¿Quiénes son las reales víctimas de la violencia en la educación?


Un estudio, de carácter académico elaborado por una institución de educación superior chilena, realizado a estudiantes entre 19 a 25 años de edad arrojó que los jóvenes tienen miedo a expresar sus opiniones políticas, que difieran de las predominantes, por miedo al conflicto y represalias. Lo anterior, qué duda cabe, se vio reflejado en la brutal golpiza que recibió el hijo de la diputada Cristina Girardi. El hecho, que merece la más fuerte condena y repudio, instaló está realidad en el centro de la discusión de la elite política chilena. Pero esto no es nuevo y, lamentablemente, muchas veces es fomentado y propiciado por adultos. El mismo estudio, detalla que la protesta social “no es tanto el reflejo de una demanda racional y articulada (un petitorio), sino mas bien la necesidad de expresarse emocionalmente”.
Recordando la época que viví la universidad, en los años 80, en plena Dictadura, las demandas de los jóvenes se exponían mediante un petitorio el cual, a pesar de todo, era el primer instrumento conque se hacía posible negociar con la autoridad universitaria. De allí venían las demás medidas, escalando según si las demandas eran o no escuchadas. En este siglo XXI he vivido la experiencia, ya siendo autoridad académica, que las formas han cambiado y primero se empieza por un paro o una toma para, desde allí, generar un “petitorio” que muchas veces contiene exigencias imposibles de cumplir para una Institución de Educación Superior, ya sea porque son leyes o acuerdos que involucran a toda la sociedad, como por ejemplo que no se apruebe el TTP 11 o que se derogue la Ley del Cobre. Hay cierta irracionalidad planificada muchas veces para que el conflicto siga escalando, sin que necesariamente las demandas correspondan al contexto educativo como tal.
Recordemos que el año 2006, al inicio de su primer período de gobierno, la ex presidenta Michelle Bachelet debió enfrentar enormes protestas de alumnos secundarios en lo que se conoció como “La revolución de los pingüinos” (por el color del uniforme de los jóvenes).
En 2011, ya en el primer gobierno del presidente Sebastián Piñera el principal reclamo de los estudiantes fue que el Estado brinde una educación pública, gratuita y de calidad, y que se prohibiera el lucro en la educación privada. Respecto de este último punto, y sólo como un dato adicional, quisiera aclarar que en la actualidad el 25% del sistema educativo es financiado por el Estado. El 75% restante depende de los aportes de los estudiantes.
Estas manifestaciones estudiantiles, independiente de la justicia de sus peticiones, estuvieron marcadas por la violencia en contra de los que disentían, siendo éstos acallados y perseguidos en las antidemocráticas asambleas.
Lo que planteo es que estos hechos nunca fueron abiertamente rechazados por sus dirigentes y hoy a algunos de ellos los vemos ocupando escaños en el Congreso. Así, le damos el mensaje a nuestros jóvenes de que la violencia es una efectiva herramienta para alcanzar sus objetivos. De esta manera, entonces, no sorprende que uno de cada tres escolares considere que la violencia sirve lograr lo que se busca. Lo anterior de acuerdo a un reciente estudio de la Agencia de Calidad de la Educación.
El mundo político sólo se hace cargo si alguien vinculado a la elite es perjudicado y las voces de alerta solamente son oídas cuando explota el descontento. He escuchado con especial atención las declaraciones de colegas Rectores de Universidades, especialmente estatales, que en años anteriores salían a marchar con los estudiantes de sus planteles por sus propios intereses o miraban para el lado cuando se producían profundos daños a la infraestructura de sus establecimientos producto de las tomas, mostrándose ahora preocupados por estas situaciones de violencia, que conocían desde hace mucho tiempo. Sin perjuicio de ello, me alegra que se tome conciencia de la gravedad de todo esto: “más vale tarde que nunca” nos enseña el dicho popular.
Pero ¿qué ha pasado con los miles de estudiantes sin voz desde el 2006 a la fecha, que vivieron con sus establecimientos en tomas casi permanentes y su educación disminuida frente a quienes tuvieron la oportunidad de formarse con un programa completo, sin interrupciones? Por cierto esto le hace mal a la educación pública: es una flecha al corazón, con daño irreparable, al sistema universitario estatal.
Al no condenar frontalmente la violencia siempre, sin excepciones, damos señales negativas a las futuras generaciones. Como señala el informe que comentamos “muchas veces el petitorio es la reivindicación de la emoción en toda su expresión”. Esto es vital comprenderlo en profundidad, para poder abordarlo adecuadamente por parte de todos los que tenemos alguna responsabilidad con nuestra sociedad: somos responsables los medios de comunicación, los dirigentes políticos y los rectores de universidades y colegios.
Quienes hoy estamos en este enriquecedor mundo de la educación debemos impulsar acciones concretas para revertir esta tendencia; buscar el diálogo, enseñar a escuchar, promover la aceptación de lo diverso y la solución pacífica de nuestras controversias y problemas sociales dándole valor y acoger lo que se expresa.
Pareciera que no todo es racionalizable en esto: quizás allí radica la mayor dificultad para reestablecer las confianzas, superar nuestras legítimas diferencias y atrevernos a recuperar el diálogo, acuerdos y consensos como mecanismos para la medicación y resolución pacífica de conflictos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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