Respetemos el parto, respetemos a la mujer


En el marco del día internacional del parto respetado, surge la interrogante ¿Por qué se debe explicar con tanta delicadeza y eufemismos, que el cómo parir es un derecho humano y un derecho de las mujeres? Humano y no de las mujeres, porque involucra a un cuerpo que antes de ser mujer es persona y ser humano.
Al parecer los movimientos sociales liderados por mujeres, las 800.000 que salieron en marzo a la calle por las muertes ligadas al género y la violencia asociada, no basta en sí mismas para hacer entender a buena parte de la sociedad y sobre todo del equipo de salud que el cuerpo en su completitud es de quien lo vive, por tanto, de nosotras.
El cuerpo de las mujeres les pertenece, aunque su domesticación y mandatos sociales la traten desde muy pequeña de llevar al reducto socialmente construido para ellas que es la maternidad, que paradójicamente incluso en ese espacio tampoco tienen los suficientes derechos.
Por eso, el problema de la violencia obstétrica no es un tema de embarazadas, ni de madres, es un tema de mujeres, es un ejemplo encarnado de cómo el cuerpo se administra a discreción por la ciencia, la biología y la medicina. ¿Por qué la decisión libre de las mujeres sobre lo que desean causa tanto alboroto? ¿Por qué la mujer pierde su condición de sujeto pensante por llevar en su vientre a un hijo o hija? ¿Cuándo será el tiempo en que nos miremos con el mismo valor que nos da la humanidad y dejemos de creer que un título, un rango nos hace acreedores de la verdad, blanco o negro, sin considerar que la mayoría de las decisiones están en la inmensa gama de grises?

Surge también la mirada desde la vereda contraria, la del personal que trabaja cada día en la inercia del trabajo tecnologizado, cuestionado y precarizado, con turnos agotadores, violencia estructural que los oprime, sin reflexión de por medio. Escenario que se colude con la rutina, el empirismo, los actores históricos que van cimentando la base institucional, para que la mujer vaya transformándose en cuerpo fragmentado, donde sólo aparece su útero grávido, desapareciendo el resto, transformándose en cuerpos sin identidad, sin nombre, sin historia, sin derechos.
¿Cuándo se nos olvidó que para tocar a cualquier persona y sobre todo su genitalidad es necesario su permiso? ¿Cuándo perdimos el horizonte de que si se decide algo sobre mi embarazo y mi feto tengo que participar en la decisión? Un parto respetado no significa un listado inmenso de solicitudes sin sentido, es volver a entregarle el lugar de protagonismo a las mujeres que en siglos anteriores fueron usufructuados por el miedo a la muerte, la enfermedad y las secuelas. Ese problema ya pasó, respiremos hondo y démonos cuenta que el desafío que tenemos por delante es devolver a la mujer el sitial de autonomía que merece.
¿Qué haremos con eso cuando los partos sigan su declive histórico? Dejemos de correr, sentemos a reflexionar, sin miedo a reconocer la parte de responsabilidad que cada actor tiene en este desafío, busquemos punto de unión, basta de conversaciones de sordos.
Por el bien de Chile, las mujeres y nuestros hijos hagamos del parto el ritual histórico de respeto y trascendencia que se merece, dejemos de gobernar y dirigir sin freno, sin mirar a quien se trata, sin empatizar con su dolor, miedo a lo desconocido y sin reconocer su cultura. El estar pariendo nos hace estar en uno de los momentos más vulnerables de la vida donde necesitamos por parte del entorno la mayor comprensión, compañía y apoyo.
Salgamos de nuestras trincheras y saberes históricos para caminar por la evidencia científica que, aunque no lo creamos, está de parte del esperar los tiempos necesarios, no intervenir a menos que haya riesgo, dejar que el movimiento y el cuerpo haga su trabajo, pero por sobre todo que la mujer esté al centro como protagonista principal del proceso.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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