Sr. Piñera: usted puede financiar la Ley Nacional del Cáncer


El New York Times, en su edición del 9 de diciembre de 1969, anunciaba a toda página:
“Sr. Nixon: Usted puede curar el cáncer. Si en el Cielo se escuchan nuestras plegarias, esta es la más escuchada: Dios bendito, por favor, cáncer no.
Este año, señor Presidente, está en sus manos comenzar a poner fin a esta maldición. Mientras usted agoniza por el tema del presupuesto, le rogamos que recuerde la agonía de esos 318.000 estadounidenses que murieron […]. Pedimos una perspectiva más adecuada, una manera más adecuada de asignar nuestro dinero para salvar centenares de miles de vidas al año. 
Si usted nos falla, señor Presidente, esto es lo que sucederá: Uno de cada seis estadounidenses hoy vivos, 34.000.000 de personas, morirá de cáncer a menos que se encuentren nuevas curas. Uno de cada cuatro estadounidenses hoy vivos, 51.000.000 de personas, tendrá cáncer en el futuro. Sencillamente, no podemos permitírnoslo.
Una vigorosa imagen acompañaba el texto. En la parte inferior de la página, un racimo de células cancerosas formaba una masa no muy densa. Algunas de las células se separaban de ella y enviaban una abundante prole metastásica a todo el texto. Es una imagen inolvidable, una confrontación. Las células se mueven a través de la página, casi como si en su frenesí tropezaran unas con otras. Se dividen con hipnótica intensidad; hacen metástasis en la imaginación. Esto es cáncer en su forma más elemental: desnudo, macabro y ampliado.
El anuncio del Times marcó una intersección fundamental en la historia del cáncer. Con él, este proclamaba su salida definitiva de los sombríos interiores de la medicina para situarse bajo la plena luz del escrutinio público, transformado en una enfermedad de relevancia nacional e internacional. 
[…] Cuando una enfermedad se introduce de manera tan potente en la imaginación de una era, suele ser porque afecta a una angustia latente en ella. En parte, el Sida tuvo tanta relevancia en la década de 1980 porque evocaba la experiencia de una generación intrínsecamente atormentada por su sexualidad y su libertad. […] Cada época da forma a la enfermedad a su propia imagen. La sociedad, como el más consumado de los pacientes psicosomáticos, adapta sus aflicciones médicas a sus crisis psicológicas; cuando una enfermedad toca una cuerda tan visceral, a menudo es porque es cuerda ya estaba resonando. Así sucedió con el cáncer […]”
El texto previo es un extracto del magnífico libro “El emperador de todos los males. Una biografía del cáncer” de Siddhartha Mukherjee. Atenuando la retórica de la guerra y la lucha contra el enemigo, propia de los relatos provenientes de Estados Unidos, existen ecos similares en la actual discusión sobre el financiamiento de la Ley Nacional del Cáncer en Chile.
La crónica señala que congresistas demócratas tomaron el informe de la Comisión para la Conquista del Cáncer, creada para apoyar la demanda de mayor financiamiento para la investigación oncológica, y presentaron un proyecto de Ley en 1971. El presidente Richard Milhous Nixon, enfrentaría las elecciones de 1972, mientras la guerra de Vietnam seguía su curso sin un final a la vista. La campaña contra el cáncer entraba como comodín político. Nixon, a quien la idea de la ciencia como búsqueda abierta de verdades oscuras le molestaba y ofuscaba, “estaba dispuesto a lograr que el Congreso aprobara como fuera el proyecto de Ley – cualquier proyecto de Ley- sobre la enfermedad”.
En diciembre de ese año, Nixon firmó la Ley Nacional del Cáncer en la Casa Blanca. Se lograría un multimillonario financiamiento, crecientemente progresivo para investigación. La Ley generó controversias, que en palabras de Mukherjee, “era una anomalía, explícitamente destinada a complacer a todos sus clientes, pero incapaz de satisfacer a ninguno de ellos. Los Institutos Nacionales de Salud, científicos, grupos de presión, administradores y políticos- cada uno por sus propias razones- sentían que lo se había tramado era o bien demasiado o bien demasiado poco.” 
Pero esa es otra historia, volvamos a Chile.
A fines de 2018 se presentó el esperado y bienvenido Plan Nacional del Cáncer 2018-2028, ofreciendo un completo marco técnico según la información disponible, describiendo 5 líneas estratégicas a traducir en acciones sobre una red oncológica nacional y macro-regional. Como todo Plan Nacional que pretende ser dibujar el camino de una política pública, su armonía y efectividad depende de quienes lo ejecuten y los recursos que disponga. Complementariamente, el proyecto de Ley agregaría ese respaldo jurídico legal para extender y garantizar los alcances de este Plan.
El presupuesto ingresado por el ejecutivo al Congreso para financiar el proyecto de Ley, cubre algunas parcelas de ese gran continente llamado cáncer. No obstante, la brecha de recursos entre lo actualmente garantizado y aquello por cubrir, es enorme. Sobre este espacio de discusión, el nuevo Ministro de Salud declaró que cometió un “traspié de recién llegado” al calificar de “ignorantes” a quienes solicitan mayor financiamiento, técnicamente no viable; calificativo dirigido a ciertos parlamentarios, pero que interpela con desdén a los ciudadanos que padecen cáncer y sus familias. 
Ni el barbarismo técnico ni el barbarismo político son buenos. Parece necesario recordar que en políticas públicas los problemas siempre son tecno-políticos. Si los gobernantes lo olvidan, tenemos un grave problema de gobernabilidad. Señalar que el financiamiento permanente de la Ley no es viable desde lo técnico, es atendible, pero no es necesario abusar del lenguaje político.  En este momento de la discusión, ni el ejecutivo ni la oposición deben olvidar que el capital simbólico que se juega en el campo de la política puede ser tremendamente mordaz y frágil a la vez, abriendo o cerrando espacios de diálogos con la ciudadanía o en el congreso, más aun cuando lo que discute es el financiamiento para mejorar la calidad debida de miles de chilenos y chilenas que pronto enfrentaremos al cáncer como la primera causa de muerte a nivel país.
El juego tecno-político ya avanzó más de la mitad del recorrido, en parte herencia de los méritos de la gestión del saliente Ministro Santelices. El trecho por cubrir depende de tomar la oportunidad que brindan el citado Plan Nacional del Cáncer y la Ley Nacional del Cáncer para convertirse en la gran política de salud pública de este Gobierno.
La historia ha dejado a Nixon y su gestión en el patio trasero. Más bien en un oscuro sótano. Sin embargo, fue capaz de recoger los informes científicos, acoger las demandas ciudadanas y terminó aprobando un proyecto de Ley que hoy permite disponer de variadas intervenciones para el tratamiento del cáncer a nivel mundial, fruto de la investigación científica. Cierto es que la discusión de nuestro proyecto se mueve en otra escala y no es sobre el financiamiento para investigación, pero comparte el ideal del beneficio a la población derivado de su aprobación.  
Nixon, aunque con cierto oportunismo político, fue más generoso. El actual presidente Piñera y su Ministro de Salud pueden serlos también y heredar un mejor vivir para miles de ciudadanos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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