Mantuvo 40 años un teléfono esperando la llamada de su hermana desaparecida, y finalmente sonó



Recientemente se dio a conocer el hecho que tuvo a lugar hace dos años. Parece mucho, pero comparado con las cuatro décadas que Roberto Mijalchuk mantuvo un sucio y polvoriento teléfono, para rescatar la línea telefónica con el número que tanto su hermana -Elena Mijalchuk- como su cuñado -Juan Manuel Darroux- conocían, en la espera de un cada vez remoto e imposible contacto, pues no es tanto.Esta parte de la historia, la que entibia el corazón, parte con ese sonido de teléfono antiguo, el que parecía roto, lleno ya de telarañas. Y solo cabe imaginar el rostro de Roberto en ese momento. Pero, trístemente no era su hermana quien llamaba, y quién le hablaba confirmaba -en el hecho mismo- que jamás la volvería a ver, pero también lo llenaba de otra extraña y paradojica alegría, como cabe en la complejidad de nuestra humanidad. Era su sobrino.Javier Matías Darroux Mijalchuk fue declarado el nieto 130 de las Abuelas de la Plaza de Mayo, y estaba al otro lado del teléfono. Su parte de esta historia en cambio comienza gracias a su esposa, Vanina, quién lo instó a averiguar más sobre su condición. Él sabía que era adoptado y que las fechas coincidían con el proceso de entrega de bebés de detenidos desaparecidos a otras personas por parte de la dictadura Argentina, pero no se había atrevido a profundizar en el tema.Los padres adoptivos de Javier no eran, como en otros casos, militares a quienes se les encargaron los niños y niñas extraídas de las manos de sus progenitores. A él lo encontraron en la calle, cerca de la ESMAR (recinto icónico del régimen de Videla, en el que se detuvo a más de 5 mil personas durante la segunda mitad de los 70’s). Y por esto mismo fue entregado a personas “normales”, dentro de un proceso regular de adopción.Pero tras la insistencia de su señora fue a hablar con las “Abuelas”, quienes realizaron los exámenes de ADN, constrastando su muestra con la de sus bases de datos, lo que indicó con 99,9 % de coincidencia su parentezco con aquel hombre que había estado esperando, desde ese fatídico 1977, al otro lado del teléfono.Afortunadamente no queda para la imaginación los abrazos entre ambos, Javier Matías y Roberto se encontraron tras aquel llamado, y con ello entregaron algo de alegría a quienes siguen esperando encontrar a sus parientes, o saber de ellos. Así como a quienes aún nos conmueven los actos de reparación de la vida, tras tanto dolor.“Lo importante es que yo tengo dos líneas de teléfono, una de esas que dan las señales de cable y una que nunca di de baja, que es la que tenían mi hermana y mi cuñado”, contó a EFE Roberto Mijalchuk, quién primero partió la búsqueda con su madre, quién murió por una enfermedad. E igualmente su padre falleció, pero él siguió incólume. Continuó su camino hacia el reencuentro, tuviera o no destino. Y el teléfono seguía ahí.“Para mí, (ese teléfono) es un símbolo de entereza, de constancia, de una lucha que nunca pierde la esperanza contra todo lo que puede desmotivar. Y no, un día ese teléfono suena y te dicen que tu sobrino está vivo”, dijo Javier Matías, quien es guía turístico y vive en Córdoba, junto a Vanina. Pero aún no están todos juntos. Cuando desaparecieron a su madre, Elena, ella estaba embarazada. Hoy Javier Matías y Roberto buscan juntos a su hermano y sobrino, uno de los 500 bebés que las Abuelas de la Plaza de Mayo estima que fueron secuestrados y entregados ilegalmente en adopción por la dictadura Argentina.



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