translated from Spanish: Obra “Prefiero que me coman los perros”: y no esta sociedad

Han pasado diez años desde que la ex parvularia Eugenia tuvo participación negligente en la muerte de un niño bajo su cuidado y como efecto post trauma, hace una década desvaría por la ciudad como una columna de hormigas, a la cual le lanzaron un petardo y no pueden retomar la dirección.
La ex educadora está en un mundo irreal luego del accidente y se dedica a perseguir personas, en un juego de obsesión al azar, que la lleva hasta el extremo de ingresar a sus casas cuando éstas permanecen en sus trabajos.

Durante esta invasión Eugenia explora, como arqueóloga de la vida ajena, cada artículo y llena su existencia solitaria, solazándose con toda esa información recopilada.
En la obra Prefiero que me coman los perros, las actrices Nona Fernández (Eugenia), Monserrat Estévez (sicóloga) y Cristián Keim (carabinero), nos encaminan por los límites de la salud mental de una persona cuya vida laboral colapsa sin querer, por haber fallado donde no se puede errar.
Basada en un hecho real, la obra es una creación de la dramaturga Carla Zúñiga y despliega en una escenografía dominada por el juego de los espejos y los efectos ópticos proyectados sobre éstos, el mundo de Eugenia, quien no acepta cómo sus hábitos no forman parte ya del reino de los sanos.
En Matucana 100 la Sala Patricio Bunster se transforma en un diván de montaña rusa, donde los carros de la ex profesional dejan en jaque a la sicóloga. Ésta desde el inicio pretende deshacerse de ella y en vano derivarla a un siquiatra.
En la mente de Eugenia hay voces crueles, como la de su padre, progenitor ausente convertido por ella en un amigo imaginario despiadado, que le repite una y otra vez desde los cristales cómo jamás nadie la amará, pues su destino es la soledad.
Prefiero que me coman los perros nos habla del aislamiento emocional, pero por sobre todo de las patologías mentales en el mundo del trabajo. La presión desmedida, las múltiples labores, los brutales tiempos de traslado, sumado a la precariedad contractual, arman un monstruo tan grande que éste no caerá ni con hondas de David o marchas ciudadanas.
Según la Encuesta Nacional de Empleo Trabajo, Salud y Calidad de Vida (ENETS) un 30% de los trabajadores se quejan de cansancio y un 21% está sufriendo depresión. Según la Superintendencia de Seguridad Social (SUSESO), en el 2017 se diagnosticaron 7.232 enfermedades profesionales de las cuales el 53% se debían a salud mental.
En diciembre de 2017 un niño murió asfixiado por el calor dentro de un vehículo, en el estacionamiento del colegio San Agustín de Santiago. Su padre lo olvidó, en medio de la bestial rutina laboral, confundiéndolo con el equipaje. La sociedad de la entretención se apresuró en condenar, pero luego retrocedió cuando notó que no era un caso de maltrato infantil. Se trataba de algo que puede sucederle a cualquiera, debido al estrés laboral.
El hombre no se percató del orden de los factores. Esa jornada en la oficina, cumplió sus obligaciones dando por hecho, que lo más importante de su vida estaba como cada día en la escuela, seguro y formándose.
¿Cómo puede acontecer semejante tragedia? Habrá razones personales, pero el asunto de fondo es el brutal modelo laboral chileno, de enorme incertidumbre, pues se trata de una auto profecía de exclusión, pensiones miserables, contratos precarios, cero sindicalización y ausencia casi total de seguridad social.
En los países con previsión real y leyes laborales decentes, los matrimonios duran promedio 15 a 20 años, acá las familias pelean el partido de la supervivencia con la cancha desnivelada.  Nuestro mundo laboral produce enajenación, tristeza, soledad, fragmentación urbana y desemboca en una crisis de ánimo, porque nuestro sistema no es un modelo de desarrollo.
Eugenia jamás superó la muerte de ese niño a su cargo y ahora además debe purgar en una red médica inexistente, que la deja a merced de sus voces internas en un laberinto de espejos.
Esta valiosa obra de teatro, responde a lo que se espera que el artista haga por su gente. Ahí, donde nadie sabe cómo decir las cosas por su nombre, un elenco, una dirección y una dramaturga son capaces de ponernos frente al retrato, para dejarnos de afrontar estos graves y fundamentales asuntos con eufemismos.
Obra “Prefiero que me coman los perros”
Matucana 100, Sala Patricio Bunster
Hasta el 31 de marzo. Jue a sáb, 20:00 hrs. Dom, 19:00 hrs.
Precios: $5.000 general, $3.000 estudiantes, 3ra edad, y jueves popular.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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