translated from Spanish: Feliz Día de los Inocentes

En un país edificante, todo recuerdo tiene carácter de fiesta y toda memoria debe ser felicitada como patrimonio.  Festejamos al ‘que presta en este día y pasa por inocente’. Qué ingenuos y perfectos eran los tiempos de nuestra infancia. La inocencia, esa falta de sospecha y de dolor, esa confianza ilimitada en la estabilidad del mundo y en la transparencia de la palabra; pasaba de adultos a niños y de vuelta, sin asperezas. Se debía inventar un día de la inocencia para hacer presente el engaño como humorada. Solo como ejemplo ingenioso era concebible la mentira.
La broma inocente no cae en las ‘fake news’ que son pura mala onda. Esto era inconcebible en un país en que la mejor broma de los años sesenta fue el robo al Banco Central por el Sub Tesorero del Banco. Fernando Jaramillo Phillips se llamaba el funcionario que era además Presidente de Green Cross y que se perdió en la vida por exceso de amor al futbol. La prensa lo definía como ‘un futre buena onda y algo infantil’. Eran tiempos en el robo de los pijes tenía carácter romántico, generoso y aventurero. El sentimiento popular fue de entusiasmo con la hazaña y se bautizaron los billetes de 10 escudos como ‘Jaramillos’.
El día de los inocentes era como un carnaval de la mentira en tiempos en que la falsedad no había irrumpido en nuestra experiencia. El Carnaval nunca pudo hacer pie en el país de la buena fe y del ingenio ladino; podíamos tener un día de la mentira pero no permitir un día del deseo de la carne. El día del Carnaval, en que todo es posible y perdonado, el día en que la autoridad pasa a un rey loco, enfrentaba a la sociedad más a sus fantasmas que a su doble. La declinación de la naturaleza como primitivismo tropical -que era nuestra excusa- reafirmaba una sociedad que, a punto de explotar, se complacía en su buena conciencia. A nadie se le ocurría pensar que la estafa exista como norma de la norma que la prohíbe (la norma misma contiene la posibilidad de legalizar estafas).

En el día del engaño y en el día de la vida sin normas, los roles y las trampas (la trampas que son producidas por la fe) no invierten el sentido del poder en la comunidad sino que lo transparentan como en una película que condensa el tiempo; hace rápido el paso de las horas y notables los acontecimientos que ocurren al amparo de una autorización sin autoridad. La parodia del mentiroso y del engañado ilustra el peligro fantástico e inconcebible de una sociedad de publicaciones engañosas y de mentiras generalizadas e impunes. El día de la inocencia no es un momento para promesas puesto que los actos inocentes deben ser espontáneos y de acción  inmediata. La política no cabe, en estos días excepcionales salvo como revelación de su sustrato.
El día de la broma es un chiste de lo imposible. Un chispazo de lucidez, un día en Viña. Un saber guardado, un olvido a la mano. Una inteligencia que, a fuerza de ser reservada, sorprende cada vez. La sorpresa ante lo sabido, convenido y defraudado es lo que convierte el día de la excepción en la norma impresentable y verdadera.
Vivimos en el país de la buena fe y de la autoafirmación. En la medida en que esa cultura se ha ido rompiendo, afloran los malos humores junto al humorismo que lo presenta como su doble. Ya nadie celebra el día de los inocentes porque el país y cada una de nosotros hemos sido desflorados cotidianamente. La misma flor se ha convertido más bien en un misterio hollado; agresivamente expuesto para evitar la dualidad de la pureza vegetal de la flor y de su destrucción ritual. El lenguaje mismo, por la chucha,  ha dado paso a una brutalidad que marca el paso de la inocencia al desencanto.
El día de los inocentes no es el día de carnaval
La inocencia no se desata en el sexo sino en el acto que corresponde a nuestra cultura de prestamistas. El sueño chileno era el no pago de las deudas. (…perdona Señor nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores…). Y ese sueño ha sido cambiado por el de acceso a la deuda eterna. La reconciliación de la condición humana se ha realizado por medio de la unidad del pecado original y la deuda eternamente reprogramable. Gracias a ella accedemos a los bienes del mundo. Finalmente, el pecado original adquiere el sentido de ‘expulsión del paraíso’ de la inocencia y de acceso a los dolores y los premios del mundo. La capacidad de endeudarse es paralela a la capacidad de pecar. Esa relación adulta entre la deuda y el pecado ha privado de todo brillo al día de los inocentes. El engaño ya no tiene días porque todos le pertenecen. Ahora todos somos bromistas endeudados y enervados, y ninguna acusación de pecado nos toca. Nos hemos vuelto maestros de la elusión y del desencanto con la verdad.
Diluida ella en infinitas versiones de la astucia, la inocencia ha tomado otro curso a través del consumo de escándalos operáticos que se disuelven sin hacer mella en el espíritu comunitario. Para el próximo año, haremos una reevaluación de lo que nos sorprende, de lo que queremos como maravilla, de lo que esperamos de la vida y de las formas legítimas de reírse de los deseos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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