El exilio como destructor de la familia chilena: socióloga iquiqueña publica estudio en libro alemán


La socióloga chilena Leonor Quinteros publicará un artículo sobre los efectos del exilio en la familia, especialmente los hijos, en un libro alemán que aparecerá en noviembre próximo en el país europeo.
El texto será parte del libro “Transformationen alltäglicher Lebensführung” (“Transformaciones de la gestión de vida cotidiana”), que publicará la editorial Beltz Juventa, en su colección de “Economía, sociedad y gestión de vida”.
La invitación a escribir el artículo se le cursó luego de una pasantía de seis meses en el Instituto de la Juventud en Múnich, donde realizó una investigación exhaustiva sobre los hijas e hijos del exilio chileno en Alemania.
“Lo que me parece paradojal en todo esto, es que la derecha chilena ha pretendido llevar el baluarte en la defensa de los ‘derechos de la familia’. Sin embargo, ha sido justamente el exilio, impulsado por la derecha chilena lo que llevó a la destrucción y desmembramiento de miles de familias, muchas veces de manera irreparable”, comenta Quinteros.
“Con mayor razón me parecen lamentables los dichos del diputado (Ignacio) Urrutia (UDI), cuando afirmó que los exiliados eran ‘terroristas’. Me pregunto si realmente existirá una mínima conciencia en este tipo de personas sobre el daño producido a la familia chilena por efecto del destierro sufrido”, remató.
La propia Quinteros publicó ya en 2015 en Chile el libro “Un exilio para mí”, que comprende sus diarios de vida en el exilio, que se suma a “Hija del exilio”, publicado este año por Silvia Mellado. En Chile los Hijos del Exilio además se han constituido recientemente como ONG.
Gestión de vida
Múnich es la ciudad en que se surgió hace más de 30 años un grupo de trabajo de investigación en torno a la “gestión de vida”, cuya línea teórica se basa en las propuestas del sociólogo alemán Max Weber. El enfoque de Weber se centra especialmente en el desarrollo y conformación de la vida propia y los significados que subyacen en ella, explica Quinteros.
Interesa cómo las personas toman riendas de su vida, sus posibilidades de acción concreta en medio de espacios donde se permite y restringe su desenvolvimiento y desarrollo, en medio de contextos materiales e inmateriales diferenciados. En su origen, la mirada weberiana se centraba sobre todo en la capacidad de superación de los problemas de la vida cotidiana desde el punto de vista del individuo, pero con el tiempo se fue abriendo hacia la familia y las comunidades. El “hacer el día” es, desde este punto de vista, también una forma de trabajo que se manifiesta en el enfrentamiento a los desafíos del diario vivir, dice.
Agrega que se había investigado el fenómeno de la vida moderna-occidental desde este punto de vista, y ahora, hace poco, también el fenómeno inmigrante, especialmente el de la migración transnacional. Bajo este marco teórico, se resalta la tendencia a la estabilidad como fenómeno central en la vida cotidiana, principalmente a través de la realización de rutinas y quehaceres diarios. Es decir, a pesar de las dificultades, las familias y los individuos logran establecer una vida más o menos rutinaria y tranquila, y en el caso de los inmigrantes, también desarrollan un vínculo afectivo sólido con la familia del país de origen a través de los medios tecnológicos existentes hoy, consiguiendo continuidad en el “hacer familia”.
“Este tipo ideal de estabilidad en la vida cotidiana es puesto en duda en mi trabajo investigativo. No siempre se logra estabilidad en la vida cotidiana, sobre todo cuando las familias se ven obligadas a confrontar constantemente cambios, rupturas y pérdidas afectivas y materiales, como fue la experiencia de vida de los exiliados en Alemania. El exilio no tiene nada de voluntario, en cuanto el destierro es una decisión estatal en un contexto de intensa persecución política, lo que obliga a los exiliados a dejar tras suyo personas, ambientes, rutinas y actividades que realizaba cotidianamente en su patria”, señala.
Exilio y generaciones
La especialista destaca que los esfuerzos por crear estabilidad y continuidad en el exilio son un desafío que no siempre tiene éxito; tampoco se vive el exilio familiar de manera pareja. De modo que, por ejemplo, los padres exiliados enfocan sus esperanzas y energía en el regreso a su patria, mientras que los hijos e hijas se concentran en adaptarse y ser parte de la sociedad que los acogió.
“Así se produce una situación compleja y paradojal entre la familia exiliada: El período del exilio fue especialmente difícil para la primera generación, pero la segunda generación se adaptó rápido y bien en Alemania, llegando incluso a colaborar activamente en el quehacer familiar diario”, señala.
Los hijos e hijas hicieron amigos e incluso fueron capaces de establecer lazos afectivos sólidos con otras personas, reemplazando de este modo el cariño y el afecto de la familia extendida chilena que se les negó. Se podría decir que los hijos e hijas del exilio se “empoderaron” durante el exilio, y pudieron acompañar, ayudar y asistir a sus padres que estaban en una situación de mayor vulnerabilidad, por ejemplo al ser gestores y partícipes de la creación de familias “afectivas”, no basadas en la sanguinidad, ayudando como traductores en las visitas al médico o con el profesor en el colegio, comenta.
Sin embargo, con el fin del exilio y el regreso a Chile, la situación se invierte: Los padres son más “chilenos” que los hijos e hijas; conocen la cultura chilena, su idioma e idiosincrasia, aun cuando el país había cambiado tras la dictadura. Los niños y adolescentes se vuelven vulnerables y requieren de ayuda para la adaptación; algo que por distintas razones muchas veces no sucede, dice.
Nuevo exilio
Para Quinteros, los hijos e hijas del exilio comienzan a vivir su propio exilio en un país que les es nuevo, con una familia que apenas conocen y que les es “impuesta” por razones de consanguinidad.
Los hijos e hijas retornados tienen problemas con el idioma castellano, muchos de sus parientes los encuentran torpes, desubicados. Se sienten “raros” o “extraños” y se da por sentado que son chilenos y chilenas, mientras a la par se rechaza su herencia cultural germánica.
La mayoría comienza a aislarse del medio familiar chileno, y opta por callar y no hablar sobre su infancia, su pasado y experiencias vividas en Alemania. En medio de las dudas sobre su propia identidad y origen, los hijos e hijas se demoran años en aprender habilidades sociales que son comunes en Chile; los esfuerzos por encajar y ser parte de su medio resultan ser muchas veces desgastantes y agotadores.
Pérdidas afectivas
Según la investigadora, las pérdidas afectivas de la segunda generación tienen relación, especialmente, con la pérdida de sus amigos y amigas, su “familia afectiva,” quienes siempre son muy importantes en la adolescencia y en la infancia. Dejan muchos asuntos pendientes en el país que fuera de acogida: Su primer amor, el término de sus estudios, el lograr cumplir sus metas y sueños, sus propios proyectos de vida. De un día para otro, se interrumpe la gestión de vida de los hijos e hijas de exiliados chilenos en Alemania, y deben volver a plantearse su propio sentido de vida en un contexto social y cultural que apenas conocen.
“Los daños en la segunda generación son bastante manifiestos, incluso en el lenguaje. Cuando los entrevistados relatan su propia gestión de vida, utilizan a menudo el modo condicional para hablar, como si siempre hubiese existido otra posibilidad en su vida. La reflexividad sobre su propia vida cotidiana está permanentemente asediada por algo que pude ser y no fue, de modo que la gestión de vida actual se pone en duda, a través de lo que no pudo ser concluido o establecido, algo que en una vida cotidiana “normal” no ocurre. El exilio no tiene nada estable, y esa falta de estabilidad y continuidad resulta ser especialmente dañina para los niños y niñas a quienes se les niega crecer en un contexto cultural estable y seguro”, señala.
“Los constantes quiebres y pérdidas finalmente pasan la cuenta: Un tercio de los entrevistados tiene una enfermedad autoinmune. En efecto, casi todos han hecho terapia psicológica, especialmente por depresión y síndrome de ansiedad, también hay casos de suicidio”, alerta.
Mayor profundidad
¿Por qué a Quinteros le pareció importante escribir sobre este tema? ¿Cuáles son sus conclusiones?
“Existe en Chile y Latinoamerica literatura abundante sobre la temática del exilio”, responde. “Hay valiosas aportaciones desde lo testimonial, el arte, la literatura, aunque más desde la mirada de los hombres que desde la mirada de las mujeres y los niños. Desde la academia, se han hecho esfuerzos para recopilar antecedentes sobre el fenómeno. Existe una gran cantidad de entrevistas; hay también algunos documentales sobre el exilio”.
“Este material es principalmente de corte descriptivo, pero creo que aún falta avanzar en la elaboración de un marco teórico que sea capaz de explicar el fenómeno como violación a los derechos humanos”, señala.
“El exilio no puede considerarse otro tipo de migración económico-social; sus características, efectos y circunstancias son diferentes y deberían mirarse con mayor profundidad”.
Problema de definición
Uno de los problemas que Quinteros percibe en torno a la definición del exilio, es que se tiende a individualizar el fenómeno como si el exilio sólo lo sufre el exiliado o exiliada, o aquella persona que tuvo una “L” en el pasaporte.
“Es necesario comenzar a hablar del exilio como una violación a los derechos familiares, cuestión que se manifiesta tanto intrageneracional como intraculturalmente”, advierte. “Existe una tesis que afirma que los hijos e hijas de exiliados fueron víctimas ‘indirectas’ de la dictadura, pero estimo que mi estudio ha logrado establecer lo contrario, por cuanto también estos niños y niñas sufrieron los efectos del destierro directamente, y los daños sufridos continúan manifestándose, incluso, en la tercera generación”.
Otro punto importante en esta investigación es el dejar sentada la importancia de la gestión de los niños y niñas en la vida cotidiana familiar, acota.
“Frecuentemente observamos a la infancia como una entidad pasiva, que debe ser educada, guiada y que obliga a los padres a moldear su propia gestión de vida en pos de su cuidado”, dice.  “Sin embargo, este estudio demuestra que los hijos e hijas de exiliados desarrollaron una importante capacidad de gestión de vida familiar, la que los llevó a formar una vida bastante autónoma durante la época del exilio”.
“Los niños y niñas del exilio fueron gestores de nuevos lazos familiares, y tuvieron múltiples tareas que contribuyeron y apoyaron la inserción de la familia en la sociedad que la acogió. Estos niños y niñas se transformaron en un importante capital humano para toda la familia en medio del destierro político. Cuando todo se derrumba y los contextos familiares desaparecen, la actividad de todos los miembros de la familia pasan a ser igualmente valiosos”, concluye.



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