Crónicas paceñas – El Mostrador


A pocas horas de regresar de una visita privada a la capital boliviana, quisiera compartir mi experiencia, sobre todo, dado que ahora mi presencia no estuvo enmarcada en las condiciones oficiales de todos los viajes anteriores. Esta vez pude recorrer la ciudad, sostener diversidad de conversaciones y también reencontrarme con amigos con los cuales compartimos el exilio en México. De esta forma, pude disfrutar el sabor de construir una mirada mas sociológica que política, que es lo que quiero compartir.
Bolivia ha ingresado de lleno en la campaña electoral de octubre próximo. Los bolivianos elegirán presidente y Congreso. Evo Morales concurre a su tercera reelección y si gana, será el mandatario con más años en el poder de toda la historia del vecino país.
Lo primero que salta a la vista al llegar a la capital boliviana es el significativo progreso material del último tiempo: una moderna autopista une a la ciudad de El Alto con La Paz y, según me cuentan, las principales ciudades del país también disfrutan de una buena red que las une. El gas, ahora nacionalizado, no solo proporciona los principales ingresos fiscales, sino que también fluye a la mayoría de los hogares proporcionando energía barata, limpia y también calefacción que, en las noches altiplánicas, se aprecia.

Pero lo que a simple vista demuestra el avance son las varias y coloridas líneas de teleféricos, en las cuales la mayoría de los paceños y los alteños se desplazan de un punto a otro en pocos minutos. Es un pintoresco “metro en las alturas” que, de paso, proporciona la oportunidad de un impresionante paseo visual en cómodas y modernas cápsulas para ocho pasajeros, que a cada minuto salen de las diversas estaciones.
Por cierto, Bolivia sigue siendo un país pobre en el promedio de América Latina, pero un par de décadas atrás ocupaba el último lugar junto a Haití y Honduras. Hoy no es así, después de un periodo de crecimiento importante, promediando el 6% anual con el gas como dinamizador, los bolivianos alcanzan un ingreso per cápita arriba de los 8.000 dólares, poco comparado con los países grandes de Sudamérica, pero es un salto notorio mirado con su propia historia reciente. El desempleo está bajo el 5% y no hay inflación, los precios son estables y baratos: el pasaje en teleférico, cuesta cerca de 300 pesos chilenos y un taxi del centro al aeropuerto sale por 7.000.
Para las elecciones presidenciales la oposición no va unida, al contrario, lleva 8 candidatos. Pero solo Carlos Mesa le compite a Evo Morales y las encuestas le dan un piso cercano al 30%. Le sigue el senador Ortíz, el candidato de los “cambas”, es decir, de la pujante Santa Cruz. Los demás oscilan entre un 1 y un 2% de apoyo. Evo -que obtuvo mas de un 60% en la anterior reelección- esta vez muestra un 35%, pero que va subiendo. Ortíz en las mejores mediciones alcanza un 10% y en estos días sufrió la deserción de su candidato a vicepresidente. El sistema electoral prevé que si en primera vuelta un candidato saca, a lo menos, un 40% de los votos y tiene una distancia de 10 puntos respecto a su más cercano, entonces no hay segunda vuelta. A eso apuesta el Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de Evo.
El oficialismo está en virtual campaña, el MAS es el partido más organizado y si bien muchos cuestionan que no se ha respetado el mandato del plebiscito del 21 de febrero de 2016, a estas alturas nada parece impedir que el dúo Evo – García Linera participe. Así lo estableció la justicia boliviana, que argumento que la reelección era un derecho humano (sic) lo que refrendó el secretario general de la OEA, Luis Almagro. La sombra de ilegalidad empaña la postulación oficialista, pero no parece que pueda detener el ímpetu de los masistas de continuar en el poder.
En La Paz la seguridad no tiene ribetes de peligrosidad, hay delito, obvio, pero todo el mundo habla por celular en la calle, nadie anda con guardaespaldas ni coches blindados. Tampoco la corrupción conmueve cotidianamente a la población, aunque ha aumentado el número de funcionarios procesados. Muchos se quejan que el gobierno ha abusado de adjudicaciones directas en las obras públicas y aunque la brasileña Oderbrecht estuvo presente, hasta la fecha no se conocen grandes procesos como los de Perú o Brasil.
Nadie habla de Chile, mejor dicho del fallo de La Haya, aunque la mayoría -llevado al tema- reconoce que fue un fracaso y que se dejaron llevar por el exitismo. Eso sí, pese a la amargura del fracaso, en Bolivia el sentimiento por la demanda marítima sobrevivió a La Haya y en mi opinión, es por eso, porque se trata de un sentimiento, casi una emoción, que ha llegado a constituirse en una de las piedras angulares de la identidad altiplánica.
Ni a Evo ni a Mesa les conviene hablar del fallo de La Haya, porque ambos tienen cola que les pisen. Por eso, hasta la fecha el tema está ausente y es probable que así prosiga en lo que resta de campaña.
Respecto a Chile, buena parte manifiesta su reconocimiento por el progreso del país, incluso con un dejo de admiración, muchas familias prefieren que sus hijos estudien en universidades chilenas más que en otras de la región.
A diferencia de las elecciones argentinas, la economía no esta en el centro del debate. Y a diferencia de como fueron en Brasil, tampoco lo están la corrupción ni la seguridad ciudadana. Pero sí asoman los miedos, para muchos a que si gana la oposición, se desmantele la red de subsidios y protección social que ha establecido Morales en sus mandatos, ya que mas de cinco millones de bolivianos pobres reciben algún tipo de subsidio que eleva su ingreso real.
Para otros, el temor es que si gana la oposición tendría una fuerte oposición social y sindical y volverían los tiempos de las protestas, las tomas de carretera y la paz social desaparecería. Otros temen que un nuevo periodo del MAS termine por transformarlo en un “partido de Estado”, hegemónico e imbatible, como el viejo PRI mexicano. Gasto publico, redes sociales, cooptación de la sociedad civil e inclusive, de intelectualidad unido a autoritarismo y debilitamiento del equilibrio de poder.
En esta oportunidad no salí de la capital, cada región tiene sus peculiaridades: los potosinos  reclaman por regalías por la explotación de sus recursos naturales, ayer fue la plata, hoy es el litio y también allí está el Silala. Los cruceños, prósperos y volcados al Atlántico, se quejan de un altiplano poco dinámico. La ciudad de El Alto, a estas alturas más poblada que La Paz, donde el comercio de todo tipo campea y ha permitido la emergencia de una elite indígena emprendedora, que se expresa desde múltiples formas, como los coloridos “cholets”, edificaciones que combinan comercio, con espacios de recreación y habitación, todo con una estética llamativa y orgullosa de su originalidad.
Quizás sea eso el rasgo sociológico más remarcable de los últimos tiempos. En este siglo ha emergido una nueva Bolivia, orgullosa de sus raíces, en la cual la inclusión de las mayorías étnicas y populares ya es un hecho.
La recuperación de sus raíces por parte de la sociedad boliviana no se queda solo en los niveles sociales o políticos, ni tampoco en los estratos más populares. Si quieren saborear una comida típicamente étnica y de sofisticada gastronomía, el restaurant “Gustu”, en la zona de Calacoto, brinda una experiencia de categoría.
La Paz celebra en estos días su fiesta, su verbena. Diversas bandas de bronce atronan en las calles, comparsas de caporales practican alegres con una agilidad que causa asombro por hacerlo a más de 4000 metros de altura. Por todos los medios se anuncian que más de diez conjuntos animaran los principales actos. Un solo artista extranjero invitado: Américo, el chileno popular.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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