Ejercicios de memoria y turbiedad en “Maniobras nocturnas” de Edgardo Cozarinsky


El protagonista de esta novela -un escritor consagrado, cuestión que nos permite pensar que el autor se autoficcionaliza al tratar el relato en primera persona sin mencionar jamás el nombre del personaje principal, del hablante- se embarca en un viaje de vuelta a su Buenos Aires natal  desde París, ciudad en la que residiría dedicándose a los trámites de la literatura por cerca de cuarenta años fuera de su patria, con el objeto de buscarse a sí mismo en un ejercicio de memoria: “lo que yo había querido, ya no puedo mentirme, era liquidar un fantasma tenaz: el residuo del joven que fui, ese joven que desde antes de partir ya sabía que nunca iba a encontrar”, ejercicio que dibuja su singular psicología en que la ciudad es la que propicia varias de sus reflexiones: “me preguntaba qué es lo que rescataría de mi ciudad natal. ¿El azul del cielo, tan intenso? ¿Sus árboles, castigados e invictos? ¿La frágil, engañosa accesibilidad de sus habitantes? ¿La costumbre de la noche? Ahora que he vuelto y empiezo a sospechar que nunca he partido, me lo pregunto una vez más y no encuentro respuesta”; “en su centro, estoy seguro, exactamente donde entreví, en medio de la noche y los ladridos y el olor a podredumbre, una alta ruina que ante mis ojos jóvenes aparecía como un decorado de cine, ahora me esperaba, enceguecedora nave espacial encallada en el desierto, el edificio luminoso de un enorme supermercado”.

Todas estas reflexiones ahondan en los componentes constitutivos del ser del protagonista, en su identidad íntima que se establece en relación al mundo y al lugar de sus experiencias. Destaca también su paso por el servicio militar obligatorio y su conocimiento de la corrupción intestina de esta institución, así como también de sus primeros escarceos en materia sexual junto a uno de sus compañeros de armas llamado Nemesio Loyola, el que por una cuestión de coincidencias volvería a la vida de nuestro protagonista en la forma de un oscuro y turbio personaje supuestamente dedicado al tráfico de órganos bajo la pantalla de una fundación para la protección de niñas y niños que han caído en las redes y mafias ligadas a ese macabro negocio. Podemos leer, de esa manera, que el poder del dinero difumina, borra y anula todos los límites y consistencias de la vida, porque cuando todo tiene un precio, nada posee valor. Es así que su interés por volver a visitar a su compañero de armas lo gatilla primero un reportaje en una liviana revista comercial encontrada en el avión que lo lleva a Buenos Aires, potenciada por una conversación con uno de sus antiguos amigos ligados al mundo del arte que le comenta que en uno de sus viajes tuvo que internarse en una clínica en la que compartió con un paciente que le comentó que “estaba esperando un trasplante de riñón. Cuando le dije que entendía la urgencia de su internación, si el órgano había aparecido en el último momento, me contestó muy tranquilo que el donante sólo iba a morir al día siguiente: era un prisionero político que iban a entubar y preparar para la cirugía médicos presentes en la ejecución. Ésta se hacía con un tiro en la cabeza, cuestión de no dañar los órganos. Los riñones serían extraídos inmediatamente y llevados a la clínica, donde dos equipos especializados en trasplantes los estarían esperando”.
Así se vuelve interesante la relación entre el trasplante de órganos y el trasplante de las personas, de los seres que hacen su vida fuera del lugar, del espacio, del territorio y el paisaje en que nacieran e hicieran su juventud y que vuelven al lugar de los hechos vividos en el pasado en un afán de recuperación. En ese pasado es que el protagonista forma su presente, cosa que ilustra con versos de Kavafis que incorpora en la novela: “Mis años jóvenes, mi vida despreocupada,/ ahora veo con claridad su sentido./ Qué innecesario, fútil arrepentimiento…/ en el desorden de mi juventud/ tomaron forma los impulsos de mi poesía,/ se definió el territorio de mi arte (…) al día siguiente, o años más tarde, escribiría las líneas que allí tuvieron su origen”. Una novela en retrospectiva donde el protagonista también se ve como un joven descomprometido en años que estimulaban y en la mayoría de los casos obligaban al compromiso político y social: “En los diarios abundaban los programas gubernamentales de desarrollo económico. En esos mismos diarios yo también leía que un plan llamado Conintes (por conmoción interna del estado) había sido desempolvado para hacer frente a la agitación social; de una primera aplicación en algunos aledaños de la capital pasó a tener urgencia en todo el país y permitió que los culpables de ‘desórdenes públicos’ fueran juzgados por tribunales militares (…). Nada de esto, lo admito, podía inquietar mi lectura de The Real Life of Sebastian Knight y El Sueño de los Héroes, que descubría con voracidad infatigable”. Esto nos demuestra que para el protagonista la literatura se encontraba y encuentra por sobre lo real, inclusive anulándolo.
Así vida, literatura, juventud y madurez, dinero y derechos humanos, el mundo civil y militar, el poder, entre muchos otros temas, se dan cita en una madura novela de formación que coloca en perspectiva la vida de un personaje que, mediante su relato, va enlazando sus edades, explicándose, interrogándose, cuestionándose, en donde una de sus conclusiones es que siempre “estoy de visita, siempre de paso”, como en la vida. Una divertida, existencial y apasionante novela. Absolutamente contemporánea.
Maniobras nocturnas, Edgardo Cozarinsky, Lecturas Ediciones, diciembre de 2018, 168 páginas.
Ramiro Villarroel Cifuentes. Escritor.

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