Promesas rotas | EL DEBATE



Hoy no escribiré sobre cine. Escribiré mejor sobre una historia que quizá amerita una película (o quizá no).Corría el año de 1924 y un moribundo Franz Kafka le pidió a su amigo Max Brod que cumpliera con un último encargo: que tomara sus escritos inéditos, sin importar que fueran las cartas que aún no había enviado, diarios, un relato inacabado o los capítulos de una novela; los metiera todos en alguna hornilla y los hiciera arder. Sabemos la historia, Brod incumplió su parte. Tomó los papeles, los leyó y no encendió un cerillo. Pasó el resto de su vida editando y compilando esos papeles, les buscó editoriales y finalmente se dedicó a presentar la obra de su difunto amigo al mundo, convirtiéndolo en uno de los referentes literarios del siglo 20.En efecto, la historia en sí tiene un aura de ficción algo kafkiana. La cruel broma del destino es que ese joven escritor que no quería que su familia supiera que escribía acabó hasta aportando un adjetivo relacionado con lo absurda que era la vida gracias a su apellido. Aura que inevitablemente se complementa con una historia menos conocida. En 1939 los nazis estaban invadiendo todo lo que encontraban a su paso, y hacían arder todo aquello que no consideraran digno del Tercer Reich. Así que Brod huyó de Praga a Palestina en tren, cargando una enorme maleta que contenía los manuscritos originales de Kafka. Brod murió en 1968 y aún tenía esos manuscritos en su poder. En su testamento se los legó a su entonces compañera Esther Hoffe para que ella los entregara a su nombre a algún archivo público. Pero, va otra promesa incumplida. Hoffe decidió quedarse con el archivo y cuando necesitó dinero, vendió algunos originales. El más famoso fue el de El Proceso, en 1988, por casi dos millones de dólares. El resto se los dejó a sus hijas para que, de necesitarlo, los vendieran.Hoffe murió en el 2007, justo cuando su hija Eva estaba cerrando un acuerdo con el Archivo Germano de Literatura de Marbach por los restantes manuscritos de Kafka. Entonces, les llegó a ambas partes una notificación. Tenían que presentarse a un juicio, estaban siendo demandados. Resulta que un año antes, la Biblioteca Nacional de Israel había iniciado los trámites para obtener la potestad de lo que llamaron: los derechos universales a los archivos de Brod y de Kafka. Era conocido que la petición de ceder esos manuscritos a alguna institución pública había sido desobedecida por Hoffe y que tanto ella como su familia habían lucrado con ese material, por lo que varias instituciones israelitas establecieron una demanda para el regreso del archivo. El juicio fue largo, obviamente kafkiano, pero, por fin llegó el 2016 y la Suprema Corte de Israel falló a favor de la Biblioteca Nacional, por lo que la familia de Hoffe tuvo que regresar el archivo restante. Aquí termina la historia, aunque varias preguntas quedan en el aire ¿En verdad Kafka es un escritor que representa al pueblo judío? ¿Solo fue el interés económico el que nubló la cabeza de Hoffe para traicionar la petición de Brod? ¿Esta historia amerita una película o solo me he dejado llevar por mi gusto por Kafka?



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