misoginia que termina en crimen



Cuando el odio termina en un feminicidio, crimen, separación de familias y duelo se hace visible por ser extremo, aparece en las noticias, se discute en las redes sociales. Después retorna el silencio.
Sale el escándalo, lo rojo, dice la activista trans Gloria Davenport, pero cuando se trata de las violencias normalizadas, el silencio se generaliza. Con ella coinciden especialistas en infancia, homofobia, mujeres, personas migrantes y pueblos indígenas.
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La discriminación, el racismo, la violencia económica causan daños por generaciones, explica Paloma Bonfil, pero se habla poco de ellos. Esa violencia estructural, explica la doctora en sociología rural, es un reflejo de la desigualdad, la impunidad y la falta de oportunidades. Son, en su opinión, nuestros problemas más terribles, asegura.
Anayeli Pérez, abogada que defiende casos de feminicidio, agrega otros elementos más a la descripción de Bonfil: la corrupción y la colusión que, al final del camino, se leen como una permisividad para violentar mujeres.
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De las 6,614 niñas, niños y adolescentes que están desaparecidos, seis de cada diez son niñas y adolescentes mujeres, de acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas.
Además, es el segundo país del mundo donde más matan a personas transgénero, de acuerdo con el Observatorio de Personas Trans Asesinadas.
A una persona trans, dice Martha Elena Díaz, de la organización Transfamilia, no se le quiere ver, se le quiere esconder y se le orilla a una situación de precariedad brutal porque desencaja, incomoda.
Diversos especialistas coinciden en que la discriminación y el racismo marginan a las personas, las dejan sin empleo y las vuelven altamente vulnerables. La violencia normalizada mata.
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En México, 23 por ciento de la población siente que en los últimos cinco años se le ha negado un derecho injustificadamente, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis) 2017.
Para una mujer indígena es lo mismo, y para una mujer indígena pobre que vive en una zona donde hay crimen organizado, es peor, asegura Paloma Bonfil.
Si se trata de un niño que migra sin documentos, la violencia que le espera, dice Salvador Lacruz, de la organización civil Fray Matías de Córdova, es absoluta. “Cada vez llegan más niños en condiciones extremas, la autoridad es particularmente cruel, es un tema muy difícil de manejar y una carga fuerte para el Estado, no hay institucionalidad que pueda cumplir con el interés superior de la infancia”.
Lacruz trabaja en la frontera con Guatemala, en la ciudad de Tapachula, Chiapas, en donde “ni siquiera –observa– hay los recursos adecuados para tratar con la niñez local, sobre todo si se piensa en la población indígena; necesitan atención integral y la realidad es que es muy precaria y muy negligente”.
La cereza del pastel es el machismo. Juan Martín Pérez asegura que México es un país profundamente machista, inmerso en una condición de guerra que genera un entorno para la trata de personas. De acuerdo con la organización GIRE, cada día hay en promedio dos nacimientos de madres de entre 10 y 11 años.
Lee el reportaje completo de Newsweek México
 
 
 
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