Argumentos “ficticios” en defensa del primer “falo” de luz de la nación


“Pero qué necesidad, para qué tanto problema”, se preguntaría Juan Gabriel frente a la parafernalia democrática sucedida durante la última semana al interior – posiblemente- de las catacumbas del Instituto Nacional. Me pregunto, qué hay de errado ficcionar con qué tan dramática discusión se haya desarrollado en aquel emblemático espacio, un lugar que representaría el carácter patrimonial –y por ende inamovible- del primer establecimiento que dictara instrucción laica y al servicio del “bien” público.
El viernes 29 de marzo, con un 54,5% de los votos – porcentaje que le otorga una cuota de dramatismo, fortaleciendo la fantasía chilena por catalogar el conflicto como polarización, lo cual posiblemente es explicable a partir del trauma que emerge en la comunidad ante tan doloroso e inmovilizador recuerdo del shock aplicado por la derecha autoritaria en momentos de revolución social (1973)– apoderados, directivos y asistentes sintetizaron en un “NO” su rechazo por transitar a un proyecto co-educativo. Así fue como -posiblemente, si no es en su totalidad al menos en su mayoría hombres- decidieron continuar con su “inofensiva” exclusividad de seleccionar según el sexo a las personas que aspiran participar de la institución.
¿Qué defienden los institutanos al momento de negar el ingreso, particularmente, de las mujeres? ¿Se defiende el carácter tradicional del establecimiento? ¿Se defienden sus historias o “su” historia? ¿Se defiende el carácter emblemático? ¿Se defiende la trayectoria, sus 205 años de un “siempre ha sido igual”? Si las respuestas son afirmativas – posiblemente- debiésemos pensar que lo que justificaría la “selección de solo hombres” se relaciona a todo lo que también permite legitimar sus (auto) membresías de un establecimiento educativo meritocratico, inclusivo, emblemático, referente de movilidad social y de excelencia académica.
Con esta decisión, los herederos del legado educativo de “vuestros nombres valientes” primeros institutanos, defendieron una formación exclusiva y privilegiada, destinada únicamente a hombres. Esa formación tiene como referente la emblemática cifra de 18 presidentes de la nación, formados con destacada disciplina y bajo estricta instrucción racional-científica. Podríamos suponer que formar presidentes implica haber educado “hombres al servicio de la patria”, “hombres estadistas”, “hombres con carácter”, “hombres con decisión”, “hombres capaces de tomar decisiones racionales, neutralizando sus sentimientos y/o afectos personales”, en definitiva, haber formado exponentes de “masculinidad”. Entre algunos se encuentran aquellos mandatarios que Benjamín González interpeló en su discurso para la ceremonia de su licenciatura, donde además declaró que: “No podría sentirme orgulloso de ir en un colegio que la sola idea implica discriminación. Si la educación en Chile fuera buena en todos los establecimientos educacionales ¿Qué motivo habría para la existencia del Instituto Nacional? Ninguna”.
Han pasado siete años (2012) de ese discurso, el cual interpeló el lugar del Instituto Nacional en la historia del Chile Bicentenario. Pero también, han pasado cinco años (2014) de esa toma que tenía por petitorio el rechazo a la Reforma Educacional, principalmente en torno a la decisión que buscaba prohibir la selección de estudiantes en los establecimientos educacionales, hecho que nos dejó la siguiente consigna: “El fin a la selección no termina con la desigualdad en la Educación”. Han pasado tres años (2016) de esa carta dirigida a la Presidenta Michelle Bachelet, donde una niña declaraba su intención por poder educarse en el Instituto Nacional, indicando no comprender por qué siendo niña no podía acceder al lugar de saber/poder donde se había formado su padre. La carta tuvo como respuesta de la mandataria: “Confío en que la comunidad del Instituto, consciente del lugar que ocupa en la identidad de nuestra educación pública, realizará un debate interno profundo sobre esta materia, que promueva a su vez una reflexión mayor”. Ha pasado un año (2018) de la parodia realizada por un grupo de estudiantes del Instituto Nacional en torno a una violación en grupo, además del bordado de un poleron de estudiantes de cuarto media que indicaba como leyenda “Quién fuera bisectriz pa partirte en dos y altura para pasar por tu ortocentro” donde además su dibujo explicita la cosificación de lo femenino y la obligatoriedad – posiblemente, disfrazada de inoportuna naturalidad o instinto- la práctica del acoso en espacios públicos. Solo como “anécdota”, entre los sobrenombres bordados en el poleron se encuentra, por ejemplo, “Karadima” – posiblemente, por tener de referente al líder del verbo divino, por su buen obrar quizás, o simplemente por alguna anécdota que implique asociar al estudiante con dicha figura-.
Esos son algunos de los hechos que contextualizan la discusión y la “profunda” reflexión de la cual confiaba la actual comisionada de derechos humanos de la ONU, y ex primera directora ejecutiva de ONU Mujeres. El debate del pasado viernes tuvo como resultado perpetuar la exclusión de lo no-hombre. Entonces para explicar la decisión, los feminismos nos sugerirían cambiar la interrogante, preguntándose en definitiva: ¿Qué defienden los hombres para conservar obstinadamente la selección de personas con pene como estudiantes del Instituto Nacional y otros establecimientos?
Los hombres que defienden los espacios separatistas como lo son los liceos masculinos, defienden el privilegio de participar de una comunidad que los protegerá por el simple hecho de ser hombres, defienden la exclusividad de sus actos, el privilegio que implica denigrar y rechazar colectivamente todo lo que no sea masculino. Los hombres que defienden que solo hombres participen de espacios educativos, defienden las condiciones y características de su cultura, esa cultura de excelencia que implica privar a niños y adolescentes de los deseos y placeres “carnales”, emociones y afectos que implica tratar con otras personas. Para estos hombres, implica defender el concepto de la competencia, donde en todo ámbito los mejores prevalecerán, ya sea en los estudios, en los deportes, en los debates, en la carrera, en los carretes, en el amor, en la cama, en la vida.
Posiblemente quien lee, buscará incesantemente las cuñas periodísticas donde se compruebe todo lo que acabo de señalar, sin embargo, el feminismo como corriente de construcción de conocimiento permite darle un lugar de relevancia a la experiencia personal como un espacio de denuncia. Puede que lo declarado nunca se haya dicho explícitamente –a pesar que si pesquisáramos superficialmente la historia del Instituto Nacional podríamos reunir “evidencia”- sin embargo, sí de manera implícita, principalmente en todas aquellas prácticas cotidianas que institutanos reservan exclusivamente para el goce y placer grupal de sus juntas de aniversario, en sus celebraciones, de sus cumpleaños, de sus ascensos, de sus matrimonios, entre otros espacios de validación social.
Como esto se trata de ficción, posiblemente podríamos pensar en anécdotas tales como: “el profe que se burlaba de las mujeres”, “el profe que tira bromas denigrando a todo aquel que parezca maricon”, “las anotaciones negativas por pegarle y denigrar a un compañero”, “la burla por qué la única anotación positiva del compañero obviamente se explica por sexo oral o haber prestado el poto”, “las burlas del que no tiene bello en las axilas”, “las burlas el que no tiene vello púbico”, “la burla por el que corre lento”, “la burla por el que salta bajo”, “la burla por el que no hace educación física”, “la pelea entre ese que se comió a esa, y a la hermana, y a la prima que embarazó, y el/la hijo/a que no cuida, y ahora ese está medio perdio porque pasa en puterios”, “el exitoso que es un pobre weón que no disfruto su juventud entre carretes y minas”, “las fantasías con las trabajadoras y funcionarias del establecimiento”, “el acoso disfrazado de galantería” y esas infinitas “simulaciones de violaciones, mamones y toqueteos sin consentimiento”.
Pero, “¡Todo lo anterior es ficción!”, declararían los hombres quienes defienden al instituto frente a los embates de los feminismos históricos y contemporáneos. Sin embargo después de todo este ejercicio de ficción, considero que en esa respuesta se encuentra la razón de la defensa. Solos quienes participan de los liceos de hombres conocen la formación masculina, siendo un secreto exclusivo para hombres, permitiendo solo a ellos acceder a los conocimientos y saberes implicados a formar parte de una comunidad selecta. Acceder a participar no solo implica la instrucción bajo el curriculum formal y oficial, sino que también involucra participar y aprender en paralelo a un conjunto de prácticas, discursos e interacciones cotidianas que forman parte de las “pruebas de masculinidad” , las que niños y adolescentes deben sortear durante, mínimo, seis años de su vida.
Los institutanos, que defienden la selección, legitiman la violencia y el autoritarismo como proyecto educativo (porque validan la existencia de dichas “pruebas” en su cultura formativa), validan el sexismo, la misoginia, la homofobia y la trasnfobia como valores y principios de enseñanza (la exclusión de la presencia de mujeres representa el intento por homogenizar experiencias, situando lo “masculino” como superior) y, guían sus procesos formativos desde la cultura de la excelencia, competencia y el privilegio de ser hombre (la competencia rige la convivencia entre hombres, algunos resisten y otros los olvida la historia). En definitiva, estos hombres propician que sus interacciones cotidianas se reproduzcan relaciones patriarcales bajo el privilegio de ser solo “ellos” quienes podrán determinar la veracidad de las “ficciones” declaradas en esta columna, o las experiencias marginales que vienen a desestabilizar su proyecto segregado. Porque defender la selección de hombres implica defender todas esas “pruebas”, todos esos mandatos que te encaminan a ser un hombre, que en este caso sería lo mismo que decir: todas esas “pruebas” y mandatos para ser un institutano, un hijo de Carrera.
Finalmente, transitar a ser un establecimiento mixto no constituye una solución inmediata ni tampoco un proyecto educativo anti-sexista. Lo que permite la demanda por un proyecto co-educativo, y el escenario propiciado por la misma, es el ejercicio de “ficcionar” respecto a cuáles habrán sido los argumentos que permitieron mantener encendida la luz del primer “falo” de la nación.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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