Migrar, sí es un derecho humano, señor Frei, salvo en dictadura


Señor Director:
No hay que confundir los sentimientos provocados por el miedo a lo desconocido, a lo diferente, la angustia provocada por una inmigración masiva y desorganizada como podría ser la de Chile actual, con una realidad que es que todos tenemos derecho a migrar si así lo deseamos y podemos o si estamos obligados por causas humanitarias o económicas.
Tampoco hay que confundir el derecho que tiene cada uno a salir de su casa con el derecho a entrar en la del vecino sin la aprobación de éste. Esa es básicamente la diferencia entre migración ordenada y migración irregular. Ordenada es cuando salimos de nuestro país con los documentos requeridos para ello y llegamos a otro país con la aprobación de éste para ya sea visitar, trabajar, estudiar, residir o simplemente refugiarse. Migración irregular o indocumentada es el cruce de fronteras internacionales sin la debida autorización. Los motivos pueden ser variados. Entre ellos, escapar de la miseria y de la violencia.
Hasta ahí es claro, espero.
Difícil es entender a los políticos de todas tendencias, con un conocimiento parcial del tema, decir que migrar no es un derecho humano. Si no hubiera sido aceptado así por la humanidad muchos de ellos no estarían donde están, salvo que sean parte de las naciones originarias del país, Mapuche y otras, porque sus antepasados migraron a Chile hace dos, cinco o diez generaciones desde distintos puntos del planeta y por diversas razones que desconocemos.
Cuando se es un migrante, de cualquier categoría, regular o no, forzado o voluntario, se tiene ciertos derechos de protección, asistencia y ayuda, establecidos en varias convenciones internacionales, entre otras muchas, la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) y la Convención sobre la Protección de los Derechos de los Trabajadores Migrantes y sus Familias (1990).
El temor que crea una migración espontanea y masiva que no es planificada es el temor a la invasión de culturas, lenguas, religiones, colores de piel y costumbres distintas, además de alarmas del mercado de trabajo. Esa es una realidad. Lo que no conocemos nos atemoriza e intentamos proteger nuestra cultura, cualquiera que ella sea.
Además de su población originaria, Chile fue formado por inmigrantes, los primeros invasores, salvajes y agresivos como fueron la conquista y la colonización, y luego olas de europeos, del Cercano Oriente, asiáticos y otros de forma pacífica, a pesar de no ser siempre ordenada ni documentada. Ellos formaron lo que hoy conocemos como cultura chilena.
Chile ha sido también un país de emigrantes. Sólo para mencionar el éxodo chileno durante la dictadura militar. Gran parte entre ellos o salían del país – sin pasaporte – o arriesgaban la vida y sus derechos básicos. Por lo general, fueron (fuimos) acogidos por los países de destino con mucha generosidad y posibilidades, reconociendo así el derecho a migrar. Miles se educaron y pudieron regresar a Chile para reconquistar las libertades democráticas y aportar a ellas como profesionales. Otros se integraron en las sociedades de acogida y contribuyen a ellas.
La integración del migrante, una obligación del país de acogida y un deber del que llega, pasa tanto por el respeto mutuo a la cultura de uno y otro, así como por las posibilidades de trabajo, salud y educación que ese país le puede aportar en la medida que se las aporta a todos sus habitantes.
Lo que atemoriza hoy, y crea racismo y xenofobia en muchos países del mundo, debilitando así las bases mismas del sistema democrático, es el desorden migratorio. Ello lleva a algunos migrantes a formas de vida de difícil integración y de ruptura de normas sociales, confundido a veces con el fundamentalismo religioso.
Por ello, el nuevo Pacto Migratorio de la ONU, con sus posibles deficiencias, intenta poner de acuerdo a los estados sobre los elementos básicos de un proceso ordenado de migración, sin tocar las prerrogativas legales de cada estado para organizar esa migración. No es nada nuevo, sólo ponerse de acuerdo, o dicho de otra forma, crear las bases de una política migratoria global, que incluya el respeto al migrante. La ausencia de esa política se puede verificar hoy a nivel mundial en la existencia masiva de la migración ilegal, la presencia de poderosas asociaciones criminales multinacionales que controlan el tráfico de seres humanos y la trata de personas, especialmente mujeres y niños y la violación de los derechos de la persona. La falta de una política migratoria global, así como la no existencia de un referente mundial, crea el desorden y fomenta la debilidad democrática.
Si se continúa la ceguera respecto a ponerse de acuerdo sobre el tema migratorio, se arriesga mucho. Los cambios climáticos, los conflictos armados, las dictaduras, las ideologías extremistas y el crimen organizado se harán cargo, sin pedir pasaporte para migrar.
Marco Gramegna
Sociólogo
Ex Presidente del Grupo de Expertos sobre Trata de Seres Humanos de la Comisión Europea



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