El eclipse: una oportunidad para volver a mirar el cielo


Los eclipses han llamado la atención de los seres humanos durante cientos de años y su observación ha generado desde terrores colectivos, en civilizaciones antiguas, hasta descubrimientos de gran valor científico. Este 2 de julio en el norte de Chile tendremos la oportunidad –si el clima lo permite– de presenciar un eclipse total de Sol. La atención que convoca un evento astronómico de estas características es tal, que abre un importante espacio para volver a mirar los cielos del norte y revalorar el desarrollo científico en el campo de la astronomía que se produce desde Chile, para el mundo entero.
Ese valor lo encontramos, por supuesto, en resultados concretos como nuestros celulares, los gps, la tecnología satelital, pero también en niveles más abstractos. Y es que desde que la Tierra dejó de ser el centro del universo, han ocurrido cientos de descubrimientos científicos, gracias a la observación del cielo, que golpearon el ego de la humanidad cambiándolo todo.
La revolución copernicana del siglo XVI remeció las mentes de la sociedad europea occidental y permitió dar paso a la época de la Ilustración que, dominada por la razón, trajo una nueva concepción de la naturaleza y del lugar que ocupaba el ser humano dentro de ella.
Más tarde, hacia finales del XIX, la astrónoma estadounidense Henrietta Swan Leavitt descubrió la relación entre la luminosidad y el período de las estrellas variables Cefeidas, sentando las bases que permitirían luego a otros astrónomos medir la distancia entre la Tierra y las galaxias lejanas.
Pero en los albores del siglo XX aún se creía que todo nuestro universo era la galaxia. El mismo Albert Einstein nació y creció bajo ese paradigma. Sin embargo, sería su propia teoría de la relatividad general –comprobada gracias a un eclipse solar en 1919– la que permitiría al científico Edwin Hubble descubrir la galaxia vecina Andrómeda y comprender que el universo es más grande que solo la Vía Láctea y que existen muchas más galaxias en este vecindario cósmico.
Los científicos comenzaron entonces a medir esos conjuntos enormes de estrellas y polvo interestelar y se dieron cuenta que se estaban alejando unos de otros. En ese momento, observaron algo que el mismo Einstein había advertido y es que el universo tenía que ser algo dinámico, es decir, que podía crecer o incluso achicarse con todo lo que tenía dentro.
Para Einstein esto fue una gran incógnita teórica, que resolvió con algo que llamó “la constante cosmológica”, pero Hubble lo desmintió y demostró que, efectivamente y contra todo pronóstico, el universo ¡se estaba expandiendo! Surgió entonces la Ley de Hubble según la cual las galaxias se alejan con velocidad proporcional a su distancia, es decir que, entre más lejos estén unas de otras, más rápido se separan.
En este nuevo mundo en expansión, el sentido común nos diría que, como la gravedad atrae las cosas unas con otras, el universo se debería ir “frenando”, pero resultó ser todo lo contrario. Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess descubrieron en 2011 que el universo se está expandiendo ¡cada vez más rápidamente!
Frente a esta magnitud casi inconcebible ¿dónde quedamos los seres humanos? Cada paso que se avanza en la ciencia parece recordarnos que somos muy pequeños frente al universo. Más aún, con toda la tecnología y desarrollo de las ciencias que tenemos hoy, todavía no podemos llegar a otros planetas, todavía el único hogar que conocemos donde la vida es posible es la Tierra.
Por eso, cuando el 2 de julio mires hacia el cielo para disfrutar el eclipse, trata de recordar a Copérnico, a Leavitt, Einstein, Hubble y a tantos otros y otras que, con sus ojos puestos en las alturas del cielo, cambiaron para siempre la historia de la humanidad.
En ese momento puedes recordar lo pequeños que somos en este tremendo universo, pero también el privilegio que tenemos de habitar el único lugar donde –hasta ahora– sabemos con certeza que la vida es posible.
Puede ser también un llamado a cuidar ese recurso celeste que hoy está bajo una silenciosa amenaza. En concreto, actualmente no queda ningún observatorio que no esté afectado por la contaminación lumínica y hasta ahora se ha perdido entre el 1 y el 10% de la oscuridad en los cielos de las regiones de Coquimbo y Antofagasta, salvo en el observatorio Paranal. La amenaza es latente y se deben tomar medidas para frenarla, antes de que las estrellas se desvanezcan para las futuras generaciones y, con ellas, la oportunidad de continuar el prolífico desarrollo científico, en el campo de la astronomía, del que hoy nos jactamos como país.
«La Tierra es el único mundo que conocemos que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en un futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. La Tierra es donde tenemos que quedarnos. Eso, para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros de forma más amable y compasiva, y de cuidar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido».
Carl Sagan. Astrónomo y divulgador científico (1934-1996)

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