si las batallas campales entre estudiantes y policías fueran entre estudiantes, los colegios no serían viables. Digamos que aun entre los termocéfalos más agudos, existe un sentido práctico –no ideológico-, de respeto a sus pares y al lugar que les presta refugio, compañía e identidad.  
 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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