La jornada laboral no es una máquina de apuestas


La constante especulación de figuras de izquierda y derecha, sumergidos en un mar de cifras carentes de toda ciencia, el incesante murmullo confundido de la ciudadanía impulsada forzosamente a la confusión a toda escala respecto de algo tan relevante como el conseguir el pan del día a día y la falta de capacidad de diálogo para empujar la economía del país adelante sólo demuestran la nula capacidad e insensatez de la clase política que nos gobierna.
La jornada laboral no es un comodín político para ver quién da más. No es, tampoco, un tablero de ajedrez donde se puedan mover las fichas de las próximas candidaturas presidenciales y municipales a gusto. No es, por supuesto, un casino ni una máquina de apuestas, y el ping-pong político que se ha venido dando en los últimos días es absurdamente burdo y populista.
Los derechos de los trabajadores son una cuestión seria. La jornada laboral no es regateable. Cualquier política eficaz respecto al área laboral requiere de un análisis económico, legal, político y social detenido, democrático y transversal. Un escenario que, desafortunadamente, jamás ha tenido la oportunidad de desarrollarse en nuestro país.
El piso mínimo de cualquier reforma laboral debe estar en la protección de los derechos de los trabajadores. No es permisible menos que eso, no sólo porque violaría los tratados internacionales ratificados por Chile (Convenios OIT y otros) y la normativa nacional (principalmente constitucional), sino porque es una pésima señal hacia el país y la comunidad internacional en general. Este debe ser el punto del primer debate, mucho antes de dialogar acerca de la jornada.
La sociedad contempla cómo el gobierno y la Cámara de Diputados negocian con toda simpleza las horas que trabajarán las chilenas y chilenos, algo que define gran parte de nuestro quehacer diario, del tiempo que una persona tiene para compartir junto a sus seres queridos, de si acaso un ciudadano promedio tendrá más o menos cansancio en un futuro próximo a causa de su empleo. Todas ellas cuestiones que generan un clima de suma inseguridad y certeza cuando este debate se toma a la ligera.
Da la impresión de que este es un diálogo de dioses. Ajeno, lejano, y que se desenvuelve con una frialdad que asusta. Una verdadera negociación con fichas de tradeo, no una política nacional que tiene como objeto la salud de las personas y el futuro económico del país.
Se hace necesario purgar al máximo posible este debate de estadísticas especulativas, slogans de campaña y comparaciones con realidades ajenas a la de Chile, en un pobre intento de encajar una propuesta política en encuestas cortoplacistas que hacen preguntas poco relevantes, con respuestas ciertamente poco correctas. La ley no puede ser una herramienta populista que nos entregue satisfacciones pasajeras hoy y condenas con altísimos costos mañana, especialmente cuando son la vida, salud y seguridad social de los trabajadores lo que está en juego. Legislar es una tarea que debe realizarse con responsabilidad. Gobernar, aún más.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.



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