En defensa de nuestras centrales, confederaciones, sindicatos y asociaciones de trabajadores: recuperemos lo perdido y consolidemos lo ganado


La estructura social y la lucha sindical fueron minadas por la Dictadura Cívico-Militar a golpe de balas, asesinatos, tortura, persecución, y exilio. Lograron de ese modo desarticular el poder organizacional que había movilizado al país y al sindicalismo chileno durante décadas. La consecuencia más brutal y persistente, es que esas balas perforaron los cimientos culturales de una sociedad que venía construyéndose libre, diversa y con derechos sociales.
La transformación de la matriz sociopolítica de la sociedad chilena también permeó la unidad de los/las trabajadores/as, la que devino en una conducta escasa. Principalmente porque la dictadura además se ocupó de fragmentar nuestra estructura colectiva de relacionamiento sindical, instalando en la misma clase trabajadora, el sectarismo y el perverso legado pinochetista de que nuestras organizaciones deben mantenerse asépticas de los partidos políticos y de la política. Lo cual no ocurre con el empresariado y el sector financiero.
A pesar de la adversidad, y en el sombrío escenario de Terrorismo de Estado que se vivió durante 17 años: con muerte y tortura sistemática, el Comando Nacional de Trabajadores enfrentó con unidad a Pinochet en la década de los 80` al convocar al primer paro de protesta nacional el año 1983.
Hoy el terrorismo de Estado se expresa en una forma distinta de tortura sistemática: se elimina y desconoce la existencia de la clase trabajadora organizada, sus derechos sociales, políticos y económicos, se despide masivamente a los trabajadores del Estado. Más del 27 por ciento de los chilenos se mantiene endeudado por adquirir productos alimenticios según un estudio de la OCDE. El Estado ha tercerizado su función social. Existen cerca de 60 mil deudores por estudiar en la educación superior, incluso dándose casos de embargo de vivienda por incapacidad de pago. Según datos de Fundación Sol, poco más del 90 por ciento de los chilenos/as jubilará con pensiones inferiores a 147 mil pesos, y cerca del 53 por ciento de trabajadoras y trabajadores gana un salario menor a los 300 mil pesos.
Seguimos sufriendo de “Terrorismo”. De “Terrorismo” económico, político y social contra los ciudadanos y ciudadanas. Ya no sólo tenemos menos derechos sociales que hace 46 años, sino que además, algo esencial de la clase trabajadora fue destruido: la unidad sindical y social para constituirse nuevamente en un gran instrumento de lucha que supere la dominación de las privatizaciones y el mercado.
Las actuales propuesta de reformas laborales del Gobierno, debieran tenernos en alerta y en pie de lucha por venir a desmejorar aún más nuestras vidas y organizaciones sindicales; no bastante, estas son quebrantadas por disputas internas entre nuestros propios afiliados o asociados. Todos con la supuesta certeza de ser más revolucionario/a que el que tiene a su lado, perdiendo de vista al que tenemos en frente. Y así, con el trabajo sigiloso de el que domina; el debilitamiento de la unidad, se empeñan en destruir las estructuras sindicales que se mantienen a pesar de las dificultades.
En estos últimos años de pérdida de derechos para las mayorías; y adquisición de privilegios para unos pocos, fuimos perdiendo el sentido de la pluralidad política e ideológica que tuvimos para enfrentar a la dictadura y derrotarla. La experiencia histórica en Chile y a nivel internacional nos enseña que solo la férrea unidad sindical es el único camino para recuperar lo perdido y avanzar en la consecución de nuestras demandas laborales y sociales. Mientras no lo logremos, el empresariado y los gobiernos de turno manipularán y mantendrán a los trabajadores/as separados.
Tener diferencias y mejorarlas al interior de nuestras estructuras, bien vale una misa, como dice la expresión. Los trabajadores/as no podemos perder la capacidad unitaria contra nuestros verdaderos enemigos: las brechas salariales, las injusticias sociales y el inhumano cotidiano de más del 80 por ciento de los/las trabajadores/as de jornada completa que no logran superar la línea de la pobreza de los 418 mil pesos.
El modelo económico neoliberal es una bomba de racimo que cae día a día contra la clase trabajadora. Sólo con unidad contra este nuevo tipo de “Terrorismo” lograremos avanzar hacia la necesaria transformación social. Con unidad, autocrítica y en defensa de nuestras estructuras sindicales romperemos con el veneno neoliberal del divisionismo, el fraccionamiento y el sectarismo. Hoy podemos tener más acceso al consumo, pero sin duda vivimos con mayor precariedad y menos derechos sociales que antes de la dictadura.
Con la Unidad de los trabajadores/as organizados/as y en defensa de nuestras Centrales y Confederaciones, recuperemos lo perdido y consolidemos lo ganado.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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