Estado ausente: errabundo del progreso ciudadano


Un fantasma recorre la sociedad chilena y otras latitudes del mundo moderno que se debate entre el avance ecohumano de las fuerzas emancipadoras y la decadencia socioretrógrada del ultra conservadurismo. En la mitología griega los fantasmas son espíritus o almas errantes de seres muertos, que siguen presentes.
En el siglo XX y XXI representan almas en pena que no logran descansar debido a que han dejado un tarea pendiente o promesas inconclusas. Y esta ausencia, genera miedo en la población supersticiosa. Representan también, en un sentido más moderno, acumulación de energía negativa que bloquea el progreso. En nuestro caso, el fantasma que deambula sin rumbo fijo es el Estado y sus personeros investidos solemnemente de representantes oficiales del pueblo. Se trata de un gran representante logístico y discursivo, salido de la revolución francesa, con ímpetus modernizadores y justicialistas, que sufre en forma permanente ataques y metamorfosis, atrapado estructuralmente entre promesas e incumplimientos que desencantan a los que viven de esperanzas; que fallece – que en verdad casi se extingue históricamente- neoliberalmente, pero que sigue penando en la conciencia de millones de hogares pobres, que temen su presencia impredecible y añoran su ausencia. Este fantasma de mil rostros, raquítico por la hambruna del tiempo perdido, deambula por todos los rincones de la sufrida humanidad, transitando lentamente a golpes desde el homínido armado ciegamente de esperanza de una vida mejor, más humana y más verde de paisaje natural.
El Estado, esa invención fantástica de la Era Moderna, responsable de reducir incertidumbres y de poner en marcha condiciones aptas para el desarrollo de la Subjetividad, sufre las transformaciones y desafíos que le imponen los modelos de desarrollo y las demandas ciudadanas, en diferentes niveles, tiempos, regiones e intensidades.
Los abandonados del progreso y la riqueza, los que envejecen pobremente y sin piedad, sin salud ni renta segura, reclaman la presencia del fantasma errante; reclaman este cuerpo que vivió, creció en las reformas y en las promesas de felicidad, aquella que la élite enterró con la fuerza del poder injusto. El Estado era un cuerpo público, vivo y presente. Pero sus promesas utópicas lo desbordaron y, los espíritus malignos lo convocaron al destierro, lo entregaron a manos privadas. Y, en el mundo no público, privado, el Estado perdió su cuerpo, se hundió en el abismo privado, en un mercado fantasmal, un no lugar eterno, infernal para muchos, carente de espíritu y de humanidad en sí y para sí.
El Estado errante, privatizado y cercenado en sus funciones, engendró, desde la situación de abandono, creaturas ilegitimas, provistas de planes precarios de educación, salud, previsión, vivienda y paisaje. Redes de engaños bien empaquetados, que deambulan con nombres abreviados: como isapres, afp, subvenciones, subsidios y otros inventos, corruptos y perversos neoliberales. Humanamente indescifrables e insustentables.
En la realidad realmente existente, el estado es un fantasma moderno: un espíritu, una invención fantástica de la Modernidad iluminista – de izquierda, de centro y de derecha-, en momentos bien intencionados, que prometió soberanía, sentido y emancipación, pero que nunca cumplió sus promesas. En el siglo XXI, ya avanzado, científica y tecnológicamente revolucionado, el fantasma continúa errante, soberbiamente ausente en tiempos de nuevas e insoportables desigualdades, asimétricas, multidimensionales y desastres climáticos y humanos.
A pesar de las masivas y reiteradas marchas humanas, que desbordan las calles de indignación y protesta en el mundo, el estado y los políticos auto-representados, independizados de la realidad real, no se hacen presentes. Brillan por su ausencia. Deambulan por las promesas discursivas y mediáticas, sin saber que la conciencia de los que realmente viven o precariamente sobreviven, avanzan y exigen rendición de cuenta a los fantasmas que se niegan a morir, para dar paso a una época pos-fantasmal, despierta, consciente, pro eco-humana, más igualitaria, de calidad democrática y subjetivamente emancipada. Que esperamos, llegará, para la alegría y realización humana.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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