Obra “Castigo a Dios”: la grieta en el orden


El mito es una forma de proferir el lenguaje, nos dice Roland Barthes en el último capítulo de su texto Mitologías, evidenciando con ello la necesidad de una construcción simbólica que no solo de cuenta de la fuerza de un contenido, sino que, manifestando la importancia del continente – o si se prefiere a la forma del fondo- como parte sustancial de un todo, rompiendo la tradicional y esquemática relación de servilismo que parecía haber tenido históricamente en la estética, la forma ante el fondo de una obra artística.
“Castigo a Dios” es un montaje que, de alguna manera, reproduce esta reflexión, en la medida que la historia que construye y las múltiples posibilidades de interpretación de la misma, se ven auténticamente conjugadas en un todo que no podría manifestarse de otro modo.
A partir de un contexto oscuro y doloroso, el montaje cuenta la historia de diversas mujeres que reflexionan, interpretan y construyen el mito en torno al crimen de una madre que lanza a su hijo recién nacido al mar, historia, por cierto, basada en un hecho real. Sin una explicación aparente al inicio de la historia, este proceso se va dilucidando poco a poco, como si se tratara de una novela detectivesca y de suspenso, desenvolviendo así los múltiples -y a menudo lóbregos- recovecos del proceso que empujó al fatídico acto.

La dramaturgia de Gerardo Oettinger, construye personajes con potencia escénica, discurriendo la acción, fundamentalmente, a través de ellos. En efecto, en un inteligente recurso, la historia se va componiendo a partir de las diversas visiones de los caracteres sobre el hecho, agudizando la posibilidad de las diversas lecturas y contradicciones de los sucesos, de la agitación interna que viven dichos personajes y que arrastran a la audiencia sobre ese mundo. En contraparte, es posible ver que los mismos personajes, en general, no dejan demasiados intersticios en su manifestación dialógica, no hay lugares inexplicados en ellos y, por lo mismo, un cierto aire de tipoligización los ronda; sin embargo, también es justo decir que algunos de los diálogos que Oettinger logra, remiten a una posibilidad de complejizarlos, toda vez que las palabras que accionan, poseen cierto salvajismo que expresa la fuerza de un mundo no domesticado por la sociedad tardocapitalista.
En este sentido, cabe exponer que la dirección de Camilo Carmona, está bien articulada. Escénicamente logra generar una atmósfera oscura y llena de espacios indeterminados que dan ese lugar discursivo no del todo explícito que requiere la dramaturgia, del mismo modo, la dirección de actores se trabaja en esa línea, permitiendo que se vayan develando progresivamente, lo que durante casi todo el montaje funciona bien; ciertamente, en algunos momentos, ciertos pasajes se reiteran, pero sin llegar a hacerse pesados o repetitivos, sino más bien, sumando a la construcción del mundo planteado; si bien las actuaciones se configuran a partir de los equívocos y perplejidades de los personajes, a momentos tienden a entrar también en la tipoligización, sin embargo, la calidad de las intérpretes permite que esto no sea un problema de peso durante las funciones. En suma, la dirección de Carmona utiliza bien los recursos escénicos y manifiesta una visión direccional propia, lo que en sí mismo, es un gran logro.
Las actrices que participan del montaje, por su parte, hacen un trabajo acabado y competente. Silvanna Gajardo erige un personaje con potencia escénica y desarrolla una actuación que da organicidad y diversos matices en la puesta en acción del ethos que propone su rol, desarrollando una visión propia del mismo y transfiriendo los conflictos del mismo en la escena, de manera que esto se constituye en un punto de anclaje para toda la obra. Francisca Gavilán, de un modo similar, levanta una actuación llena de matices, dándole diversas dimensiones interpretativas (para el público) a su personaje, un proceso nada fácil en la medida que es, precisamente su personaje, el que más podría haberse elaborado desde los lugares comunes, lejos de eso, Gavilán propone diversas lecturas y formas de encarnar su rol, atrayendo la posibilidad de manifestar la complejidad de lo humano a través de su actuación.
Paloma Toral, por su parte, en conjunto con Francisca Maldonado, generan un dúo que sostiene el montaje desde los segundos planos. Su trabajo es notable, en la medida que logran poner el piso para el desarrollo de la acción y el trabajo del resto del elenco; cabe decir que estos dos personajes están en un tono algo diferente del resto de las actuaciones, en una forma actoral diversa del resto de la obra, sin embargo, no refleja un descuido direccional o de actuación, sino que (al menos en lo personal, y usted ya sabe, esto es una lectura del montaje, como cualquier otra) entiendo que se trata de una propuesta que busca, precisamente por la función de este dúo al interior del montaje, exponer un lugar de otredad respecto del mundo y la acción planteada.
Finalmente, Catalina Stuardo modula su personaje a partir de la exposición final de la historia, no me refiero con ello al hecho de que su personaje emerja con mayor fuerza discursiva hacia el final de la obra, sino más bien a que, precisamente por ello, pone a la luz espacios ocultos del mundo y de la acción que proponen una relectura de todo lo sucedido. Ciertamente, otra vez, a momentos, esta última parte de la obra, tal vez peca de sobre explicar ciertos hechos, sin embargo, la conjunción total de las actuaciones, aseguran, a pesar de ello, la posibilidad de aperturas interpretativas a los espectadores.
Pamela Pando, desde la iluminación, genera un gran trabajo. Produce un mundo oscuro, lleno de espacios inquietantes y maneja de manera extraordinariamente competente las tensiones y distensiones de la acción, sin duda, su aporte al trabajo total es notable.
“Castigo a Dios” es un montaje que devela el salvajismo y la imposible domesticación de ciertos paisajes, más mentales que físicos, en el mundo contemporáneo, recordándonos que lo que suele parecer naturalizado, a veces, por la rajadura de lo humano, se rompe, se quiebra y a partir de esa grieta en el orden, emergen fuerzas que no pueden integrarse a la realidad socializada y burguesa, precisamente porque su potencia reside en su carácter periférico.
“Castigo a Dios”
Hasta el 22 de diciembre. Jueves a sábado 21:00 hrs
Teatro Mori Bellavista, Constitución 183, Providencia.
Valor: $8.000 general y $4.000 estudiantes



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