La gente no necesita cultura


Revisando documentos antiguos de periódicos me encuentro con una entrevista en una revista de sábados del diario El Mercurio del 4 de marzo de 2017. Allí se publicó una parcializada y escuálida entrevista a Rodrigo Danús, realizada por Carla Mandiola. El grueso de los comentarios de Danús (empresario de televisión que ganó fortunas con el inicio de los programas de farándula) fue sobre los formatos, las cualidades de los antiguos y nuevos rostros de la farándula y su consecuente baja de calidad en relación a ello. Este texto lo quiero concentrar sobre lo que Danús menciona en un momento y que escandalizó, en su momento, algunas redes sociales. Este empresario asegura, abiertamente, que la cultura no es necesaria para la gente (se refiere, particularmente, la gente que ve televisión abierta). Uno de sus escuálidos argumentos versa sobre la no obligatoriedad de incorporar canales “culturales” a la parrilla televisiva cuando hay un gran público que no quiere verlos, y en cambio si quiere saber que ocurre con las vidas privadas de los actores, animadores, etc. que trabajan o se ven por tv. 

Hasta aquí no hay un mayor problema conceptual sobre la superficialidad de esta persona en lo que significa construir cultura. El punto que me interesa tiene más matices en relación a esto último.
Una de las características que se le atribuye al hecho de “hacer cultura” está asociada, generalmente, a lo que se determina como arte. De acuerdo a esto, existen niveles del mismo, y en los sistemas socio económicos en que vivimos existe lo que se denomina “la alta cultura”, lugar que, por alguna razón educativa no acceden los sujetos “sin formación” en el área. El punto es que lo que realiza Danús y cualquier empresario ligado a la entretención masiva también es cultura. El problema no es, como menciona el empresario, que la gente no quiere cultura. Si la quiere, no podría vivir sin ella. Lo que ocurre es que el consumo de cultura genera propedéuticas de sujetos con gustos e intereses conducentes a los principios heredados de la cultura que se esté construyendo, es decir, el o los modelos que se procuren. La televisión genera cultura, la radio, las actividades un tanto más elaboradas de gestiones artísticas de políticas de un gobierno, las instancias que trabajan autonomía, las juntas de vecinos, etc. La diferencia es que el trabajo generacional es diferente. En ningún momento de la entrevista se toca el tema de la educación, el cual es fundamental para formar sujetos culturales de unas maneras, o de distintas maneras complejas.
El enriquecimiento cotidiano de la sensibilidad y la comunicación constante con los otros en tanto cultura va a variar de un lugar a otro dependiendo de las bases materiales que dispongan los sujetos, en este caso contextual, como “consumidores de algo” y, en el mejor de los casos, como realizadores de “algo”. 
También hay responsabilidad en la creencia dicotómica de la cultura versus la no cultura por parte de los agentes que trabajan en arte, pues son los que más establecen las distancias entre pares y pseudoespecialistas; espacios consagrados para la reproducción de convencionalismos de entretención más elaborada que las copuchas de la vida privada de un animador de televisión o una modelo que ni siquiera lee el periódico. 
El atrevimiento de la frase de Danús forma parte del reflejo de su propia cultura ignorante, como de muchas otras, pero lo que lo sustenta son las mismas reproducciones del hacer artístico en el país; incluso las que se autonominan como independientes o autónomas, pues sus espacios físicos y conceptuales están dados para los pares, amigxs y, con suerte, invitados especiales. El artista chileno, de cualquier proyecto no debería escandalizarse de una frase como la expuesta, pues, en su gran mayoría, desde los más alejados de las instituciones avaladoras, hasta los que se creen consagrados (una ficción provinciana) se relacionan como sujetos arribistas del mismo sistema que defiende Danús, solo que este último aprovecha las divisas que miran con deseo sus mayores opositores.
Es difícil ver en determinados espacios de reproducción artística “consagrada” o “autónoma” a personas que no sean ligados o determinados al tipo esperado como asistentes. El síntoma danusiano sería parte del resultado de la separación socio cultural y de clases con respecto a la herencia que llevamos (muchas veces involuntariamente) sobre la distinción entre alta y baja cultura.     
Samuel Toro. Licenciado en Arte. Candidato a Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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