Tormenta en el Golfo – El Mostrador


La verdad, una guerra convencional entre Estados Unidos y la República Islámica de Irán no le conviene a nadie; hay demasiado en juego. No le conviene ni a Washington, ni a Teherán, ni a Tel-Aviv, Riad, Moscú, Londres, Paris, Berlín, Nueva Delhi, ni a Beijing. Aunque cerca, afortunadamente aún no estamos ahí. El problema es que más allá de una diversidad enorme de consideraciones racionales, el preludio de una guerra descansa, muchas veces, en una muestra de fuerza disuasiva que puede, o no, superar los siempre peligrosos límites de un discurso agresivo. Un solo error, un solo disparo accidental, una mala decisión, un petrolero atacado por desconocidos, un dron derribado y la guerra se desencadena sin freno alguno.
Las tensiones entre Estados Unidos e Irán no son nuevas; ambos países han estado en un permanente estado de hostilidad desde 1979 hasta la fecha. Se han definido intereses, se han construido alianzas y, sobre todo, después de la consolidación de la Revolución Islámica de Irán, las tensiones en Oriente Medio han aumentado en la región completa. Sólo basta recordar la guerra entre Irán e Irak durante casi toda la década de 1980, el nacimiento de Hezbollah en el sur del Líbano luego de la invasión israelí en 1982, la espantosa crisis en Siria que se mantiene viva desde 2011 y la incombustible guerra civil en Yemen. En todos estos escenarios, tanto Washington como Teherán han estado presentes, generalmente de forma indirecta. El régimen totalitario de los Ayatolas ha combatido al “gran satán” -como gustan denominar a los Estados Unidos- en todos los rincones del Medio Oriente; su poderoso brazo armado, la Guardia Revolucionaria Islámica, no sólo ha defendido las fronteras de Irán de las amenazas de Israel y Arabia Saudí, sino que también ha intentado mantener viva su misión fundacional: expandir la revolución y reestructurar el control del islam shiíta -que supuestamente ellos representarían- sobre el mundo musulmán. Por su parte, Estados Unidos ha intentado limitar dicha expansión de la mano de aliados históricos: Israel y Arabia Saudita, entre otros. Por supuesto, la balanza de poder y la estabilidad de está región están siempre en juego. Por lo demás, así también la producción, abastecimiento y precio del petróleo.
Una nueva guerra en el Golfo Pérsico sería un desastre. Luego del debilitamiento del acuerdo nuclear firmado entre Washington, Teherán, Moscú, Londres, Paris y Berlín (JCPOA), las tensiones han aumentado. Donald Trump decidió violar las condiciones del tratado y, hoy por hoy, Teherán mantiene una política amenazante frente a sus vecinos del Golfo y las potencias occidentales que argumentan, curiosamente, que sus intenciones son mantener la paz, resguardarnos de un Irán nuclear y mantener abiertas las rutas comerciales. Europa por su parte, insiste, a regañadientes, en la vigencia e importancia del tratado, pero Irán ha señalado con claridad que su producción de energía nuclear con fines militares se restituirá si el resto de los países que firmaron el tratado no cumplen ciertas condiciones; la principal de ellas, el cese de importantes sanciones económicas aplicadas sobre el régimen de los ayatolas. Por otro lado, la producción y exportación petrolera de Irán es una de sus mayores fuentes de ingreso fiscal y, sus grandes compradores, China, India y Corea del Sur deberán tomar una difícil decisión: si sucumben frente a las presiones de Estados Unidos, Teherán se verá en un problema tremendamente serio. El caso de China es particularmente interesante, porque a pesar que es un gran consumidor de petróleo iraní, en las actuales condiciones impuestas por la guerra tarifaria con Estados Unidos, elegir Teherán -sólo para presionar a Estados Unidos- sería una muy mala idea. Beijing sabe muy bien que el mercado estadounidense es fundamental para sus exportaciones, con o sin alza de tarifas en los puertos de entrada.
Esta es la apuesta de Washington; ahogar al régimen de Khamenei y proyectar un poder disuasivo que deslegitime el poder de los ayatolas de cara a su ciudadanía. El problema es que esta apuesta podría, perfectamente, ser un total fracaso. Como resulta obvio, los iraníes no ven en el Washington de Trump, Pompeo y Bolton a un amigo, sino que un poder hostil que, alineado con sus enemigos existenciales, puede provocar un desastre similar al de Iraq en 2003.
Hace ya varias semanas, el Washington Post informaba que se habían desplegado 100.000 soldados en Oriente Medio; así además, que Washington habría ordenado una lenta evacuación de su personal diplomático en su embajada en Iraq. Es probable que esta información no haya sido del todo precisa, pero es un hecho que Trump ordenó, por segunda vez, el despliegue de 1500 hombres para reforzar sus defensas en dicha zona. Es un número marginal, pero lo que importa es que la explicitación de sus movimientos militares cumplen un peligroso objetivo comunicacional. No debemos olvidar, por lo demás, que en Qatar, en pleno Golfo Pérsico, se encuentra ubicada la Quinta Flota de los Estados Unidos, una de las más poderosas del mundo y el brazo armado del Comando Central (CENTCOM) del aparato militar estadounidense. El estrecho de Ormuz se hace cada vez más pequeño, y la presencia militar de iraníes y estadounidenses en las aguas del golfo podría desencadenar un infierno. ¿Fue efectivamente la Guardia Revolucionaria Islámica la que atentó contra dos buques petroleros? Estados unidos lo afirma, Irán lo niega.
No podemos especular respecto a lo que podría o no pasar, pero sabemos que la tensión aumenta y que esta es la guerra que John Bolton, asesor de seguridad nacional de Trump, ha querido toda su vida. Netanyahu en Israel tampoco estaría incómodo frente a un escenario militar que sofoque al régimen iraní. Riad se ha preparado para esta guerra desde hace décadas y, tanto India como China y Rusia, miran con recelo y atención las posibles repercusiones de una nueva guerra por el control del petróleo del Golfo.
Esperamos que esta tensión no desencadene un conflicto de proporciones, pero estoy seguro que no pasará mucho tiempo hasta que volvamos a poner toda nuestra atención sobre el golfo. La verdad, no descartaría que Trump ordene un ataque, tampoco que alguno de sus asesores lo contenga. Se puede especular y argumentar que Trump simplemente no tiene una política exterior clara; es más, pareciera que no le interesa comprometerse en guerras periféricas que puedan afectar sus promesas aislacionistas. Pero, ¿estaría dispuesto a verse derrotado por las amenazas iraníes? Recordemos que ya lanzó su campaña de reelección. Por el otro lado, ¿está el régimen de los Ayatolas especulando con muestras de poder? ¿Les interesa realmente iniciar un conflicto de este tipo? La verdad, lo dudo, pero lo que si sabemos es que una guerra en estas condiciones es absolutamente inconveniente.



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