La era oscura del espíritu tecno-científico en el saber y las artes


Cuando han pasado variadas generaciones que reproducen e instalan ideas segmentadas y productivas en relación a la técnica, esta se transforma en una especie de ideología de época. La diferencia de velocidad y cambios en el uso de esta técnica, por las generaciones más jóvenes, sería una prolongación exponencial y vertiginosa de la idea de época.
En base a lo último, quisiera referirme, específicamente, a la limitada idea de técnica y creatividad que se expande muy velozmente en gran parte del mundo (Chile es un marcado ejemplo de ello). En los eslabones perdidos del conocimiento con respecto a los principios de la creatividad humana, parte importante de las teorías aceptan un principio entre la “evolución” técnica, la creatividad y el arte. Lo creativo con lo técnico desarrollan interrogantes reflexivas que propician un pensamiento que se interrogará acerca de las cosas y los usos que estas comienzan a ejercer de acuerdo a necesidades que se irán haciendo cada vez más específicas. Las primeras cosas, las creadas y las por inventarse seguirán siendo “materia” de interrogación del principio de las cosas, sus transformaciones y cambios. El desarrollo complejo de esto se le comenzará a denominar como acto de filosofar. El constante desconocimiento de las cosas del mundo, de sus fenómenos, también generaría interrogantes que causarían incerteza, alegrías, miedos, creación de fantasías y ficciones a través de diferentes técnicas, las cuales serán los principios de lo que, posteriormente, se le llamará arte.

Han pasado miles de años y la filosofía no puede dar respuestas “fijas” ni cerradas, y el arte continúa siendo un desconocimiento. Algunas personas pensarán que es un fracaso de lo que hoy son estas dos disciplinas humanistas, pero no es así, pues el constante desconocimiento de las cosas nos hace interrogarnos y buscar más recursos intelectuales y creativos para el enriquecimiento del pensamiento, la reflexión y la creatividad en un sentido “puro”. El problema es a la inversa: cuando se empiezan a establecer realidades por sentado y completamente esclarecedoras sobre la verdad de las cosas es cuando comenzamos a tener un problema social y cultural. Alguien podría replicar que nuestra especie siempre ha actuado de la misma manera: la gran mayoría de las personas (incluyendo las con nulo, mal o buen acceso a la información y el conocimiento) siempre han sido seguidoras del espíritu de sus épocas y muy pocas excepciones han podido ver con lucidez su momento en la vida y han hecho algo, de acuerdo a sus “tiempos”, revolucionario; aveces aceptado en el período creado y a veces rechazado y/u olvidado. Lamentablemente esto tiene mucho de cierto. Sin embargo también se han podido ver aumentos en la cantidad de individuos que integran un momento creativo excepcional de época: Viena en el siglo XVIII, Rusia, Alemania, París a principios del siglo XX (se suma Nueva York a mediados del mismo siglo), la poesía chilena de la primera mitad del siglo XX, etc.
Uno de los importantes apogeos que se está consolidando en el espíritu de nuestra época es el pensamiento técnico instrumental, el cual conlleva un valor de sobrevivencia hoy con respecto a la velocidad de los cambios tecnológicos en el mundo. Incluso, por ejemplo, la psicología conductual o la sociología cuantitativa tienden a segmentar los conocimientos y experiencias que abarcan las preguntas sobre lo desconocido o sobre quienes trabajan con ideas o materiales hacia inutilidades progresivas, hacia el riesgo creciente del abismo no calculable del misterio de un nosotros.
Las ciencias y las tecnologías son imprescindibles en nuestras vidas, pero concederles cualidades donde la cientifización de la vida podrá responder sobre el ser, o la neurociencia responder sobre la mente es estar viviendo ¡ya! en la época de la tecnifización de la realidad. ¿Cómo se responde al poema fuera de la poesía? Acá podemos mencionar el ejemplo de Heidegger con la pregunta que realiza “¿Y para qué poetas en tiempos de penuria?”, donde nos habla desde el olvido del ser y la pregunta del mismo, como pérdida en “la penuria de los tiempos” en una era de instrumentalización de la llamada naturaleza. En el texto se apela a la preservación del mito, el cual se encontraría en la poesía. En palabras del autor…
El tiempo es de penuria porque le falta el desocultamiento de la esencia del dolor, la muerte y el amor. Es indigente hasta la propia penuria, porque rehuye el ámbito esencial al que pertenecen dolor, muerte y amor. Hay ocultamiento en la medida en que el ámbito de esa pertenencia es el abismo del ser.
En el espíritu de época, con la nueva religión capitalista-técnico-cientificista hasta artistas se alegran de la creciente formación de las industrias creativas, las cuales son, como me mencionaba un amigo, un oxímoron, pues los dos términos se anulan mutuamente. Pero en el espíritu de época, quizá, les viene bien a una gran masa de artistas que trabajan dentro de la capitalización competitiva y formal de la creación, y donde empresarios esperan los réditos de la usufructuación violentamente cosificante del espíritu creativo de los artistas de época de “tiempos de penuria”.
Cuando se realiza la ya recurrente pregunta de si alguna vez la IA nos superará en inteligencia y creatividad, la respuesta es ¡Si! Claro que nos superará mientras sigamos creciendo y alimentando una cultura donde los parámetros de la inteligencia y la creatividad se encuentran, cada vez más, instrumentalizados. He ahí la distopía (la cual comenzamos a formarla hace mucho tiempo). Respuesta no negativa al final de esta columna: quizá, cuando eso ocurra por completo, nacerá el momento en donde deberemos, por obligación, volver a preguntarnos por nosotrxs mismxs, para sobrevivir, o para seguir en la angustiosa interrogante del desconocimiento creativo.
Samuel Toro. Licenciado en Arte. Candidato a Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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