América Latina, bye bye 2018


¿Fue este año inolvidable en la región o fue uno de continuidad? ¿Qué enseñanzas nos deja? ¿Cómo influyó el contexto regional en nuestro país?
En enero pasado con un colega -también dedicado al análisis prospectivo- concluimos que el 2018 iba a ser un año muy intenso, probablemente con momentos dramáticos y que por lo mismo, muy lejos de ser aburrido, al menos para quienes nos dedicamos a estudiar el acontecer regional.
Desde el punto de vista político, fue un año con elecciones que implicaran un cambio de rumbo para varios países. En mayo triunfó el derechista Iván Duque en Colombia, lo que -entre otras cosas- significó una derrota para el ex presidente Juan Manuel Santos. Al mes siguiente, Andrés Manuel López Obrador le propinó una paliza a los tres partidos tradicionales mexicanos y más llamativamente en octubre, fue la forma en que Jair Bolsonaro -con un 55% de los votos- se impuso en Brasil sobre el Partido de los Trabajadores.
Curioso, en México y en Brasil la población votó para poner fin a la corrupción, contener la violencia y la inseguridad, rechazando de paso a los partidos tradicionales. ¿Porqué bajo demandas similares en México se optó por una fórmula de centro izquierda y en Brasil por una de extrema derecha? La respuesta requiere un estudio más profundo, que desborda los limites de esta columna, pero desmiente la teoría del “péndulo”, descriptiva, llamativa, fácil, pero incapaz de descifrar interrogantes como la sugerida.
También tuvimos elecciones presidenciales en Costa Rica, donde el oficialismo retuvo el poder y en Paraguay, donde pasó lo mismo, nada más que el nuevo presidente, Mario Abdo, proviene de una fracción diferente a la que predominó en tiempos del presidente Carter.
Resumiendo, en América Latina se mantuvieron las elecciones como mecanismo para elegir autoridades, pero la calidad de la democracia empieza a mostrar la problemas.

Hay varias situaciones. La más compleja y con más consecuencias para la región, es la crisis en Venezuela. A inicios de año fracasaron las negociaciones entre el gobierno y la oposición venezolana encaminadas a buscar una salida política, en las que las elecciones eran un tema central. Me correspondió participar en ese necesario esfuerzo y sólo puedo decir que, en mi opinión, el fracaso se debió a que tanto en la oposición como en el oficialismo habían sectores que se oponían a un acuerdo.
Fracasadas las negociaciones, el oficialismo convocó con rapidez a elecciones en las que Nicolás Maduro obtuvo el 67% de los votos y su principal opositor, Henry Falcón, sacó el 20%. Buena parte de la oposición no participó y de los cerca de 20 millones habilitados para votar, solo lo hicieron poco más de 9 millones de personas. Esto es coherente con las encuestas, ya que si el oficialismo gana con más del 60% en elecciones en que participa menos del 50%, se entiende que Maduro tenga un 23% de aprobación a su gestión, según la encuestadora Datanálisis. Lo curioso es que Duque, que asumió en agosto reciente, obtiene el mismo nivel de aprobación.
La calidad de la democracia también queda cuestionada en el caso boliviano. Pese al referéndum del 27/F de 2016, el oficialismo ha maniobrado para legitimar la tercera reelección de Evo Morales para los comicios de octubre del 2019. En el camino han quedado varios cadáveres políticos, pero todos apuntan a la separación de poderes, entre ellos el Poder Judicial y los órganos electorales. El oficialismo carga con la aplastante derrota que Bolivia sufrió en su demanda ante la Corte de la Haya y huelga decir que el rechazo a Evo se alza sobre el 51%, según encuestas locales.
No todo es elecciones. Tenemos dos procesos que siguen vigentes en la región: los estragos de la corrupción y la zozobra de economías estructuralmente complicadas. La corrupción ya lo señalamos está presente –su rechazo- en la conducta de los electores mexicanos y brasileños, pero en Perú derribó a un presidente recientemente electo, Pedro Pablo Kuscinzky. Asumió su vicepresidente, Martín Vizcarra, con débil apoyo y enfrentado a un mayoritario fujimorismo en el Congreso, pero tras el referéndum de reformas políticas a inicios de diciembre, terminó como el mandatario mejor evaluado de Sudamérica (61%) y con sus adversarios en descomposición política, incluida la prisión de Keiko Fujimori. Resta por ver durante el 2019 que hará Vizcarra con ese apoyo electoral y con tan escaso apoyo organizado.
La economía regional no vivió un año de crisis generalizada, pero tampoco de milagros y en algunos países los vaivenes globales, sumados a los problemas no resueltos, provocaron más de un estrago. El principal fue en Argentina, donde la devaluación anual alcanzará aproximadamente el 100%. La inflación y el creciente desempleo están en su apogeo. El resultado comprensible es que la sociedad está disconforme y los argentinos no son de los que se quedan callados.
A fin del 2019 hay elecciones en el país vecino y todo está abierto, es difícil que el presidente Mauricio Macri repita, eso dependerá de su gestión económica, pero a estas alturas, la economía argentina deberá caminar de rodillas por el callejón de la amargura. No sabemos si Cristina Fernández podrá ser candidata –o sufrirá el síndrome de Lula da Silva- , lo que aumenta la incertidumbre sobre el futuro político y electoral.
No todo es economía ni política, 2018 mostró que América Latina es ante todo pasional, latina al fin. El mundial de Rusia lo demostró, suspendió la lucha de clases en todo el continente y aunque al final ningún equipo llegó a la final, toda la región la gozó, hasta nosotros que no clasificamos. Pero no fue por ganas que no disputamos la copa, porque la hinchada peruana, fiel y tenaz, pobló las estepas rusas apoyando a los muchachos de Careca. Y cerramos el año con una final de la Copa Libertadores jugada en el reino de España, brutal ironía que nos impuso la FIFA unida a nuestra incapacidad de garantizar condiciones mínimas para una final de esa categoría.
Este año se instaló con fuerza el tema de la inmigración. Ojo, la migración no es algo nuevo en la región, desde hace décadas hay un proceso sur – norte de migrantes, especialmente de México, Centro América y Caribe hacia Estados Unidos. Las novedades en este punto fue el desplazamiento desde Honduras, El Salvador y Guatemala de un contingente de miles de migrantes rumbo al norte, no solo hombres en busca de trabajo, sino familias enteras con mujeres y niños escapando del terror que imponen las bandas delictuales -las llamadas “maras”-, una situación que alimentó el temor en los EEUU y que fue muy oportuno, por cierto, en tiempos de elecciones parlamentarias.
La otra novedad es la salida de mas de 3 millones de venezolanos de su país, por razones económicas en su mayoría, de los cuales más de un millón se han asentado en Colombia, el resto se ha desplazado hacia el sur, a lo largo de toda la costa del Pacifico y también hacia Argentina, sumado a unos 100 mil que han ingresado al Brasil por Roraima. En menor numero también, ésta migración se hace sentir en algunas islas del Caribe.
Varios estudios indican que este proceso puede aumentar hasta duplicar la cifra actual, de no mediar un cambio sobre todo en la situación económica venezolana. Así, en materia demográfica, Venezuela puede transformarse en la “Siria sudamericana”, con consecuencias que aún no se han medido.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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