La paz en Palestina no vendrá de Bahréin



Jared Kushner durante el taller sobre Paz para la Prosperidad para Palestina realizado en Manama, Bahréin (25/6/2019). Imagen vía Peace to Prospertity Workshop
Está claro que el papel lo aguanta todo, y eso permite fácilmente escapar de la realidad o fabular sobre mundos imposibles. Y mucho de eso se percibe a primera vista en el documento que la Casa Blanca ha difundido la pasada semana para dar a conocer la base económica de su supuesto plan de paz para Palestina; la misma que le ha servido para organizar el taller (no se han atrevido a llamarla conferencia) sobre “Paz para la Prosperidad”, en Bahréin, los pasados días 25 y 26 de junio.
Ese escapismo es el que explica que alguien pueda abordar una solución al conflicto palestino-israelí sin mencionar en una sola ocasión la ocupación que Israel mantiene desde hace 52 años del territorio palestino. Si se ha llegado hasta aquí y si es imposible vislumbrar un futuro esperanzador en esa castigada tierra es, precisamente, como consecuencia del comportamiento de una potencia ocupante que lleva décadas dedicándose con ahínco a evitar por todas las vías imaginables que los palestinos puedan tener algún día una vida digna, y mucho menos un Estado viable. Por supuesto que a eso se suma la corrupción, la violencia y la ineficiencia de tantos dirigentes palestinos y los errores cometidos por muchos otros actores regionales y globales. Pero sin el final de la ocupación no hay modo alguno ni de implicar seriamente a los palestinos en la búsqueda de soluciones al conflicto ni de poner en pie un proyecto de paz justa, global y duradera.
Por otra parte, la fabulación que ha afectado a Jared Kushner y al resto del equipo estadounidense no parece conocer límites. Se habla ahora de movilizar 50.000 millones de dólares en los próximos diez años, de los que 27.500 se dedicarían a los palestinos (muy poco más de los 2.200 millones de media anual que, según el Middle East Eye, han recibido en el periodo 2006-2016) y el resto para Egipto, Jordania y Líbano. Con esos fondos en manos de un nuevo banco de desarrollo (lo que puede suponer el ostracismo definitivo de la UNRWA) se anuncia que será posible duplicar el producto interior bruto del Territorio Ocupado Palestino (actualmente en torno a los 14.700 millones de dólares, según el Banco Mundial), de crear un millón de empleos (la fuerza laboral actual es de 1,3 millones de personas, con un 45% de los palestinos por debajo de los 18 años) y de reducir los índices de pobreza a la mitad. La verdad es que, ya puestos a disparatar, hasta sorprende por qué se han quedado ahí y no añaden, por ejemplo, el objetivo de regalar un coche a cada uno de los más de 4,5 millones de palestinos que malviven en Gaza y Cisjordania.
A fin de cuentas, la propuesta es un puro desbarre sin fundamento. En primer lugar, apenas disimula su intención de comprar a los palestinos para que se olviden de sus objetivos políticos, con promesas de mejora de su nivel de vida; como si los Acuerdos de Oslo no hubieran intentado lo mismo en vano, vacunando a los palestinos de volver a poner oídos a promesas vacías. Vacías porque, en la práctica, nunca se han desembolsado ni implementado tantos y tantos planes y proyectos aprobados en sucesivas conferencias internacionales de donantes y en las huecas Conferencias MENA. A eso se suma que Estados Unidos, después de haber roto todos los canales de diálogo con los palestinos (Hamas no ha sido invitado a Bahréin y la Autoridad Palestina ha rechazado asistir), pretende contar con los fondos de otros para remediar el desastre que ha contribuido a crear, apoyando sin desmayo a Tel Aviv y anulando todas las transferencias de fondos a los palestinos, como medida de presión para doblegar su resistencia a aceptar el rimbombante y todavía desconocido “acuerdo del siglo”.
Y esos otros, por lo que se ha visto en Bahréin, no parecen estar entusiasmados de sumarse a la ocurrencia estadounidense. Una ocurrencia que se ha tenido que escenificar en contra de lo inicialmente previsto, forzado por el calendario electoral impuesto por un Benjamín Netanyahu cada vez más asediado por sus problemas judiciales. Cabe pensar que la idea original era presentar primero el plan de paz para Palestina en su conjunto, para luego tratar de movilizar a empresarios y donantes en el intento de convencer a los palestinos de que su vida mejoraría si se olvidan de reclamaciones tan básicas como verse libres de la ocupación israelí y contar con un Estado propio con fronteras seguras. Pero al objeto de no molestar a su principal aliado en la región, Donald Trump ha decidido modificar el orden y arrancar con la reunión de Bahréin, aunque el peso político y de representatividad de los asistentes haya sido de segundo nivel.
El taller celebrado en Manama ha sido, como ya se preveía, un desastroso soufflé. Pero lo que cabe entender es que ese mal resultado ya entraba en los cálculos de los negociadores estadounidenses. Lo que hace pensar que, a la espera de la presentación final del plan de Kushner para Palestina, lo que se busca realmente es escenificar el rechazo palestino a una supuesta oferta generosa para hacer bien visible, siguiendo el esquema mental de Washington y Tel Aviv, que no hay interlocutor para la paz y que Israel puede dar el siguiente paso: la anexión de Cisjordania.
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