Homenaje a las heroínas anónimas en el Día Internacional de la Mujer


Rindo homenaje a las heroínas anónimas y olvidadas.
Hace 45 años muchas mujeres chilenas, decenas, cientos, miles, comenzaron a abrir -silenciosamente- las puertas de sus casas, desde Arica a Punta Arenas, para luchar contra el dictador.
Así cada una sentía que estaba haciendo algo útil y valiente y que su vida tenía sentido.
Entonces lo arriesgaron todo, igual que la mujer que salvó niños, sacándolos ocultos desde el gueto de Varsovia.
Los nuestros no eran niños. Fue el pueblo de Chile, salvado a cada rato, durante 17 años.
En sus casas se reunían grandes y chicos, desde los comités central de los partidos, hasta el más desconocido de los habitantes.
Y lo lograron con éxito, a pesar de los pesares. Colocaban señales de normalidad en sus ventanas, para no ser capturadas.
En las reuniones se organizaban manifestaciones contra el tirano, eventos culturales y deportivos, todo. Todo servía, hasta una simple “volanteada” en el centro de Santiago. Todo era arriesgado para nuestras heroínas.
A veces las reuniones bilaterales también se hacían en las calles, entre personas absolutamente desconocidas, unas de otros.
Bastaba con rezar un “santo y seña” o presentar la mitad exacta de un papel que traía la contraparte.
En sus casas también se escribió la historia, se elaboraron diarios clandestinos con mimeógrafos añosos.
En sus casas se escondió a los perseguidos y se les dio techo, comida y abrigo.
Por eso, muchas fueron como la heroína de Varsovia.
Hoy le rindo homenaje a todas, valientes, anónimas y olvidadas, quienes estuvieron dispuestas a dar sus vidas, cada vez que fue necesario. (Y fue necesario muchas veces).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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