Montenegro en el abrazo del dragón



Li Keqiang, primer ministro de China, durante cumbre China-CEEC 16+1 en Letonia (2016). Foto: Valsts kanceleja/ State Chancellery Latvia (CC BY-NC-ND 2.0).
En la Unión Europea crece la preocupación a causa de las inversiones de la República Popular China en relación con su proyecto OBOR (One Belt One Road) y la iniciativa 16+1 de cooperación entre China y 16 países de los Balcanes, Europa Central y del Este. Aunque todos los países de la antigua Yugoslavia forman parte de este proyecto, la inversión de 680 millones de dólares en la construcción del primer tramo de la autopista Bar-Boljare en Montenegro, es un ejemplo paradigmático de la geoeconomía china. Después de independizarse de Serbia en 2006, de entrar en la OTAN en 2017, de resistirse a la influencia rusa y de enfrentarse a los problemas de la demarcación de fronteras con Kosovo, parece ser que los 622.000 de habitantes de Montenegro se hallan ahora frente a la posibilidad de convertirse en el “caballo de Troya” de China en Europa, según las palabras de Johannes Hahn, comisario de Política Europea de Vecindad y Negociaciones de Ampliación. Hahn puso el ejemplo de Montenegro y, en particular, el mencionado caso de Bar-Boljare como modus operandi de China para afianzar su influencia en los Balcanes y Europa.
Hay dos aspectos que llaman la atención del proyecto chino en Montenegro asumido por la empresa China Road & Bridge Corporation (CRBC) y con financiación del banco chino Exim. El primero es que según estudios de la compañía francesa Louis Berge, que trabajó para el Gobierno de Montenegro, y de la compañía estadounidense URS Co. (que desde octubre de 2014 es parte de AECOM) para el Banco Europeo de Inversiones, la autopista no es sostenible económicamente porque no hay suficiente tráfico para hacer que la concesión sea atractiva para los posibles inversores. El gobierno de Montenegro tendría que otorgarles subsidios de decenas de millones de euros para hacer rentable el acuerdo de concesión, lo que crea problemas adicionales para las arcas públicas de un país que tiene una deuda por el valor del 80% de su PIB.
El segundo aspecto más problemático del proyecto es el procedimiento de resolver cualquier disputa entre el gobierno de Montenegro y su acreedor. El acuerdo entre el gobierno montenergino con la CRBC, la empresa constructora, prevé que cualquier posible disputa se solvente ante el Tribunal de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Zúrich. Sin embargo, el acuerdo de préstamo con el banco Exim establece que todas las posibles disputas entre las dos partes se resuelvan conforme a la ley, arbitraje y tribunales chinos.
La insistencia del gobierno de Montenegro en seguir con un proyecto no rentable económicamente es irresponsable y estúpida. Refleja que Milo Đukanović, el presidente del país y un superviviente de la época de la desintegración y destrucción de Yugoslavia, busca mantenerse en el poder a cualquier precio. Hay pocas posibilidades de que Montenegro pague una deuda innecesaria, lo que a largo plazo permitirá que China tome el control de la infraestructura.
A diferencia de la Unión Europea o de EEUU, que vinculan sus créditos económicos con reformas democráticas, el desarrollo del Estado de Derecho y el respeto de los derechos humanos, que aplican estrictamente reglas comerciales transparentes y que contemplan la viabilidad económica como criterio básico para sus inversiones, los bancos chinos operan de un modo no transparente, lejos de los ojos del público, en sintonía con su interés geopolítico.
La principal consecuencia para Montenegro es que estará en deuda con China, y aunque ésta no se va a inmiscuir en sus asuntos internos, sí podrá exigirle que se abstenga de votar en organizaciones internacionales, como la ONU, a favor de medidas que perjudiquen a China.
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