Ya casi ni me acuerdo – La Opinión del Padre José Luis Segura Barragán



Me comentan, que la semana pasada, en El Trigo y en Los Nuevos asesinaron a veinte personas, dos y diez y ocho, respectivamente.
Estuve de párroco de Dos Aguas hace más de veinticinco años y recuerdo los dos lugares; ambos limítrofes de las parroquias de Dos Aguas y San Pedro Naranjestil.
En aquel tiempo, la brecha de Dos Aguas a Barranca Seca era un calvario de pozos, charcos, hendiduras, puentes de vigas, charandas resbalosas y cuarteaduras de las brechillas. Ochenta kilómetros, que es la distancia que las separa, se hacían en alrededor de cinco horrorosas horas.
Para ir a El Trigo había que subir por la sierra en casi caminos de herradura; en algunas curvas no se podía dar la vuelta y había que subir de reversa y luego seguir adelante. Ya no me acuerdo si se duraba una hora o más; luego se llegaba a La Providencia, un pequeño poblado donde estaba un pino monumental, le pregunté hace poco al padre Octavio Rojas, penúltimo párroco de Dos Aguas por él, y me dijo que todavía existía el gigantesco árbol. Además no tiene sentido talarlo, su madera vieja y fofa no sirve ni para tejamanil.
De ahí en delante, en aquel tiempo, se trasladaba uno en bestia, ordinariamente mulas muy experimentadas en aquellos caminos veredosos proclives a mandar al despeñadero a los animales descuidados. En el fondo de los hondos precipicios se distinguían pequeños manchones de marihuana, cultivo natural de aquellos lugares. Como frecuentemente iba el ejército, el de antes, el cruel, asesino, venal y bronco, algunos inventaron poner en macetas sus matitas y así poderlas cambiar de lugar cuando se requiriera.
Después de dos o tres horas de cabalgar en las mansas y astutas mulas, se llegaba a Los Nuevos, una pequeña ranchería de los Valencia de Aguililla. La gente de más abajo, casi ya de la costa michoacana, venía en la tarde a convivir, comerciar, noviar, confesarse y rezar. No faltaban las desavenencias que ordinariamente no pasaban a mayores. Algo de bebidas alcohólicas para distender los músculos, alegrar el corazón y llenar de valentía a los más hoscos y retraídos.
Al siguiente día, a eso de las siete se celebraba la misa y cada quien regresaba a sus lugares de origen, las celebraciones se hacían cada mes o cuando las pidieran para bodas, quinceañeras, funciones y pago de mandas a los santos. En estas ocasiones se hacían danzas a la Virgen, a Cristo o a los santos. Una vez fui a La Charanda con Luis Barragán, otra ocasión a La Platanillera, la casa de don Noé Valencia, persona de mucho respeto y de honestidad probada.
Para despedir al sacerdote los hombres se parapetaban en un filo del cerro y hacían un descargue de muchas y ruidosas armas, como acción de gracias y muestra de agradecimiento y cariño.



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