¿Hacia dónde gira América Latina?



Jair Bolsonaro y su hijo Eduardo en el Consejo de Ética de la Cámara de Diputados de Brasil (2017). Foto: Fabio Rodrigues Pozzebom/Agencia Brasil – Agência Brasil Fotografias (CC BY 2.0).
A fines de 2017, cuando comenzaba el presente ciclo electoral en América Latina, se señalaba que la región estaba girando claramente a la derecha. Los triunfos de Mauricio Macri en Argentina, Pedro Pablo Kuczynski en Perú y el posterior de Sebastián Piñera en Chile, a los cuales habría que sumar la destitución de Dilma Rousseff, sirvieron para avalar esta creencia. Hoy, tras la celebración de ocho de las 14 elecciones programadas, es un momento adecuado para intentar hacer un balance y precisar en qué momento nos encontramos, con la intención de aclarar hacia dónde y cómo está girando América Latina.
Tras la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil todo parece indicar que el tan anunciado giro a la derecha finalmente está teniendo lugar. Pero, ¿esto es realmente así? ¿Es lo mismo que triunfen opciones de derecha o de centro derecha, respetuosas del orden democrático y de las reglas de juego a que lo hagan candidatos, partidos o movimientos más proclives a participar en los límites del sistema o incluso abiertamente fuera de él? Es decir, en el caso de que este proceso tan anunciado esté teniendo lugar, ¿hacia qué derecha se está girando? Inclusive, para agregar más confusión al tema habría que preguntarse por la forma en la que deberíamos valorar en todo este contexto la rotunda victoria de Andrés Manuel López Obrador en México, un personaje situado claramente en las antípodas políticas e ideológicas de Bolsonaro, más allá de algunos elementos en común.
La defensa que han hecho Bolsonaro y sus seguidores de la dictadura brasileña y la más reciente reivindicación de su hijo Eduardo de los grandes méritos de la gestión de Augusto Pinochet en Chile y de su política económica, son un claro reflejo de la ascensión de ciertos referentes antidemocráticos y cada vez más xenófobos en América Latina. Las mal llamadas “democracias iliberales” se están poniendo de moda en la región y el atractivo de personajes como Donald Trump o Viktor Orbán es creciente, a lo cual hay que agregar el influjo cada vez mayor de Steve Bannon, con sus propuestas antiglobalizadoras, si bien, paradójicamente, cada vez más globalizantes y multilaterales.
Otro paso más en la misma dirección fue la realización de la Cumbre Conservadora de las Américas celebrada a comienzos de diciembre en Foz de Iguaçu. La prácticamente inexistente participación gubernamental, sumada al escaso peso político de las delegaciones allí representadas, sirvió para restar atractivo a una cita que, sin embargo, debe ser seguida con atención. De todos modos, y pese a la pretensión de sus organizadores de aglutinar a todo el conservadurismo continental, aún es pronto para avaluar cuán profundamente pueden calar estas iniciativas de derecha autoritaria y de un populismo nacionalista y rancio en las sociedades latinoamericanas.
De forma paralela es posible constatar que la deriva crecientemente represiva y antidemocrática de los gobiernos de Venezuela y Nicaragua, a la cual habría que agregar la tentación cuasi monárquica de Evo Morales de perpetuarse en el poder a toda costa, más allá de las limitaciones constitucionales y del pronunciamiento del pueblo boliviano en un referéndum, apoyan poco la consolidación de la democracia en América Latina. Por el contrario, sirven para extender las tendencias más extremas de la derecha latinoamericana. Por eso, a la hora de buscar respuestas por la extensión del “voto del enojo” en la región, aquí se podrían encontrar ciertas referencias de peso.
En 2019 se celebrarán otras seis elecciones presidenciales (Argentina, Bolivia, El Salvador, Guatemala, Panamá y Uruguay). Sus resultados permitirán contar con nuevos elementos de juicio para evaluar la deriva política de las sociedades latinoamericanas, sin olvidar que mucho de lo que ocurre en la región no es producto de un patrón original sino de una tendencia internacional muy presente en Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo. Pese a ello, las distintas elites nacionales (económicas, políticas y culturales) deberían evitar ser cautivadas por cantos de sirena que solo aportarán mayores problemas y sufrimiento a sus respectivos países.
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