En homenaje a Tencha Bussi


En Julio se cumplieron 10 años de la muerte de Tencha Bussi de Allende, quien jugó un destacado papel en la recuperación de la Democracia, convirtiéndose por más de una década y media en todo el mundo en el símbolo de un pueblo sometido a una implacable dictadura.
 Desde la campaña presidencial del 70 y hasta el golpe de Estado de 1973, siendo muy joven y en calidad de dirigente de uno de los Partidos fundadores de la Unidad Popular, tuve el privilegio de mantener una relación frecuente con el Presidente Allende. En esa condición conocí a Tencha, desde una cierta distancia. Me impresionó en esos años la dignidad con que desempeñó su rol de esposa del líder más desatacado de la izquierda chilena, convertido luego en el Presidente que encabezaría un histórico proyecto de transformación socialista en los marcos de la democracia política. Tencha acompañó con entera lealtad y convicción todo el proceso, pero no tuvo ni buscó protagonismo político. Una presencia más bien discreta, permanente, segura y elegante. 
Volví a encontrarla en ciudad de México a finales de 1975. Yo realizaba una gira internacional después de permanecer casi dos años clandestinamente en Chile en el esfuerzo de articular la resistencia democrática, anunciando que regresaría al país una vez terminado un periplo por varios de los países en los que la solidaridad con Chile y la actividad de las organizaciones políticas del exilio chileno eran particularmente intensas. México era uno de los más importantes. El Presidente Echeverría tuvo desde el inicio una actitud no solo de condenación al golpe de Pinochet, sino de solidaridad con los chilenos perseguidos. Despachó un avión para rescatar a Tencha y a la familia del Presidente, a quien dio, como a miles de chilenos, generosa hospitalidad. Ello convirtió a México en uno de los principales centros de la actividad política, académica y cultural del exilio chileno.
Recién llegado a Ciudad de México, Tencha me invitó a almorzar. Recuerdo que, entre otros, estaban García Márquez y el destacado intelectual mexicano Pablo González Casanova. El tema principal fue la situación chilena en la versión del testimonio de quien venía “del interior” como se decía en esos entonces. Pero lo que me impresionó vivamente fue, más que la brillante conversación de los distinguidos contertulios, la transformación de Tencha.
En dos años había asumido con notable propiedad el rol de símbolo y portavoz, no solo del exilio chileno, sino de todo un pueblo sometido a una dictadura que violaba sistemáticamente todos sus derechos.
Cuesta hoy día dimensionar la amplitud y la fuerza que adquirió el movimiento mundial de repudio al golpe de Pinochet, de denuncia de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos y de solidaridad con las luchas por la recuperación democrática en Chile. El arco de fuerzas que solidarizaban con la causa de Chile iba desde el conjunto de países del llamado socialismo real, con la excepción de la China Popular; el variado movimiento de los países No Alineados; los partidos de derecha liberal, de centro y de izquierda de Europa Occidental; una buena parte de los Demócratas norteamericanos. Muchas de estas fuerzas gobernaban sus países. Inmensa era también la solidaridad en los medios de la cultura, de las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos y sindicales. Convergían en el apoyo a la causa democrática chilena actores que se confrontaban, muchas veces ásperamente, en sus países o en los asuntos de la agenda internacional. El exilio chileno esparcido en los cinco continentes, demostró una sorprendente capacidad de organización y movilización, impulsada fundamentalmente por los Partidos políticos, y jugó un papel fundamental en la animación de la solidaridad.
Tencha, desde el comienzo se convirtió en la voz más autorizada de este amplio movimiento. Fue admirable el profesionalismo con que asumió una tarea que era política e intelectualmente muy exigente. Se convirtió en una estudiosa de la política internacional, de sus principales actores y tendencias, así como de la evolución de la situación política y económica chilena. Para ello se rodeó de un amplio grupo de colaboradores y asesores. Se convirtieron en una leyenda sus llamadas por teléfono, realizadas normalmente antes de las 7 de la mañana y después de leída la prensa diaria, para pedir un informe, encargar alguna tarea o solicitar alguna opinión. Muchos años más tarde, iniciada ya la transición y oficiando de Senador, comprobé personalmente que la leyenda era real, y que también podía incluir algún comentario crítico sobre lo obrado o lo omitido. Estar al día en todos los temas era muy importante para quien por años tuvo acceso directo a los más importantes líderes mundiales, y había desechado cumplir un rol puramente protocolar y decorativo.
Igual de atenta fue Tencha en mantener relaciones fluidas con todos los partidos con presencia en el país y el exilio. Fue una incansable predicadora de la indispensable unidad de todas las fuerzas democráticas, aunque consciente de las diferencias que existían en su interior. En particular la afectó la severa división del Partido Socialista de 1979, pero mantuvo su línea de diálogo con todos los sectores y sus liderazgos. Ello no significó que no desarrollara opiniones propias sobre los principales debates de la izquierda en aquellos años: la política de alianzas, las formas de lucha, la relación entre democracia y socialismo y tantos otros. Pero nunca perdió de vista que jugaba un rol insustituible en la representación del conjunto de fuerzas herederas del legado de Salvador Allende, y más allá de ellas de todas las fuerzas democráticas.
Por todo ello Tencha merece pasar a la historia de Chile como una de las figuras políticas más destacadas en la lucha por la recuperación democrática.
Autorizada a regresar al país en las postrimerías de la dictadura, se sumó activamente a la campaña presidencial y parlamentaria de 1989, recorriendo todo Chile en apoyo a la elección de Aylwin y a los candidatos a parlamentarios, especialmente a los socialistas.
Recuperada la Democracia resolvió no jugar un papel político de primera línea. Prestó, eso sí, un último servicio al Socialismo, ya reunificado. Con ocasión de la visita de Fidel Castro a una cumbre Iberoamericana a Santiago, en la reunión que este sostuvo con el Partido socialista, Tencha fue la oradora principal. En su intervención, junto con agradecer la extraordinaria solidaridad de la Revolución cubana con el pueblo de Chile y la generosidad con que fueron acogidos en Cuba miles de chilenos, incluida una parte de su propia familia, destacó con fuerza que para los socialistas chilenos la indisoluble relación entre el socialismo y la democracia política era un elemento esencial de su identidad. El huésped, naturalmente, no recibió de buen talante sus dichos, pero se abstuvo de criticarlos en público. Para el socialismo chileno con su intervención, apoyada por todos sus integrantes, se sellaba su plena identidad con lo esencial del legado de Allende.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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