translated from Spanish: ¿Qué se tapa con las renuncias en Carabineros?

Entre los integrantes de Carabineros hubo sectores que desafiaron abiertamente la autoridad del general Soto, escondiéndole información y entregándola por canales no institucionales. La autoridad del mando policial está comprometida, pero en un contexto en que toda autoridad está desvencijada. Las divisiones revelan distintas líneas de lealtades dañadas por la serie catastrófica de eventos que han estallado al interior de la institución a partir de las funciones diversas e incompatibles que desarrolla. Que la disciplina se haya roto no es producto de una serie de deslealtades y de eventos desafortunados sino de una gran equívoco institucional. Carabineros se ha convertido en un exceso institucional.  
Lo que se necesita no son cabezas sino cambios institucionales ahora.
Lo más probable es que, además de las renuncias de los 10 generales inspectores del alto mando y la del propio Hermes Soto Isla solicitada por Piñera, algún movimiento de sables podría estar ocurriendo en cualquier rincón del país. Las renuncias apenas podrán tapar el temblor de los dientes. Que estas se produzcan o no es indiferente; si se suman más, el análisis se verifica, si no se piden, todo permanece abierto. Solo el anuncio del estudio de una división de Carabineros demostraría que existe capacidad de reflexión política en las autoridades.
Las renuncias se suman y, mientras unos se van, la experiencia de la tontera se pierde y el Gobierno puede perseverar, con nuevos rostros, en las mismas indecisiones y confusiones en las que ha incurrido con entusiasmo a lo largo de este año.

Un consejo irresistible
El Gobierno debería contratar un pasante que haya leído sobre la sociología de las instituciones autorrefenciales. Ese conocimiento le permitiría cambiar el estupor virginal ante el engaño y el abuso de confianza reiterado, por una vigilancia de la corrupción inherente, las formas múltiples del desacato y la desmesura en el uso de la fuerza y otros recursos entregados por la sociedad. Un saber sobre la lógica de las organizaciones burocráticas le permitiría pasar de la desilusión permanente a la serie de reformas actualizadoras que necesita el Estado.
La renuncias, entre más espectaculares, mejor encubren los problemas de fondo y los reserva para la muñeca invisible que mueve los hilos de la confusión. Las instituciones de estudios han generado abundante material sobre reformas al Estado, pero ninguna reflexión sobre el Estado mismo. No se han explorado las tensiones que enfrenta y la necesidad de redefinir misiones y relaciones internas. Nada que permita abordar la diversificación de tareas y de centros de decisión y operación; nada sobre las contradicciones internas inevitables, nada que permita precisar los términos del compromiso del Estado con la gente. Nada sobre los arbitrajes republicanos que se deben adecuar a la diversidad y la ambición de las instituciones. Nada sobre las instituciones que deben ser divididas en función de nuevas prioridades ‘de Estado’. Nada que permita trazar líneas entre políticas de exclusión y políticas de inclusión. Nada siquiera que permita sincerar ese debate.
La seguridad nacional como ideología de la policía hace entrar a la institución en un área indiscernible, donde está en juego la vida de la nación y donde, por lo tanto, las reglas y la moralidad deben dar paso a una eficacia indiscutible. La traición a los subordinados, la corrupción de la oficialidad, la manipulación de la realidad, la provocación, el desacato y la desproporción, en todas sus posibilidades, están autorizadas por esta política insidiosa que vuelca a las instituciones en contra de sus habitantes. No es la nuda vida (de Giorgio Agamben) la que se instala como barbarie en la ciudad ocupada por la policía, es una anormalidad, una infralegalidad que subyace y desborda toda norma, bajo la autoridad del encargo de la paz.
Sociedades delictuales
Pasar de una sociedad en la que el delito es excepcional a una en que el delito es una norma, una constante y una amenaza, implica doblar el exterior hacia el interior. Los bárbaros ya no vienen del exterior sino que están entre nosotros. Están, no como los nuestros sino como ajenos, peligrosos, reticentes a la convivencia, y nuestra tarea es devolverlos al afuera, al extramuros, al terreno de nadie desde donde nos amenazan sin poder tocarnos ni contaminarnos. Los salvajes, mirados desde la sociedad, son simplemente zombis; humanoides, como decía el almirante. No es extraño que desde esta mirada solo quede construir un ejército de clones para combatir la peste con la peste. Todas nuestras instituciones están aun marcadas por ese pragmatismo de la sobrevivencia en un ambiente hostil (que define a las fuerzas de ocupación).
En este momento el cuerpo de Carabineros está ocupado por al menos tres lógicas o tres almas si lo prefiere.
Primero, de protección de los espacios públicos y de la población. Es la vieja policía de las rondas de a pie, la que podía disuadir por presencia. La institución provinciana y republicana que está para cuidar y servir. El amigo en su camino que murió asfixiado por las dos excrecencias que lo ahogan. 
Segundo, la confusión con la Policía de Investigaciones. La función de espionaje, vigilancia y anticipación de las rebeldías o los descarríos de la ciudadanía; las viejas tácticas policiales de averiguación, la inteligencia, el archinovelado trabajo detectivesco; el equilibrio de la agudeza y la perseverancia con la corrupción y el vicio.
Tercero, la vertiente paramilitar. Este híbrido de ejército de ocupación y policía represiva. Este ente provocador, corrupto y pasado de la raya del desacato, es un invento para mantener el control del territorio sin tener que recurrir nuevamente al Ejército.
Volver al carabinero de barrio, apoyado en la comunidad y dependiendo de las autoridades políticas, permitiría recuperar la mística de la institución. Las tareas de disuasión y de control del orden en los espacios públicos, ganarán en eficacia y en respeto ciudadano. Habrá que dotar a Carabineros de la tecnología de apoyo que hoy es privilegio de las comunas ricas. El dinero para esta recuperación de Carabineros vendría de los ahorros en el gasto de equipos de guerra y del control de sus finanzas. Plata sobraría, pero antes es necesario separar las funciones represivas e inquisitorias, derivándolas a instituciones distintas. Una policía eficiente no es la más grande y diversificada sino la más concentrada y especializada en el servicio a la comunidad.
Repartición de funciones
El Gope debería ser reestructurado para evitar la violencia y aprender a contener, en vez de provocar y reprimir. Seguramente un cambio de nombre y el abandono del apelativo ‘especial’ (Grupo de Operaciones Especiales) permitiría reintroducir la excepción como accidente en la norma y no como regularidad de la violencia. La estética Robocop que ha invadido a la policía no es un asunto de moda, es una actitud defensiva en su aparición en los espacios públicos. Estos policías de plástico transmiten la inseguridad que ellos mismos deben controlar. La ideología de las fuerzas especiales es circular y se recrea en el mal que se supone debe combatir.
En cuanto a las llamadas Fuerzas Especiales, ellas simplemente deben disolverse o dar lugar a un cuerpo fronterizo donde nuestros gallardos comandos policiales enfrenten el contrabando y contemplen, con ánimo de inmolación, el descuelgue de las fuerzas oscuras que intentan invadir la paz de nuestro territorio. La fantasía de la seguridad absoluta produce cadáveres reales que en nada son exquisitos. También se les puede dar cursos de reconversión laboral, tan de moda en estos buenos tiempos.
Los ajustes entre lo que queda en Carabineros y lo que se externaliza es cuestión técnica. Lo importante es la decisión sobre seguir parchando o definitivamente reparar una institución fundamental en el límite de su descomposición.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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