“Todos nosotros”, poesía completa de Raymond Carver


Raymond Carver (Clatskanie, 1938 – Port Angels, 1988) fue uno de los cuentistas norteamericanos más connotados e influyentes de segunda mitad del siglo XX. Renovó la estética del relato corto y entregó nuevos modelos y técnicas en sus historias. Su prosa seca, lacónica y extremadamente precisa —falsamente fría, como suele decirse— nos entregó varios volúmenes de cuentos donde las temáticas del alcoholismo, las relaciones de pareja y la miseria espiritual son un eje fundamental. Retrató a las clases olvidadas y al sueño americano roto en libros como ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976), De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), Catedral (1983) y Tres rosas amarillas (1988).

La vida de Carver antes de ser escritor —publicó prácticamente todos sus libros los últimos diez años de vida— era la de un hombre común y corriente de clase obrera. Deudas y cansancio. Hijos que mantener. Los años 60s y comienzos de los 70s fueron un calvario. Agobiado por una vida destinada a empleos mal remunerados, cayó en el alcoholismo a temprana edad y se aferró casi sin esperanza a un primer matrimonio que estaba, desde el inicio, destinado a su término. Sin ir muy lejos, aquellos personajes que navegaban a la deriva ya estaban en su círculo familiar. Su padre fue obrero en un aserradero y su madre camarera —personajes recurrentes en sus relatos—. Carver siguió los mismos pasos, pero en algún instante ese futuro incierto tomó una vía de escape. Conoció la literatura y la poesía. Un vecino le regaló una revista donde aparecían poemas: Por si alguna vez escribes algo y quieres enviarlo a alguna parte, le dijo. Eso quedó tallado en piedra. Carver no volvería a ser el mismo.
Una poesía impresionista
“Todos nosotros” (Anagrama, 2019) reúne la poesía completa de Raymond Carver en edición bilingüe —traducida por Jaime Priede— y con un prólogo de la poetisa y segunda esposa de Carver, Tess Gallagher. En sus páginas vemos al escritor en su faceta más íntima. Así como en los relatos hablaba de los otros —con un matiz siempre personal, vale decirlo— en su poesía se retrata a sí mismo a través de fragmentos de vivencias. Sus poemas, podemos decir, ganan profundidad en la medida que los ligamos a sus cuentos. Son dos facetas que se unen, inseparables, como dos caras de una misma moneda.
La poesía de Carver no sigue la línea del gran canon norteamericano encarnado en Walt Whitman, Ezra Pound y Emily Dickinson —por nombrar algunos ejemplos— sino representan pinturas impresionistas de momentos aparentemente vacuos donde la vida cobra todo su valor. Una poesía de la rutina, versos de los instantes que olvidamos. Poemas en prosa que nos hacen recordar, quizás, los poemas de grandes narradores como Roberto Bolaño, Jack Kerouac y Charles Bukowski. Son versos prosísticos que dotan a los objetos más sencillos —un auto, un televisor, una silla— de un significado que profundiza y dramatiza una situación determinada.
La naturaleza es una fuente de profundidad en “Todos nosotros”. Los pájaros en la ventana, el viento que sopla sobre las montañas o la soledad del campo y de una llamada telefónica que nunca llega, son las bases de los poemas incluidos en el volumen. La esperanza es iluminadora incluso en sus escritos más melancólicos. En “Dulce luz”, Carver nos dice con resignación y certidumbre: “Tras el invierno, torpe y afligido/florecí con la primavera. Una dulce luz/ me colmó el pecho. Sacaba/una silla. Me sentaba durante horas frente al mar”.
Una derrota esperanzadora
Como un rumor que nace en nuestro interior, Carver nos guía a través de esos momentos ínfimos que vivimos día tras día. Fracasos cotidianos de la rutina, nostalgia al final de la tarde. Pero en cada una de esas grietas que se abren la vida florece. Hay una luz de esperanza y una fuerza narrativa que fluye como los grandes ríos que describe en sus poemas, como esas interminables tardes de pesca donde recuerda a su hija y a su padre alcohólico.
“Lejos” es parte de esos escritos que nos hacen pensar que en sus poemas siempre puede suceder algo o que ya ha ocurrido. Una pérdida o un momento irrecuperable. “Me había olvidado de las codornices que viven/en la ladera detrás de la casa de Art y Marilyn./Abrí la casa, encendí el fuego,/y luego me dormí como un muerto./A la mañana siguiente había codornices en la entrada/y en los arbustos que hay junto a la ventana delantera./Hablé contigo por teléfono./Intenté bromear. No te preocupes/por mí, dije, las codornices/me hacen compañía. Pues bien, rompieron a volar/cuando abrí la puerta. Una semana después/aún no habían vuelto. Cuando veo/el teléfono silencioso pienso en las codornices/Cuando pienso en las codornices y en cómo/ se fueron, me acuerdo que hablamos aquella mañana/y que me quedé con el auricular en la mano. Mi corazón —/las cosas confusas que ocurrían allí dentro”.
Existe una honestidad y una transparencia que no da lugar a engaños en su poesía. Carver se muestra despojado de todo truco y luce extremadamente consciente y atento a su alrededor. Nos deja entrar a su mundo sin dificultad y nos invita a reflexionar sobre esos días duros de aparente rutina. Pareciera decirnos que la profundidad de la vida, esa fuerza intangible que nace dentro de todos nosotros, se encuentra en esos instantes donde sufrimos en silencio, donde la desesperación y la tristeza silente parece llenar cada espacio vacío.
Raymond Carver falleció de cáncer en pleno reconocimiento de su obra, y su narrativa y su poesía no han perdido fuerza. Quizás la hayan ganado con los años. Hizo de lo común algo extraordinario y de la derrota un signo de profunda dignidad. He ahí su grandeza y su legado como artista.
Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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