Sintonía fina: la “letra chica” de la cuenta pública


El Presidente, Sebastián Piñera, venía pensando en cambiar el horario de la cuenta pública desde que era candidato. Ya en 2017 miraba como referente el discurso estadounidense del Estado de la Unión, que se programa habitualmente para enero de cada año en horario prime. Con la banda presidencial puesta, el Mandatario decidió que no estaba dispuesto a protagonizar un discurso que en su momento Cecilia Pérez dijo que había “perdido relevancia”, desde que el gobierno anterior -la frase más usada por La Moneda para explicar lo que les sale mal- decidió cambiarla de el 21 de mayo al 1 de junio.
Con la venia de los parlamentarios, La Moneda logró que a partir de este año el discurso presidencial ante el Congreso Pleno en Valparaíso fuera en horario estelar, a las 20:30 horas. Piñera no es Obama, pero tiene destellos de Trump y anoche entró al salón principal en medio de una ovación. Casi no se escucharon pifias durante su mensaje, salvo algún leve silbido cuando el Presidente pidió aprobar el TPP11.
Pero el resto fue aplausos. Es que nadie puede estar en contra de proteger a los niños, a los ancianos, a los pobres, al medioambiente, construir caminos, puentes, limitar la reelección de parlamentarios o castigar con fuerza a los narcos. El punto es que, como muchas cosas en la administración piñerista, los anuncios del Presidente tienen letra chica, como sucede con el Ministerio de Pueblos Originarios que el gobierno anterior ingresó al Congreso o la administración del 4% adicional de cotización, no fue claro si el límite de la reelección a parlamentarios permitirá postular por otra zona. Piñera solo se encargó de agradecer y pedir más de una vez apoyo al parlamento, donde no tiene mayoría.

Se sabe que a este acto republicano, donde está el poder político de todas las veredas, van invitadas las barras bravas del gobierno de turno y anoche no fue la excepción. Quizá sea el único día en que nadie pide desalojar las tribunas cuando las manifestaciones son muy efusivas. Todo está permitido.
El problema es que un sábado 1 de junio, el bolsillo de el elector, el ciudadano promedio está en su mejor momento y aparecen alternativas mucho más estimulantes para pasar 1 hora y 55 minutos, que ver a Sebastián Piñera diciendo que todo está bien, que vamos a crecer medio punto menos de lo que habían proyectado, pero que fue un acierto escogerlo entre los otros candidatos presidenciales, porque el futuro camina hacia una “patria grande, noble, buena y justa con la que soñaron nuestros padres fundadores”.
Antes que terminara el discurso, Roberto Izikson -encuestador proclive a las pulsiones de La Moneda- ya posteaba que la sintonía de televisión de la cuenta pública había marcado 22 puntos promedio y según él ese era el rating “más alto desde 2015”. Difícil que no promedie una cifra alta, si son todos los canales sumados transmitiendo a la misma hora. Pero por sí solo, la estampa de Piñera hablando con la banda presidencial puesta, marcó unos dignísimos 10 puntos en el canal que más se ve, Mega, a la hora que el discurso comenzó. Eso sí, después bajó a 6 o 7, menos de lo que marca los sábados en la noche “Pancho” Saavedra recorriendo Chile.
Hay cosas que son típicas cuando se habla de una cuenta pública presidencial: las calles plagadas de Carabineros y manifestaciones en Santiago y Valparaíso, en las cercanías del Congreso. También que los anuncios del gobierno no queden tan claros y sean los ministros -igual que un futbolista después del partido- los que deban salir a explicarlos al borde de la cancha. También escuchar sobre el hospital comprometido, el tren proyectado, la protección de los niños, el despegue de la economía, las pensiones y las condiciones laborales, que sean el comodín con el que la administración de turno llena la canasta de anuncios.



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