Plantaciones forestales, cambio climático y la restauración de ecosistemas: el falso discurso


A propósito de la pronta realización en Chile de la cumbre medioambiental COP25, se ha generado un interesante debate sobre la política forestal de nuestro país, en especial en relación con su rol en la mitigación del cambio climático. Esta diversidad de opiniones puede agruparse en dos claras líneas: por un lado, están quienes defienden la idea de que las plantaciones de monocultivos industriales representan la mejor opción y, por otro, quienes plantean que es la restauración de bosques naturales la alternativa más adecuada.
Si para tomar una posición en este debate consideramos netamente la literatura científica, esta documenta y demuestra ampliamente los impactos negativos que la homogeneidad tiene en todos los aspectos de nuestra realidad: sociales, económicos y ambientales.
Por ejemplo, sabemos que un ecosistema diverso no solamente es más productivo, sino que también es más resiliente (es decir, que se puede recuperar) a muchos eventos extremos. Se han publicado más de 10 mil trabajos sobre la importancia de la diversidad como método productivo sustentable, que se basa en los conocimientos y prácticas qua han permitido la subsistencia de la humanidad por miles de años (lo que se conoce como agroecología).
Más aún, creciente evidencia científica demuestra que la diversidad se relaciona directamente con la capacidad de un paisaje de proveer bienes y servicios ecosistémicos como agua en cantidad y calidad, control de la erosión, recreación y espiritualidad, y ciertamente la captura de carbono, entre muchos otros. Es decir, no se limitan a un único producto como lo es la madera.
Resulta curioso cuando, en una de estas opiniones, el actual director del Instituto de Investigación Forestal del Estado (Infor) y exdirector de la Corma -organización que reúne a las principales empresas forestales del país-, asegura justamente lo contrario, señalando que la homogeneidad productiva (y del paisaje) representa la alternativa para asegurar un sistema productivo sustentable, defendiendo las plantaciones industriales como el método que permitiría proteger la diversidad.
Esta visión “binaria” del paisaje, es decir, por un lado, áreas de producción intensiva, y por otro, áreas de preservación, obedecen a un planteamiento obsoleto desde hace mucho. A ello se suma lo señalado por el presidente de la CPC, Alfonso Swett, quien afirma que las plantaciones “nos convierten (como país) en un capturador neto de gases de efecto invernadero, o sea, nuestra actividad forestal nos ayuda a combatir el cambio climático al ser un sumidero de CO2”.
El paisaje es un continuo de usos, necesidades, características y significados. El paisaje como tal presenta diversas potencialidades y limitaciones, en el cual muchos usos tienen por cierto cabida. Para ello es fundamental reconocer de igual modo a quienes habitan esos paisajes, lo que en definitiva deriva en el sentido de pertenencia e identidad. Los impactos negativos sociales, ambientales y económicos de los monocultivos forestales en la Cordillera de la Costa del centro y centro-sur de nuestro país se han demostrado ampliamente.
Cabe destacar que estas opiniones se alinean con la reciente propuesta de Ley de Restauración Forestal-Ambiental, la cual considera los monocultivos de plantaciones industriales como “restauración”. Sin ir más lejos, el director de Conaf de la Región del Ñuble, hace unos meses atrás, defendió una licitación pública para reforestar con Pinus radiata un área quemada en los incendios del año 2017, llamándole “restauración”.
La restauración de ecosistemas forestales va mucho más allá del mero acto de plantar, ya que su principal objetivo es recuperar la funcionalidad ecológica de un ecosistema. Dicha funcionalidad genera bienes y servicios que se relacionan directa e indirectamente con el bienestar de nuestra sociedad.
Los bosques naturales (nativos) tienen un rol fundamental en la captura de carbono. Se ha demostrado que los bosques naturales podrían capturar hasta 42 veces el volumen de este gas de efecto invernadero, en comparación con plantaciones forestales industriales de rápido crecimiento compuestas por una única especie.
A ello es necesario agregar el real peligro que implica un paisaje homogéneo frente a eventos extremos como una mega-sequía, o incendios forestales como los que arrasaron en tan solo dos semanas 468 mil ha en febrero del año 2017 en Chile, de las cuales 300 mil correspondieron a plantaciones de empresas forestales.
En tal contexto, nuestra institucionalidad forestal no puede obedecer a intereses económicos mezquinos, más aún cuando apuntan al sentido contrario de la sustentabilidad y del bienestar. Para ello es básico diseñar e implementar una nueva ley de fomento forestal que de manera clara y decidida se centre en el manejo productivo, en la conservación y en la restauración de los bosques nativos, y que reconozca la diversidad tan propia de nuestro país, comenzando por integrar sus necesidades, demandas, potencialidades y limitaciones. Ello permitiría no sólo mitigar los impactos del cambio climático, sino que también contribuir a la calidad de vida de quienes habitamos los territorios.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



Source link

Related Posts

Add Comment