El problema básico de las universidades del Estado en el Chile actual


Luego de vivir durante más de 45 años como académico en Bélgica y en Chile, me planteé la pregunta de identificar cuál es el principal problema que las universidades del Estado de Chile deben enfrentar ahora.
Hay muchas respuestas posibles: nueva organización interna y mejoramiento del clima laboral, mayor financiamiento público y privado, más eficiencia en la investigación y en la captación de recurso humano, mejores enfoques pedagógicos, nuevos planes estratégicos de infraestructura y desarrollo, etc. Pero hay un aspecto que es intangible o abstracto, pero que es la base de todos los otros problemas.
El primer y esencial problema que deben enfrentar hoy día las universidades del Estado en Chile, es detener la demolición del colectivo pensante de académicos y de estudiantes. El alma mater de las universidades chilenas del Estado, dejó de estar presente en el cotidiano de la mayoría de los sujetos que la componen. La comunidad académica dejó de pensar en su entorno social concreto, en sus necesidades y aspiraciones. Hoy se simula ser una universidad con misión nacional, pero esa utopía ha desaparecido del horizonte efectivo.
Por diversas razones, especialmente por el modo de desarrollo competitivo y funcionalista que invade al mundo contemporáneo, y a Chile en particular, se ha ido reemplazando el espíritu crítico y solidario que debiera acompañar el conocimiento, por una operatividad, una pragmática y un egoísmo ramplón que carece de sentido y de orientación social. A esto se agrega la irresponsabilidad del Estado de Chile de no tener políticas adecuadas frente a las Universidades.
Hoy cada académico tiene su propio proyecto y su espacio, casi sin conexión con las tareas nacionales. En Chile se sigue a ciegas el diseño del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, que fija indicadores productivos para los integrantes de las universidades, sin discutir sus fundamentos ideológicos y sus impactos de mediano y de largo plazo. Esta práctica, más las exigencias de la mercantilización de la educación, ha llevado a estas instituciones a vaciarse del sentido social que debiera impregnar los procesos del conocimiento.
De esta manera, los estudiantes se enfocan en sus necesidades inmediatas de pago de su educación, de equipamiento e infraestructura, o en problemas que la institución no puede resolver. Las organizaciones de administrativos y académicos, se enfocan en su reivindicaciones laborales y dejan poco espacio al desarrollo institucional.
El incentivo de los universitarios chilenos, está puesto en ser bien evaluados, siguiendo pautas o protocolos muy precisos que exigen funcionamiento o simulación de rendimientos y poca creatividad o responsabilidad. A las universidades del Estado de Chile, les hace falta reconstruir un colectivo de personas pensando los problemas y los desafíos globales que debe abordar una institución, que se especializa en saberes y en formar profesionales útiles a la sociedad.
Sin esta conciencia colectiva, sin personas que intenten darle un sentido social y concreto a las tareas de la Universidad del Estado, se pierde su alma y los caminos de su propio desarrollo.
Y todavía no estamos hablando de la falta crónica y estructural de los recursos financieros. Este aspecto ha sido observado por varios expertos que ven en la lucha de las universidades estatales chilenas por ganar recursos en el mercado educativo, el desgaste de mucha energía. Esto no sucede en las mejores universidades con financiamiento estatal real, de países como Estados Unidos o Inglaterra. Las tareas administrativas o de gestión de las universidades estatales de Chile son enormes, generando diversas instancias y gastos que restan mucha energía a la esencia de la vida académica, que es la investigación y la docencia de alto nivel.
Hoy las universidades del Estado de Chile son instituciones con un conjunto de funcionarios, con diferentes competencias, haciendo lo que creen saber, sin conciencia de su misión de aportar al desarrollo cognitivo y social del país y desinformados sobre las severas amenazas a la sustentabilidad de su propio lugar de trabajo. Las deudas recientes que están acumulando las universidades del Estado por concepto de becas no ocupadas de la gratuidad, adicionan pasivos y un nuevo obstáculo que no fue previsto cuando el sistema se instaló.
Las dificultades institucionales siguen creciendo en todos los frentes. La infraestructura está colapsada en la Usach y no permite más crecimiento con matrículas so pena de seguir deteriorando la calidad de los servicios.
Frente a tal situación de desprotección del Estado, sus universidades tampoco tienen mucho que ofrecerle en materia de cómo debe organizarse o desarrollarse el país con los conocimientos capturados o generados en diversas áreas o actividades, porque la mayor parte de su saber está desarticulada de la vida social efectiva de Chile.
Es escaso el aporte que estas entidades pueden hacer al entendimiento de la cibersociedad y del desempleo, a las falsas noticias e identidades que viven profusamente en diversas plataformas comunicacionales. Poco pueden aportar a la relación entre la salud colectiva y la ingeniería genética, a la sustentabilidad ecológica del planeta y del país. Poco tiene que aportar al cómo obtener mejor calidad de vida para las personas en un mundo altamente tecnologizado o cómo hacer frente a la inestable vida política y ética.
La falta de proyecto y de empatía de las Universidades del Estado con las necesidades de la sociedad, ha generado una sostenida agonía de la misión de ayudar al desarrollo nacional , reduciendo los espacios a una relación inmediata y pragmática. La cosa pública para las universidades estatales se parece o es igual a las universidades privadas, y se reduce a la lucha por los recursos del Estado o del mercado.
Por eso poco sorprende que a muchos académicos de las universidades del Estado, no les interese quiénes son sus autoridades, cuáles son sus estructuras de organización o de participación o cuáles son los planes estratégicos de la Universidad, total se hace lo que corresponde hacer, incluido los papers, las clases o los proyectos de investigación. En la mayoría de ellos no hay sospecha del incumplimiento del rol de responsabilidad social que tiene una Universidad de un país subdesarrollado y lleno de desigualdades.
Esta alienación de la realidad, esta falta de conexión entre la institución y los problemas sociales concretos, este sentirse ajeno a la crisis que vive la universidad estatal en Chile, produce una sostenida depresión y una falta de interés en participar en políticas institucionales. En el caso de la Usach, menos de 30% de sus ingresos provienen del Estado, pero se le exige como si se le entregara el 100%, mientras la participación en los nuevos estatutos, se hace con evidente dificultad, en medio de autoridades cuestionadas por el Tribunal Electoral Metropolitano por impedir votar a los profesores por hora.
El problema de la alienación, se agudiza con los actuales métodos de evaluación de los académicos: proyectos ganados, número de publicaciones indexadas, número de estudiantes en el aula…. Esto hace desaparecer los proyectos de largo aliento incluido los interdisciplinarios. Mientras tanto la hegemonía de los burócratas en el aparato estatal chileno ha destruido las políticas públicas de la investigación y la docencia universitaria, cortando los puentes de un desarrollo articulado de las ciencias y de la tecnología con sus universidades.
El desarrollo tecnológico y científico actual, a nivel mundial, se ha ido complejizando lo que exige salir a los académicos de la parcela disciplinaria, de la rutina del funcionamiento y de la repetición, para dar paso a la comprensión y a la intervención efectiva en los fenómenos implicados o estudiados.
La multiplicación de la inteligencia artificial a escala mundial, que nos trae disminución del esfuerzo mental y físico, que nos trae logros impensados, pero también nos obliga a salir del paradigma del solo saber funcionar si se quiere aportar al proceso social.
Los robots y los algoritmos funcionan mejor que los humanos en muchas actividades. Hacen mejor los cálculos matemáticos o los automóviles. Los robots de hoy son capaces de decidir y matar a mucha gente, en cortos períodos, con bajos riesgos para sus “amos”. El escenario de lo posthumano ya está en el presente. Las nuevas tecnologías reemplazarán muchas acciones de los humanos. Habrá mucho tiempo libre para los trabajadores y mucho tiempo de aprendizaje para todos, mientras se despliega la inteligencia artificial en todos los terrenos. ¿Y sabemos que deben proponer las universidades del Estado en medio de estas transformaciones?
Este desarrollo tecnológico reciente inserto en un modo de desarrollo mercantilista, despersonaliza el trabajo y el propio poder político y social, pero es la fuerza que seguirá su triunfal curso, aunque implique el rápido agotamiento y contaminación de los recursos naturales. Por ello, quienes sigan viviendo, tendrán que reinventarse en todos los planos. En algo debiera intervenir la Universidad para orientar ante los cambios y perturbaciones severas que generan estos procesos. Pero, en Chile, ninguna Universidad, tiene la capacidad de hacerlo de manera significativa o eficiente, salvo esfuerzos y logros aislados.
Ante estos cambios enormes en el contexto mundial y societario, si no se logra reconstituir el sentido social del trabajo universitario, si no se logra conectar el conocimiento y la enseñanza a las necesidades y aspiraciones reales de la sociedad chilena, habrá un bajo aporte al país. De no ser capaz de pensar y diseñar un proyecto nacional como tal, la Universidad del Estado, no logrará cumplir su misión, solo podrá simular funcionar con más o menor regularidad.
Para salir de esta simulación de estar pensando sin estarlo efectivamente, para que se exprese el alma pública de la universidad estatal, es necesario reconfigurar todo el sistema institucional, entenderlo como un sistema complejo que vive en una sociedad profundamente desorientada, desigual y de pocos recursos. Se debe pasar de concebirse como una organización que presta servicios a ser una organización que ayuda al desarrollo social. Se debe pasar de la práctica del principio de competir al de colaborar, de la mirada de corto plazo a la mirada de mediano y largo plazo, pasar del enfoque funcionalista a la comprensión de la realidad y a su modificación.
La Universidad estatal en Chile debe demostrar en la práctica orgánica como en sus proyectos, que ocupa un lugar y un rol que ninguna universidad privada puede cumplir. Mientras esta especificidad, no sea claramente demostrada, todo lo que se haga, caerá a un pozo sin fondo, y ninguna autoridad tendrá deseo de financiarla.
Este intento de darle sentido a la Universidad requiere de líderes robustos pero dialogantes al mismo tiempo. Atrás deben quedar los rectores autoritarios y apernados en sus cargos que no logran motivar a sus colegas o que no tienen el respeto de los estudiantes. Las nuevas autoridades deben ser capaces de levantar una utopía digna de desear, generar un entusiasmo renovado de académicos, estudiantes y administrativos impregnados de grandes planes nacionales.
La discusión y la aplicación efectiva de la nueva ley orgánica de las Universidades Estatales es la ultima oportunidad que tiene la comunidad universitaria chilena para detener la agonía institucional, encontrar buenos caminos de participación, democratizar los procesos de reflexión y mejorar la toma de decisiones.
Para lograr esto es preciso, urgente y condición ineludible, poner en el centro del quehacer universitario la responsabilidad colectiva de atender las necesidades y aspiraciones de la sociedad chilena en el plano del conocimiento y del aprendizaje. Una vez que se logre avanzar en este terreno tanto el Estado de Chile como la sociedad civil reconocerán el esfuerzo y se podrán tener los recursos necesarios para ser Universidades de excelencia.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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