La irrelevancia de enseñar historia


La cuestión respecto a la disminución de horas en los cursos de historia para tercero y cuarto medio ha generado una enorme variedad de reacciones, desde los mismos profesores de historia, algunos grupos estudiantiles, una carta firmada por premios nacionales, la crítica de expertos y algunas reacciones en el mundo político.
Todo esto es tremendamente legítimo y esperable de un área del conocimiento que tiene claridad respecto de su propia relevancia política y social, sin embargo, cabe preguntarse si finalmente el problema no es fundamentalmente gremial ante el peligro de la disminución de las horas de clases, mucho antes que el temor por una profundización del modelo neoliberal que necesita de una masa ignorante y sin conciencia crítica para perpetuar su poder.
¿Realmente importa conservar esas horas y evitar que los estudiantes se transformen en meros engranajes del sistema? No, porque con esas mismas horas ya somos un pueblo ignorante y sin consciencia histórica, baste mirar a quiénes democráticamente ponemos en La Moneda, a quiénes elegimos una y otra vez para el Senado y la Cámara de Diputados, la inmovilidad social ante el nepotismo, la pasividad ante la mentira descarada, la rapiña de los grupos económicos y el saqueo y la corrupción generalizada en prácticamente todas las instituciones fundamentales del país. Por lo mismo la mantención de estas horas de historia es absolutamente irrelevante en términos de generación de pensamiento crítico y eventual resistencia pensante al modelo; los hechos son categóricos.
Lo importante sería aprovechar esta coyuntura y preguntarnos qué está haciendo la enseñanza de la historia en las escuelas y qué impacto real ha tenido en la sociedad durante estos últimos 30 años, para no estancarnos en una lírica histórica o defensas corporativas sobre la importancia de su enseñanza y discutir políticamente el rol paupérrimo que se le ha asignado a ésta y otras disciplinas y, en general a todo el sistema educativo, como generadores de pensamiento crítico y motores que impulsen la búsqueda de justicia social, todo esto acompañado, por cierto, de una profunda y urgente revisión de los contenidos trabajados y la camisa de fuerza que implican los contenidos mínimos.
Con esto que está sucediendo Chile no se va a volver más ignorante, porque ya lo es y no perderá capacidad crítica, porque no la tiene; la tarea es crearla, porque ya vivimos la condena de repetir los mismos errores una y otra vez.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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